HUMANIDADES Y CIENCIAS SOCIALES

Hablemos de grietas argentinas

El investigador del CONICET Darío G. Barriera coordinó y editó el libro “Grietas argentinas: divisiones ordinarias para pasiones extraordinarias”.


¿Unitarios o federales? ¿Mate dulce o mate amargo? ¿Verdes o celestes? ¿Feminismo o patriarcado? El investigador del CONICET y vicedirector del Investigaciones Socio-históricas Regionales (ISHIR, CONICET-UNR), Darío G. Barriera, coordinó y editó el libro Grietas argentinas: divisiones ordinarias para pasiones extraordinarias en el que aportaron relatos sobre numerosas grietas más de 30 autores, entre quienes se cuentan investigadores del CONICET, periodistas y especialistas en diversos de temas.

“Muchos gritan a voz en cuello que la Argentina está partida al medio por una grieta. Sin embargo ¿no es evidente que no hay una sola grieta sino que este país es, desde siempre, un país de grietas?”, se pregunta en la introducción Barriera. Siguiendo esta idea invitó a reflexionar y escribir a destacados y destacadas investigadoras, como Dora Barrancos, quien abordó la grieta feminismo o patriarcado, y Marcela Ternavasio, quien escribió sobre monárquicos y republicanos; también se puede encontrar un relato sobre unitarios y federales, a cargo de Gabriel Di Meglio y uno sobre menottistas y bilardistas, escrito por Juan Molfino, entre muchos otros.

 

De la idea al libro

“El tema venía dándome vueltas en la cabeza desde hace mucho tiempo, pero la idea de asentarlo en un libro, de hacer un índice y de terminar de redondear los argumentos por los cuales este libro es necesario, es algo que me ocurrió este año, hace algunos meses, y se convirtió en una obsesión. El diagnóstico sobre el cual se apoya toda la construcción del libro tiene tres partes: que a pesar de que todo el mundo dice de que los argentinos estamos divididos por una grieta, no me parece que nuestras diferencias estén expresadas solo en una grieta, sino en muchas; que esas grietas no son precisamente inútiles, porque además de que son muchas, son profundas e históricas y nos ayudan en nuestro proceso de identificación, a conocernos, a organizarnos y a pensar en el otro; y por último, que necesitamos reconocer y conocer estas grietas, porque en la medida en que no lo hagamos se prestan al uso por parte de quienes viven del negocio del odio”.

Una especialista en historia de la Iglesia, María Elena Barral, investigadora del CONICET en el Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani” escribió sobre Bergoglio-Francisco. “La grieta que trabajé también está atravesada por muchas otras grietas, y la explico como una grieta movediza, que persiste pero no está exactamente en el mismo lugar ni divide exactamente a las mismas personas. Es una grieta que se movió y que encontró de ambos lados a colectivos diferentes e incluso colectivos cuyos miembros no se reconocían demasiado entre sí, del mismo lado de la grieta había otras grietas que lo separaban”.

El análisis de Barral pretende mostrar, tomando como momento rector de esta grieta la designación del papa Francisco el 13 de marzo de 2013, que lo que dividió a sus adeptos de sus críticos es la política más que lo religioso. “Es lo político y la forma de transitar la política que tuvo Bergoglio como cardenal o incluso antes, como provincial jesuita o como jesuita raso, y la forma en la que él hoy encara la política. Se trata de ver cómo él metabolizó esa forma de pensarse como referente político global a partir de que accedió al pontificado”, explica.

Al respecto, Barriera agrega: “También es una grieta que muestra perfectamente otra idea que organiza el libro, que me parece que es la menos inocente de todas: que las diferentes grietas nos encuentran con diferentes compañeros, nos encuentran coincidiendo a veces con gente con la que no coincidíamos antes. El hecho de hablar de grietas en plural permite que, por ejemplo, en la de peronismo/antiperonismo tenga al lado a quien tenía antes enfrente en River/Boca o en laica o libre. Puedo tener coincidencias con gente en una grieta que a mi me parece muy significativa mientras que en otras, con la misma gente, tengo diferencias. Por eso estamos obligados a negociar permanentemente. Creo que ahí se produce la magia de poder vivir juntos”.

Otro historiador que aportó su mirada fue Diego Mauro, investigador independiente del CONICET en el ISHIR, y coordinador del Doctorado de Historia (UNR). “Clericales y anticlericales, la grieta que yo trabajé, resurgió un poco en el ultimo tiempo de la mano de la discusión sobre la interrupción voluntaria del embarazo (IVE), cuando, como un efecto secundario, comenzó a rediscutirse la necesidad de construir un Estado laico, en términos constitucionales. Esto no quiere decir que la Argentina no sea una sociedad laica, pero sí que en términos constitucionales no tiene un Estado laico porque el catolicismo tiene privilegios que no tienen los otros cultos. En ese sentido no hay neutralidad religiosa del Estado” indica el Dr. Mauro.

