INVESTIGADORES
GESSAGHI Maria Victoria
libros
Título:
La educación de la clase alta. Entre la herencia y el mérito
Autor/es:
GESSAGHI, VICTORIA
Editorial:
Siglo XXI
Referencias:
Lugar: Buenos Aires; Año: 2016 p. 272
ISSN:
978-987-629-665-6
Resumen:
El libro se propone, mediante el análisis de las trayectorias educativas de tres generaciones dentro de las grandes familias, indagar acerca los modos en que la educación participa del trabajo de formación de ese grupo social. Tomar por objeto a un grupo de familias que a partir de la herencia material y simbólica condensada detrás de sus apellidos -es decir, no a partir de un status susceptible de ser elegido, ni de una competencia que se encuentra abierta a todos- disputan la pertenencia a un grupo superior y privilegiado dentro de nuestra sociedad, volvía más relevante la pregunta por la educación. Si a lo largo de la historia argentina, la escuela fue vista como el gran igualador a partir del cual, trascendiendo cualquier origen social, todos los ciudadanos podían acceder a una movilidad social ascendente, indagar acerca de qué hace la educación por este grupo social se volvía un interrogante aún más ineludible. El recorrido se inicia documentando los modos en que los entrevistados disputan la legitimidad de pertenecer a la clase alta argentina y desde qué posiciones lo hacen. Es decir, el trabajo que realizan por imponer una definición particular de la misma. Surge así que la clase alta está integrada por determinadas familias. El apellido es el primer signo que marca la pertenencia o no a este grupo social. Las grandes familias disputan su legitimidad a partir de su vinculación con la gran propiedad agropecuaria, con una particular lectura de la historia argentina y con su antigüedad en el país: llegaron antes de las inmigraciones masivas e ?hicieron la patria?. Asimismo, los entrevistados sostienen que la riqueza material no garantizaría el acceso a la clase alta (aunque muchos de estos grupos familiares son ricos). Tener dinero es admirado y tolerado sólo si viene asociado a una ?pureza moral?: es decir, si se ?ennoblece? el capital económico mediante actividades filantrópicas, si se practica ?la austeridad? como criterio de distinción y si se conservan vínculos con el estado que permitan ?contribuir con la sociedad?. La reconstrucción de las trayectorias de las familias tradicionales muestra que el uso de la metáfora del parentesco como criterio de legitimación se ve disputado por otro principio de distinción social: la exigencia meritocrática. Las grandes familias se han visto siempre imposibilitadas de construir una casta de nobles cuyos privilegios se sustentan exclusivamente en el nacimiento. Si el mérito, a principios de siglo, se relacionaba con una actuación destacada en la construcción de la historia nacional, es decir con los ?patricios?, a partir de la segunda mitad del siglo XX los cambios en la economía capitalista obligan a los ?terratenientes? a reconvertirse en ?profesionales?. La demanda de ?profesionalizarse en un mundo que se volvió más competitivo? crea un contexto renovado desde el cual disputar posiciones de privilegio. Al mismo tiempo, expresa la recomposición de clase alta de acuerdo a nuevas exigencias del modelo de acumulación y a la redefinición de los principios de distinción social. Por supuesto, esa recomposición no fue llevada a cabo con éxito por todos sus miembros. Quienes hoy conjugan una red familiar reconocida -que funciona como sostén y legitimación de sus posiciones sociales- con la lógica individual del ?hacerse a sí mismo? logran renovar sus principios de distinción apoyados en la legitimidad que da la racionalidad hegemónica asociada al esfuerzo individual y producir una separación de prerrogativas heredadas. La retórica de la meritocracia -que se corresponde con el ideal de sociedad abierta que caracteriza a las democracias en general- adquiere en nuestro país características y matices propios que asoman cuando se analizan los sentidos que adquiere la educación para la clase alta y el modo en que sus experiencias formativas participan del trabajo de formación de las familias tradicionales. En primer lugar, el mérito no es entendido en términos de acceso a títulos escolares. Es decir, no se habla aquí de una meritocracia que delega en la escuela