LAS ISLAS DESDE EL CONOCIMIENTO

Mamíferos marinos del Atlántico Sur y Malvinas: “artefactos de Estado” detrás de la dinámica de ocupación de las Islas

La investigadora del CONICET Susana García estudia cómo la caza comercial de ballenas y otros animales motorizó la economía global del siglo XIX y parte del XX en la zona.


La expansión de la actividad ballenera a fines del siglo XVIII, desde los puertos del Atlántico norte hacia los mares del sur, dio lugar a la exploración y a la instalación humana en nuevos espacios geográficos vinculados al aprovechamiento comercial de recursos de origen animal marino. En ese contexto, las costas patagónicas, las islas Malvinas, la isla de los Estados y otras islas del Atlántico empezaron a ser usadas como zonas de aprovisionamiento de agua y de resguardo para los barcos dedicados a la caza de ballenas, lobos y elefantes marinos, así como de otros animales.

La grasa se transformaba en aceite; sus pieles y otras partes anatómicas derivaban en otros objetos comerciales. “Esta industria movió una gran parte de la economía global del siglo XIX y pesó en la política internacional, impulsando la expansión territorial de varios países y la identificación de nuevos espacios de explotación mercantil”, señala Susana García, investigadora CONICET en el Archivo Histórico del Museo de La Plata y la Facultad de Ciencias Naturales y Museo de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP).

García acaba de editar el libro En el mar austral: la historia natural y la explotación de la fauna marina en el Atlántico Sur (Ed. Prohistoria), en el que analiza el tema, del que también participaron los historiadores de la ciencia del CONICET Irina Podgorny y de la UNLP Alejandro Martínez, el paleontólogo del CONICET Marcelo Reggero, la historiadora alemana Cornelia Lüdecke, la becaria posdoctoral del CONICET del Instituto Patagónico de Ciencias Sociales y Humanas Sofía Haller, e incluye un epílogo del historiador del CONICET Federico Lorenz.

“Este libro estudia varios emprendimientos comerciales y exploratorios de las costas e islas más australes del Atlántico Sur americano entre fines del siglo XVIII e inicios del siglo XX”, indica García. “Presenta algunas ideas para pensar la historia natural de América del Sur desde el espacio marítimo y la explotación de sus recursos. Porque la ocupación de esos lugares inhóspitos no puede desligarse de la historia del usufructo a gran escala de su fauna, el marco necesario para entender el establecimiento de colonias y concesiones en esas latitudes hasta entonces ignoradas por los poderes coloniales y los inversores privados”.

Este libro tiene relación con los estudios que García lleva adelante junto a Irina Podgorny desde hace varios años en los que está investigando cómo los mamíferos marinos se constituyeron en “artefactos de Estado”, en tanto objetos de leyes, concesiones, licencias o medidas proteccionistas reguladas por distintos gobiernos, así como en bienes que movilizaron importantes recursos de inversores privados y a numerosos marinos de diversas nacionalidades.

“Me interesa conectar la historia de la producción y circulación de conocimiento, las colecciones, el comercio de objetos de historia natural y la explotación de recursos de origen animal durante el siglo XIX y primera parte del siglo XX”, señala García, quien se dedica a la historia de la ciencia y, en particular, al estudio de las prácticas científicas en torno a la fauna sudamericana y el ambiente marino.

En sus estudios, la investigadora del CONICET, presta atención a los intercambios y los espacios de interacción entre los sectores científicos y diferentes actores no académicos, como pescadores, cazadores, balleneros, loberos, pilotos y otras figuras que reunieron datos y objetos que aportan valiosa información. Y agrega: “La escala global del universo ballenero configuró una geografía mundial muy diferente a la del presente. Cabo Verde, las Azores, las costas africanas y Cantón, entre otros lugares, formaron parte de ese entramado que integraba a las islas Malvinas y las costas patagónicas en las rutas de explotación de la fauna marina. Los balleneros y loberos con sus mapas, observaciones y colecciones colaboraron con el conocimiento geográfico y la historia natural”.

Para acceder a esa información y analizarla, García recurrió al estudio de múltiples documentos contenidos en archivos nacionales y extranjeros, en registros portuarios, diarios comerciales de la época, archivos de empresarios balleneros y otras fuentes.

Grasa y aceite de origen animal: un recurso clave para la industria del siglo XIX

Barcos franceses, ingleses, norteamericanos y otros que zarpaban de los puertos de Buenos Aires y de Montevideo cazaron diferentes animales marinos con fines industriales y comerciales en las aguas del Atlántico Sur. A los que se sumaban los emprendimientos costeros en Brasil y otros puntos de la costa sudamericana.

La industrialización y urbanización de fines del siglo XVIII fueron de la mano de la creciente explotación comercial de los productos obtenidos de cetáceos y pinnípedos (lobos marinos, elefantes marinos y focas). “El aceite producido con la fundición de la grasa de estos animales constituyó el combustible principal para la iluminación y también fue esencial para la lubricación de maquinarias y relojes, antes de la explotación y difusión de los derivados del petróleo. Servía, asimismo, para el curtido de cueros, la preparación de fibras textiles, la elaboración de pinturas y de jabón, entre otros usos”, explica García, licenciada en Antropología y doctora de Ciencias Naturales.

Respecto de las campañas balleneras, los productos más redituables y buscados en la primera parte del siglo XIX eran los obtenidos del cachalote: su aceite y el llamado espermaceti o “blanco de ballena”, una sustancia cerosa presente en su cráneo que “se empleaba para aceitar máquinas y engranajes de precisión y para la fabricación de velas finas, cremas, maquillaje y productos medicinales”, ejemplifica la investigadora del CONICET.