“El relato es un recorrido de un siglo y medio de esas tensiones. La disputa de clerical y anticlerical parece tener la capacidad de volver a ser un vector de organización del campo político, no el más importante, sin dudas, es uno más, pero sí que apareció de nuevo. En la década del 90 parecía impensada una grieta de esas características, y me parece que la discusión de la IVE hizo revisar que efectivamente en Argentina esa discusión había quedado en stand by, era algo que nunca se resolvió y ahora reaparece. Mi idea era darle un recorrido histórico a ese fenómeno”, señala Mauro.

 

La grieta en la cocina

Paula Caldo, investigadora adjunta del CONICET (ISHIR, CONICET-UNR) abordó una tensión del mundo culinario: la que existió entre Francisco Figueredo y  Antonio Gonzaga. “Figueredo era un reconocido Chef difícil de situar, aparentemente con rasgos mulatos y nacido en Uruguay. Fue uno de los primeros en publicar recetarios de cocina en Argentina. Ya en el año 1894 venía presentando denuncias ante la justicia por plagio. La grieta que aparece es una tensión reconstruida a partir de la jurisprudencia argentina con fecha año 1930 donde Figueredo denuncia a Gonzaga, un colega, diciendo que había realizado una mala copia de su recetario de cocina y agrega que Gonzaga era un cocinero bastante poco ilustrado, que de ninguna manera podía pensar en la gastronomía en los términos en los que él lo hacía por su bagaje cultural”, cuenta Paula Caldo.

“Gonzaga era un cocinero afro que trabaja para las familias porteñas y por su curiosidad, empieza a incorporar a la cocina de los sectores acomodados ciertos toques que son muy propios de la cocina afro, por ejemplo la buseca o las achuras. La disputa es interesante porque en la grieta no solo se está hablando de quien tiene el saber sobre la cocina y quien no, sino que también se está hablando sobre las tensiones étnicas, quienes son los cocineros. Lo interesante también es que se suele asociar a la cocina con las mujeres y esta grieta muestra que no, que no solamente los varones hegemonizaron en un determinado momento la transmisión del saber culinario sino que también generaron tensiones, disputas, litigios que llegaron a la justicia y peleándose por cuestiones de cartel y popularidad”, explica Caldo y plantea  la pregunta ¿Qué cocina preferís: la pureza gastronómica de Figueredo o las tradiciones mezcladas de Gonzaga?

Por su parte, la María Inés Tato, investigadora del CONICET en el Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani” escribió sobre la grieta nacionalistas y liberales. Al respecto, señala “Me ocupé de la génesis de esta antinomia entre nacionalistas y liberales que surge en las postrimerías del segundo gobierno de Irigoyen. Señalé cómo los jóvenes nacionalistas de fines de la década de 1920 fueron delineando un enfrentamiento radical con los liberales herederos del orden conservador. También mostré que, al menos en un comienzo, esa grieta tuvo más de retórica que de principismo, porque estos nacionalistas compartían con  los liberales, a pesar suyo, algunos de los valores de base en los que se sustentaba la visión de la sociedad argentina y del futuro argentino”.

Por otra parte, Tato indica que, como plantea Darío en la introducción, esa grieta fue dinámica y se fue reconfigurando. “En mi apartado transito esa grieta entre los ´20 y los ´30 pero posteriormente, tras el surgimiento del peronismo, esta nueva alineación de la política volvería a nutrirse del enfrentamiento entre nacionalistas y liberales pero por supuesto dentro de otra coyuntura y combinándose con nuevos elementos políticos e ideológicos” explica.

 

Un libro, muchas miradas

“La idea del libro me parece políticamente muy potente porque una de las ideas mas importantes a deconstruir hoy es que la grieta es algo reciente, que hay una sola grieta, porque los conflictos forman parte de cualquier sociedad. El desafío es poder dirimirlo de una manera políticamente menos traumática, por lo que un libro de estas características contribuye a eso, porque coloca a nuestras grietas del presente en una perspectiva de largo plazo, muestra además que esas grietas no están ordenadas, una está de un lado en una y de otro lado en otra y así. Este libro es un buen ejemplo de lo que la Historia puede aportar al debate político del presente”, concluye Diego Mauro

“Hacer intervenir a expertos en cada uno de los temas le dio al libro una densidad y una profundidad que nos permite comunicar con el gran público y además, transmitir contenidos muy asentados por parte de colegas que saben mucho sobre el tema”, señala Barriera.

Por orden de aparición en el libro, escriben, además del coordinador: Nicolás Dip, Oscar José Trujillo, María Elena Barral, Jorge Núñez, Valentina Ayrolo, Germán Soprano, Fabio Wasserman, Diego Mauro, Laura Graciela Rodriguez, Daniel Santilli, Dora Barrancos, Paula Caldo, Marcelo Costa, Pablo E. Suárez, Silvia Ratto, Juan Molfino, Camila Perochena, Marcela Ternavasio, María Inés Tato, Alejandro Morea, Ernesto Picco, Julio César Melon Pirro, Ariel Gómez, Fabián Herrero, Luis Almirante Brow, Nicolás F. Quiroga, Gabriel Di Meglio, María Silvia Di Liscia, Valeria S. Pita, Luciano Alonso e Ignacio A. López.

Por Ana Paradiso