PREMIO L’ORÉAL – UNESCO “POR LAS MUJERES EN LA CIENCIA” 2021

Una neurocientífica premiada para estudiar los índices de ansiedad y depresión en la población argentina durante la pandemia

Haydeé Viola es parte de un equipo interdisciplinario que releva el impacto del coronavirus en la salud mental.


Apenas se desató la pandemia del coronavirus, la investigadora principal del CONICET Haydeé Viola tuvo una certeza: lo que estaba sucediendo -uno de los acontecimientos más apocalípticos de los últimos tiempos- modificaría el funcionamiento del cerebro de las personas. La ansiedad, la depresión, las dificultades en la capacidad creativa y en la memoria, pensó, serían los primeros indicios enviados por el cerebro del impacto de aquella experiencia bisagra. Tiempo después, su expertise como neurocientífica la llevó a integrar un equipo interdisciplinario para censar efectivamente los cambios autopercibidos en el estado de ánimo de la población argentina durante la pandemia: por ese proyecto, acaba de ser reconocida con el Premio L’Oréal – UNESCO “Por las mujeres en la ciencia”.

“La pandemia tiñó de gris nuestros cerebros. Tuvimos que aprender a lavarnos las manos de nuevo, a tomar distancia social, a usar barbijo, fuimos obligados a cambiar por completo la forma de nuestras actividades. Y eso tuvo un gran impacto sobre nuestra salud mental, en nuestro estado de ánimo y en nuestras emociones, que son las que modulan todo: nuestros recuerdos, nuestros comportamientos”, explica la científica laureada, cuyo lugar de trabajo es el Instituto de Biología Celular y Neurocientífica “Profesor Eduardo de Robertis” (IBCN, CONICET-UBA).

“El impacto de la COVID-19 en la Argentina sobre la ansiedad, depresión, creatividad y memoria”, se titula el proyecto por el que fue premiada. “Lo iniciamos hace un año, porque consideramos fundamental conocer esta información para tomar políticas públicas que protejan la salud física y mental de la población –asegura Viola-. Gracias al premio, ahora vamos a poder imprimirle mucho más fuego y energía al proyecto”.

Viola, que tiene 54 años y desde hace 30 se dedica a la ciencia, fue convocada para formar parte de la investigación iniciada por Fabricio Ballarini, un neurocientífico del CONICET al que ella misma formó años atrás en el Laboratorio de Memoria del IBCN. “Durante la pandemia, un grupo de estudiantes de grado, becarios, becarias, investigadores e investigadoras pertenecientes al CONICET, la Universidad de Buenos Aires (UBA) y el Instituto Tecnológico de Buenos Aires (ITBA) comenzamos a trabajar en este proyecto, que involucra recopilar un gran número de información y darle forma, tomar decisiones como qué preguntas hacer, analizar los datos y discutir los resultados”, explica la científica. “A todos y todas nos pareció que, a pesar de venir de las ciencias básicas, en mi caso de la biología, teníamos suficientes herramientas para analizar el impacto de esta enfermedad en la salud mental de la población Argentina”.

 

Del laboratorio a la sociedad

El derrotero de Viola como científica siempre estuvo signado por el interés de volcar sus conocimientos en ciencia básica hacia iniciativas que tuvieran aplicación a nivel social. Una vez graduada de la carrera de Biología en la Facultad de Ciencias Exactas de la UBA, se especializó en el campo de la fisiología -orientada en conducta animal- y, para su tesis de doctorado, caracterizó una serie de compuestos con acciones del tipo ansiolíticas no sedativas extraídos de plantas de uso medicinal folklórico. “Esa investigación, con potencial para llegar a la población, para mí era muy interesante. Me encantaba pensarlo de esa manera”, asegura la científica.

Una vez doctorada, comenzó con nuevas líneas de estudio, orientadas a investigar los mecanismos de la formación de la memoria, siempre a través de experimentos con animales. “Ahí también aluciné: empecé a preguntarme cómo una experiencia puede colaborar con otra, cómo funciona la memoria para que los recuerdos sean mejores. Con los años, en el Laboratorio de Memoria, pudimos generar una hipótesis novedosa denominada “Etiquetado conductual”, para entender de una manera más completa y diferente cómo puede ser el mecanismo para formar memorias”. Esa hipótesis permite explicar, por ejemplo, por qué cuando a un aprendizaje considerado “débil” se lo asocia con eventos novedosos o estresantes, ese aprendizaje se guarda de un modo más efectivo que si no está atado a ese tipo de eventos. Justamente esa hipótesis sería el puntapié para que muchos y muchas investigadores e investigadoras buscaran formarse en su laboratorio.

“Nuestro estudio en memoria comenzó a extenderse hacia seres humanos –recuerda Viola-. Comenzamos a trasladar el conocimiento que habíamos obtenido en el laboratorio al campo de la educación, para ver si en seres humanos se veían cosas similares. Empezamos a trabajar en cómo lo que los estudiantes aprenden en la escuela puede recordarse mejor. Investigar en el laboratorio pero llevarlo a la sociedad, en este caso al ambiente educativo, fue increíble. Y fue una experiencia que nos permitió estar aceitados para el proyecto actual: ver cómo las habilidades cognitivas pueden estar afectadas en las personas durante la pandemia”.

