DETRÁS DE ESCENA DE LA CIENCIA
José Risso: un fan de los fierros que mejora la performance de vehículos por medio de cálculos
Soñaba con ser piloto pero estudió Ingeniería Mecánica, y cuando todo parecía que se alejaba de su primer amor, su desempeño como Personal de Apoyo del CONICET le permitió volver a los autos.
Ya desde chico le gustaban los fierros. A los doce años, José Risso soñaba con ser piloto de autos. Pero el automovilismo era un deporte muy costoso para su familia, y solo pudo competir algunas temporadas como piloto de kartings en la región de Humberto Primo, su pueblo natal, al centro-oeste de la provincia de Santa Fe. Eso sí: durante muchos años sus parientes siguió ligada al automovilismo. “Aun hoy –dice-, en mi familia y en la de mis viejos, las carreras de autos son sagradas”.
La afición por los autos de carrera fue el motor que lo llevó a cursar sus estudios secundarios en la Escuela Técnica de Rafaela, y luego inclinarse por la carrera de Ingeniería Mecánica en Santa Fe: él quería entender cómo funcionaban las partes de un auto para mejorar su performance. Pero cuando se mudó de ciudad y comenzó la carrera universitaria, le llegó, pronto, lo que él llama el baño de realidad: “Una de las primeras cosas que entendí fue que aprendería de todo menos de autos de carrera. Somos muchos los que llegamos a Ingeniería Mecánica con ese interés, y al poco tiempo te das cuenta que la carrera apunta a otros contenidos”.
Aunque no aprendió de autos, estudiar Ingeniería, dice hoy, le permitió entender cómo funcionan muchas otras cosas, y disipar así esa frustración primaria: “La carrera me permitió entender cuestiones que pueden aplicarse en muchos ámbitos, desde las centrales nucleares hasta en la fabricación de clavos”. Las vueltas de la vida hicieron que termine trabajando con su primer amor, los fierros, como miembro de la Carrera del Personal de Apoyo (CPA) del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) en el Centro de Investigación de Métodos Computacionales (CIMEC). No exactamente como piloto, sino de un modo un poco más abstracto: haciendo cálculos computacionales para mejorar el rendimiento de autos de carrera, entre otras aplicaciones.
Investigación y transferencia
Cuando en 1998 se fue a cursar un Master en Métodos Numéricos para Cálculo y Diseño en Ingeniería a Barcelona, dice Risso, no imaginaba que se le abrirían tantos mundos en un nuevo estudio. Allí se formó en técnicas de cálculo numérico aplicado a la Ingeniería, y conoció al grupo de trabajo con el que hoy en día sigue trabajando. Al volver de su estadía en Europa, trabajó un tiempo en el ámbito privado, e inició un doctorado en el CONICET, hasta que en 2002 decidió aplicar como CPA. El cargo, explica él, le permitiría trabajar ligado al mundo académico -sin atarse a publicar papers- pero también al sector privado, desarrollando actividades de transferencia.
En ese entonces, cuando comenzó, el CIMEC era solo un grupo de quince personas que resolvía problemas de mecánica computacional aplicada y que pertenecía a un instituto mayor dependiente del CONICET. Hoy, ya constituido en instituto, el CIMEC está conformado por más de sesenta personas que trabajan desarrollando proyectos tanto con organismos gubernamentales como con empresas autopartistas, de la industria de las agromaquinarias, químicas y petroquímicas, siderúrgicas, metalmecánicas, e incluso del área nuclear: “Hace más de una década, cuando empezamos este camino, destinar personal a actividades no académicas requería de un gran compromiso de los directivos. Fue fundamental el apoyo que tuve por parte de la dirección del CIMEC. Por fortuna hoy ya es más usual que desde el CONICET se apoyen actividades de transferencia”.
Lo que el técnico hace diariamente es desarrollar y aplicar técnicas computacionales para resolver problemas de ingeniería. Por ejemplo: los fenómenos de fatiga y desgaste que se producen en los motores de vehículos. Estos mecanismos de falla, como explica José, limitan la duración de las piezas que componen los automóviles. El CPA, entonces, aplica programas computacionales que permiten mejorar la vida útil de las piezas. “Hacemos algoritmos de cálculo numérico para determinar las solicitaciones a las que están sometidas las piezas, y su aptitud para soportarlas”, explica. Para ello, tienen en cuenta distintas variables: la geometría, las propiedades de los materiales y los estados de cargas son algunas de ellas.