el privilegio de la selección de la elite. Aún cuando estos sectores van a la universidad y están altamente calificados. La distinción pasa por detentar recursos que no pueden ser adquiridos por todos en el mundo de la escuela. El libro muestra que las condiciones que hicieron posible la construcción de criterios de distinción irreductibles al mundo escolar deben rastrearse en la configuración misma del sistema educativo. En la Argentina no se estructuró un sistema de formación de las elites como en otros países. La matriz republicana e igualitaria de nuestro país lo impedía. Sin embargo, las clases altas conformaron un espacio de instituciones propias que mediante la cuidadosa selección de sus alumnos garantiza una socialización ?entre nos?. La creación de sus propias escuelas puede entenderse en el mismo sentido. En la disputa por construir un espacio propio de formación dentro del sistema educativo, la clase alta se benefició de la mirada permisiva de las políticas de estado y de la transferencia a la libre competencia de la definición de un espacio de socialización ?conocido y familiar?. Pero es importante señalar que si el estado nunca buscó evitar la conformación de esos espacios, tampoco los certificó. Es decir que el estado argentino no participa deliberadamente, como en otros países, de la formación de las elites. La fluidez, la experiencia igualitaria y la falta de sólidas y perdurables nociones de jerarquía, rasgos más emblemáticos de nuestra sociedad, fueron la condición de posibilidad del fracaso de las reformas elitistas. Como consecuencia, La educación de la clase alta argentina muestra que no es posible definir en nuestro país una elite de acuerdo a criterios asociados a la meritocracia escolar. En primer lugar, al no haber instituciones de elite creadas por el Estado, no hay una institucionalización y certificación de esas credenciales. Por otra parte, la fluidez de nuestra sociedad -que permitió el ascenso social mediante la educación- hace que las familias tradicionales deban distinguirse de aquellos que acceden a una posición social encumbrada por la vía de las credenciales educativas. La distinción pasa por la posibilidad de acceder ?al club de los elegidos: el primer signo de pertenecer es el colegio al que vas?. Ante el acceso igualitario a la escuela común (y la masificación) del sistema educativo, la clase alta se cierra sobre algunas instituciones que dan el acceso a redes y a relaciones valiosas cara a cara. Se establece una separación entre distinción social y acceso a credenciales educativas. Esa disociación construye una jerarquía que no puede reducirse al mundo escolar, en donde otros sectores consiguen los mismos créditos. La diferenciación pasa por construir un circuito de escuelas que da acceso a capitales sociales y simbólicos que jerarquizan y distinguen. A lo largo del libro se documenta también que la lucha siempre presente y actuante en el campo económico entre las distintas fracciones de la clase dominante, se hace presente -a través de diversas mediaciones y apropiaciones- en los procesos educativos. En oposición a ?la burguesía más pujante? que educa a sus hijos en escuelas bilingües ?mayormente inglesas- con una fuerte apuesta al ?conocimiento? y a la ?excelencia?, la clase alta disputa su legitimidad desde la supuesta superioridad moral que les da asistir a instituciones donde la exclusividad no se deriva del costo restrictivo de sus cuotas, ni del capital escolar que otorgan sino que se caracterizan por ?formar en valores?. Y reside aquí un punto a subrayar respecto de la especificidad del caso argentino. La escuela ejerce el poder de nominación de las grandes familias a través de la inclusión de los sujetos en una red de relaciones que construye al grupo social y que los jerarquiza a partir de clasificaciones morales. A diferencia de Europa donde -como notó Weber y profundizó Bourdieu- existe un ideal de hombre cultivado que reposa sobre el reconocimiento implícito de cierta superioridad cultural de las elites sobre las masas, la clase alta argentina se distingue por ser ?moralmente superior? en tanto es sencilla y no hace alarde de su riqueza. Las escuelas que eligen y los consagran contribuyen a profundizar esta creencia al formar a sus hijos como ?personas familiares?, ?con valores?.