 

El estado de ánimo bajo la lupa

Una vez que comenzaron con el proyecto sobre la pandemia, lo primero que definieron fue el tipo de relevamiento que harían: diseñaron una encuesta virtual, con preguntas acerca de la edad, el género, la ubicación, la cercanía con la enfermedad, el tipo y la modalidad de trabajo, la frecuencia en la actividad física, el estado de vacunación, el tipo de aislamiento social mantenido, entre otras cuestiones. También incluyeron testeos de creatividad y de aprendizaje y memoria. “Teníamos muchísimos factores que se podían comparar y categorizar en la población. A partir de ahí definimos qué queríamos ver, comparar, estudiar, y algo crucial: en qué momento hacer el relevamiento. Por lo pronto, lo lanzamos durante las olas en el número de contagios: fin de octubre de 2020 y mayo de 2021″, explica Viola, y agrega: “Y ahora también queremos saber qué pasa cuando estamos en los valles, qué pasa cuando la cantidad de población vacunada es mayor, o comparar por regiones”.

El primer trabajo, realizado en octubre del 2020, lo focalizaron en una población de cientos de estudiantes universitarios que contestaron la encuesta. Luego, en mayo de 2021, relevaron a la población mayor de 18 años: la misma encuesta se mantuvo abierta a la población en general durante dos días y circuló a través de redes sociales. En ese caso, participaron miles de personas. En esas dos experiencias obtuvieron más de 8 mil datos, que ahora están siendo procesados por el equipo. “Ahora esperamos identificar los estados mentales y las funciones cognitivas más afectadas y determinar las variables o sectores que representen mayor vulnerabilidad”, se entusiasma Viola.

Los primeros resultados que ya pudieron procesar les revelan cuestiones inesperadas: el equipo identificó, por ejemplo, que las personas que realizaron actividad física al menos tres veces por semana se autopercibieron con menores niveles de ansiedad generalizada o depresión. “El hecho de haber estado menor tiempo en aislamiento social, es decir, haberte juntado con personas por fuera de tu núcleo familiar, fue un factor que correlacionó con que las personas se autopercibieran con menores niveles de desorden de ansiedad generalizada y depresión”, adelanta Viola. “Y lo que nos llamó la atención, en la última encuesta que hicimos en mayo, es que a pesar de que los niveles autopercibidos de ansiedad habían aumentado, la depresión había disminuido en comparación con los niveles registrados en octubre de 2020. Esa baja en los niveles de depresión estuvo asociada a diferentes cosas: una de ellas era estar vacunado. Así que, evidentemente, la campaña de vacunación ayudó a que la gente se autopercibiera como menos deprimida”, remarca la científica premiada.

 

Una preocupación que recorre el mundo

Los niveles de depresión y ansiedad durante la pandemia fueron relevados por diversos equipos de investigación internacionales. Un metaestudio publicado en la revista The Lancet seleccionó 48 artículos realizados en diferentes partes del mundo para comparar el nivel de ansiedad o depresión antes de la pandemia y en la pandemia. En todos estos trabajos se vio, claramente, el aumento de la prevalencia de los estados emocionales relacionados con la ansiedad y la depresión durante la pandemia. Por ejemplo: si la prevalencia promedio estimada para los desórdenes de ansiedad en las mujeres jóvenes pre pandemia era de 5 mil en 100 mil personas, luego de la pandemia subió a 7 mil. “Esto demuestra que el estimado de cuánto la pandemia afectó en sentirse ansioso o deprimido es muy grande”, advierte Viola. Y subraya: “Particularmente las mujeres son los grupos de riesgo más vulnerables y en dicho trabajo se discute que ello puede deberse a que en la mujer recae mucho más el cuidado familiar, el seguimiento de los hijos en las tareas de la escuela, la desigualdad en los salarios, entre otras cosas. Siempre hay una situación de desventaja en las mujeres respecto de los varones”.

Ahora, con la información que proveerá el estudio del que forma parte Viola, se podrán identificar los factores de riesgo y diseñar estrategias para mermar los efectos de la pandemia en la salud mental de la población argentina. “Está claro que el encierro y el miedo a contagiarse no ayuda a la salud mental de las personas. Pero si sabemos que es bueno hacer actividad física, podemos promoverlo, al menos virtualmente. O promover encuentros en lugares públicos. Es importante identificar qué hace bien, mal, los factores de riesgo y las cosas que pueden beneficiar a la población local. A partir de este estudio, se puede asociar los niveles de ansiedad generalizada, o los niveles de depresión, a determinadas variables, como el aislamiento social, la frecuencia en la actividad física semanal, el grado de vacunación, el género, la edad, la ocupación, y de este modo diseñar políticas públicas para proteger la salud mental”.

La distinción del Premio L’Oréal – UNESCO “Por las mujeres en la ciencia” es un espaldarazo para este proyecto y para la trayectoria de Viola como neurocientífica. “Cuando me llamó la presidenta del CONICET, Ana Franchi, para comunicarme que lo había ganado yo estaba trabajando, en mi escritorio en casa, y fue una alegría inmensa. Lo primero que hice fue compartirlo con mi pareja, que también es neurocientista”, cuenta. “Si bien yo fui muy afortunada y nunca me sentí en inferioridad de condiciones por ser mujer en el ámbito científico, reconozco que las mujeres no siempre tenemos las mismas oportunidades que los hombres en la ciencia y en la sociedad en general. Por eso, premios así son muy importantes, para luchar contra la desigualdad que padecemos desde siempre”.

Por Cintia Kemelmajer