“Cuando yo era chico -recuerda Risso- si un motor duraba 100 mil kilómetros sin problemas hacíamos una fiesta. Hoy que algo falle antes de los 200 mil kilómetros es totalmente anormal. Hubo una gran evolución. Con la empresa de válvulas de motor con la que trabajamos vemos que el desarrollo de los componentes es cada vez mas exigente, porque se requiere mayor duración y al mismo tiempo las condiciones de trabajo de muchos elementos son cada vez más complicadas, para satisfacer los requisitos de menores emisiones al ambiente. Soportar las mayores temperaturas y las condiciones más agresivas del entorno son algunos de los retos que debemos resolver”.
Además, desde el CIMEC aplican esa misma lógica de análisis a otras áreas: José asiste, por ejemplo, a la autoridad encargada de licenciar centrales nucleares. “Muchos de los análisis que realizamos tienen que ver con nuevas demandas de seguridad que aparecieron luego de Chernobyl y Fukushima”, dice. Los resultados de los análisis que realizan sirven como soporte del proceso de aprobación de los diseños de componentes y subsistemas de estas instalaciones.
Distinciones
En rigor, entre las sesenta personas que componen el CIMEC hay grupos que trabajan en distintos pasos del proceso de análisis. Algunos de sus integrantes trabajan en el desarrollo de algoritmos de cálculo, la parte básica del asunto. Otros escriben los programas que utilizando esos algoritmos permiten realizar los análisis. Y otros, como este técnico, utilizan esas herramientas y construyen modelos numéricos que permiten resolver los problemas que plantean desde la industria.
Su rutina diaria para cada trabajo comienza casi siempre igual: acumulando la mayor cantidad de datos respecto del problema a analizar, la geometría y dimensiones de los elementos, los materiales con los que se construyen las piezas, las condiciones de carga, y toda otra información relevante para describir el problema. Una vez recolectados los datos, en el CIMEC pasan a construir los modelos que se procesarán con los programas de cálculo. Luego viene la siguiente fase, que es la de utilizar esos cálculos con un diseñador. Y en la siguiente instancia, interpretan los resultados que les brindó el programa. Por último, realizan informes sobre los resultados. El proceso puede llevar desde una semana a dos a tres años, dependiendo del producto o sistema que se esté analizando.
“Estamos resolviendo problemas que hace diez años ni nos imaginábamos iba a ser posible analizar –explica Risso-. Es muy motivante saber que al final de todo nuestro camino siempre hay una persona que toma una decisión basándose en nuestros resultados”.
Sus desarrollos llegaron tan lejos que hasta obtuvieron distinciones: una empresa de maquinaria agrícola a la que asesoraron con el comportamiento dinámico de una máquina pulverizadora autopropulsada ganó en 2003 el Premio Nacional al Desarrollo de Maquinaria más innovador. En 2009 lo volvieron a obtener, por un pulverizador para cultivos de caña de azúcar.
Y a veces las satisfacciones vienen por otra vía: “Desde el año 2003 asistimos a una fábrica de válvulas de la ciudad de Rafaela, con los modelos computacionales que utilizan para procesos de diseño concurrente junto a las principales fábricas de motores pesados del mundo. Y cada vez que uno de estos proyectos resulta exitoso, eso significa trabajo para cientos de argentinos”. Esta empresa exporta la mayor parte de su producción a Europa y Norteamérica.
“Volví a los autos de carrera de la manera menos ortodoxa que hubiese imaginado, como derivación del uso de las herramientas computacionales. Empezamos analizando el comportamiento dinámico de máquinas agrícolas y con esas mismas herramientas llegamos a analizar soluciones para otras industrias, incluso en automovilismo”, dice Risso, aún sorprendido. Con algunos compañeros, se dedica además a desarrollar programas para analizar y mejorar la performance en curvas de autos de Super TC2000 y Turismo Carretera, que después se podrían aplicar a cualquier tipo de vehículos. “La competición es muy motivante. Todo el mundo entrega lo mejor de sí para mejorar la performance de los autos”, dice Risso. Y remata, con la pasión por los fierros que lo llevó a estudiar Ingeniería intacta: “Cada vez que uno de los autos del equipo con el que trabajamos logra un buen resultado es una satisfacción enorme saber que pusimos nuestro granito de arena para que eso ocurra”.