Otro artículo comercial importante fueron las barbas de la mandíbula superior de las ballenas francas (familia Balenidae) y de otras especies. Estas láminas córneas y elásticas se empleaban en la fabricación de bastones, paraguas, sombreros, cunas, corsés y otras estructuras de las prendas femeninas hasta su progresivo reemplazo por el celuloide y los materiales sintéticos surgidos en la primera parte del siglo XX y los cambios en las modas.

“Paralelamente los barcos balleneros y loberos completaron sus cargamentos con las pieles de lobos marinos de la Patagonia, Maldonado, las islas Malvinas y otras islas australes. También se exportaron desde los puertos de Buenos Aires y Montevideo. En China hubo una gran demanda de las pieles finas de los llamados ‘lobos marinos de dos pelos’, que cotizaban por debajo de las más apreciadas de nutria marina y castor”, subraya García.

Los pingüinos fueron otros de los animales con grasa que se transformaron en un objeto comercial ligado al gran mercado y consumo de aceites del siglo XIX. “El aceite obtenido de la grasa de estas aves se utilizaba especialmente en la manufactura de cueros. Su explotación se inicia hacia 1820, en algunos casos de forma paralela al de los lobos marinos. Se registra la fabricación de este aceite en pequeñas islas del litoral patagónico y de las Malvinas entre las décadas de 1850 y 1880, período de auge de este producto”, cuenta la investigadora del CONICET.

Hacia mediados del siglo XIX una serie de eventos comenzaron a desencadenar el declive de los largos viajes balleneros en busca de los mamíferos marinos con grasa. “Los productos de estas campañas fueron perdiendo rentabilidad frente a la competencia de los aceites vegetales, como el de colca, y posteriormente los derivados del petróleo que reemplazarían el uso de la grasa y el aceite animal”, indica García. Y continúa: “La explotación de las distintas especies fluctuó en función de los precios, la situación internacional, las malas temporadas y la disminución de las poblaciones animales”.

Por otra parte, durante los conflictos bélicos, los barcos balleneros y loberos dejaron de operar, ya sea porque eran apresados por navíos enemigos o porque participaban de la guerra o de la actividad corsaria que podía llegar a ser más redituable. Sin embargo, un nuevo capítulo en la historia ballenera comenzaría en los inicios el siglo XX y hasta la década de 1960, con las nuevas tecnologías de captura y procesamiento de grandes ballenas en aguas antárticas y el desarrollo de los procesos de hidrogenación, que permitió que la grasa de estos animales adquiriese nueva importancia en las industrias química, farmacéutica, cosmetológica y alimenticia, como por ejemplo en la producción de margarina y glicerina, y también de abono para los cultivos.

“En los inicios del siglo XX, las tecnologías de caza y procesamiento industrial de las ballenas desarrolladas por los noruegos permitieron capturar miles de grandes cetáceos, incluidas la ballena azul, en cada temporada, y procesarlas en grandes factorías flotantes o instaladas en tierra, como por ejemplo en las Georgias del Sur, donde la primera ocupación de la isla se dio con la instalación de la estación ballenera de la Compañía Argentina de Pesca a fines de 1904”, señala García, quien manifiesta que no se conoce que se haya extinguido ninguna especie marina explotada en esta región, pero por su intensidad y extensión en el tiempo sí provocaron cambios en la distribución de la fauna y su desaparición en varios sitios.

El espacio marítimo desde la perspectiva de una historiografía argentina 

La línea de investigación de los últimos años de García busca incorporar el espacio marítimo a la reflexión historiográfica argentina, especialmente en relación a la historia de la ciencia.

“Hasta no hace mucho la historia marítima parecía ser solo un campo de los sectores navales, predominando la historia de campañas militares y de la Armada argentina. Me interesa aportar nuevas miradas e información histórica sobre las diversas actividades y agentes que trabajaron y explotaron los recursos naturales y cómo se fueron modelando los saberes sobre esos recursos, las aguas y las tierras del Atlántico Sur, pero sin circunscribir este espacio a límites geográficos o políticos, sino más bien integrado a las rutas de navegación y del comercio global”, puntualiza.

Los proyectos de investigación que desarrolla García con Podgorny combinan la historia global, la historia de las ciencias naturales, la historia de la navegación y el comercio atlántico, buscando mostrar la importancia económica del mar y de las islas Malvinas en un período clave de su historia y cuestionando al mismo tiempo el lugar periférico que el Atlántico Sur tiene en los escenarios del siglo XIX.

Además, las investigadoras proponen repensar la importancia histórica de los recursos naturales del Atlántico Sur para entender su lugar central en la industria de pieles y aceite de origen animal del siglo XIX y parte del siglo XX; la dinámica de ocupación de las islas de esta región en función de esas actividades económicas; su impacto en las poblaciones animales del Atlántico Sur (extinción, merma e incluso introducción de nuevas especies) y las relaciones y los conflictos surgidos en relación a la fauna y las reglamentaciones sobre su dominio.

“Con el estudio de varios casos procuramos llenar el vacío historiográfico en el que han quedado el Atlántico Sur, las islas y la fauna que lo habita”, resume García.

Esta nota forma parte de “Las islas desde el conocimiento”, un proyecto que invita a mirar las Malvinas a través del prisma de la ciencia.

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Por Bruno Geller