CIENCIAS BIOLÓGICAS Y DE LA SALUD

Analizan la incidencia del SARS-COV-2 en bienes culturales y piezas de museo

Dos investigadoras presentaron un artículo con recomendaciones y advertencias para la reapertura de museos, archivos y bibliotecas.


Ocho meses atrás, los museos y las galerías de arte del mundo cerraron sus puertas para evitar la propagación del coronavirus. Apenas se decretó el confinamiento, se convirtieron en sitios de exposiciones virtuales que podían recorrerse desde la pantalla de la computadora. Con el virus todavía en circulación, Alejandra Fazio, investigadora del CONICET del Instituto de Micología y Botánica (INMIBO), especialista en biodeterioro de patrimonio, se puso a pensar qué sucedería con su reapuertura. Lo hizo junto a su colega española, Nieves Valentín, con quien confeccionó un artículo con recomendaciones para la reapertura de museos, archivos o bibliotecas titulado Análisis de la incidencia del SARS-CoV-2 en bienes culturales. Sistemas de desinfección. Fundamentos y estrategias de control. Además de realizar un diagnóstico sobre cómo el coronavirus puede afectar a los bienes culturales, describieron ventajas y desventajas de los diferentes métodos de desinfección que pueden llevar adelante las instituciones culturales para prevenir la circulación del virus.

Fazio se doctoró en el área de Ciencias Biológicas por la Universidad de Buenos Aires (UBA) y desde hace más de diez años se dedica a una rama de la biología llamada biodeterioro, que estudia los daños producidos por ciertos agentes biológicos –en su caso, hongos y líquenes- tanto en obras que forman parte del patrimonio cultural, como en edificaciones históricas. De hecho, comenta, con el aislamiento y el cierre de las instituciones culturales, los hongos tuvieron varios meses para proliferar en los intersticios de los museos, los archivos y las bibliotecas: “Por eso, cuando reabran una vez pasada la pandemia, será necesario activar procesos de desinfección de esos espacios, pero también contar con técnicas para eliminar o reducir la posibilidad de que el coronavirus se instale sobre esos archivos u obras de arte y sea un vector indirecto de propagación del virus”, advierte.

Con esa inquietud trabajó junto a Nieves Valentín, a quien había conocido en 2019 en el Encuentro Nacional de Arte Contemporáneo, en la confección de este artículo sobre cómo el coronavirus puede afectar a los bienes culturales. Valentín, que ahora trabaja como asesora científica en distintos museos en Madrid y es doctora en Ciencias Biológicas por la Universidad Complutense de Madrid, se desempeñó durante muchos años como investigadora en el Instituto del Patrimonio Cultural de España (IPCE), y en el Getty Conservation Institute donde desarrolló sistemas de desinfección con gases inertes y métodos de análisis para evaluar la calidad del aire en los museos y al interior de vitrinas. Durante su carrera llegó a estudiar, incluso, el biodeterioro en momias egipcias. “Esta pandemia nos hizo surgir muchas inquietudes y decidimos escribir este artículo en conjunto”, cuenta Fazio.

Lo primero que advirtieron las científicas fue la posibilidad de que, en el afán de eliminar al coronavirus de objetos culturales o de ambientes patrimoniales, se utilicen de manera indiscriminada productos químicos, o sistemas de esterilización que son usados en el ámbito de las instituciones de salud, pero que al extrapolarlos a ámbitos con bienes culturales pueden ocasionar un grave daño sobre el patrimonio. “Los objetos culturales son muy delicados. Sobre ellos no se puede usar cualquier sistema de desinfección, porque se arruinarían las obras: el papel, la tinta, los barnices, las capas de pintura… entonces, nosotras pensamos que con lo que conocemos de sistemas de desinfección para microorganismos, hongos, insectos o bacterias, podíamos armar algo que sirviera también para eliminar o desactivar el COVID-19”, explica Fazio.

“Nosotras estudiamos de qué manera influyen los factores ambientales en el COVID-19 y observamos que se comporta de manera opuesta a los hongos y bacterias a los que estamos acostumbrados en los museos y bibliotecas: en el caso del SARS-CoV-2, cuando la humedad relativa es más alta, la persistencia del virus se acorta, las superficies lisas permiten una transferencia mayor del virus que las superficies porosas, esto es lo contrario a lo que sucede con los hongos y las bacterias que atacan el patrimonio”, explica Fazio.

Según la investigadora, “existe una falta de investigación científica que avale la eficacia de técnicas para eliminar el COVID-19 y sus posibles mutantes en el patrimonio cultural. Si bien el virus no es capaz de producir biodeterioro, puede estar contaminando las obras, con los cual la primera pregunta que nos surgió es qué podemos hacer con lo que tenemos a nuestro alcance para desinfectar ambientes y superficies teniendo en cuenta que los sistemas de desinfección son muchas veces una necesidad que implica un riesgo”. A partir de esas observaciones redactaron su documento.

 

Consejos y advertencias

Los ejes de los consejos que redactó Fazio durante el confinamiento junto a Nieves, su colega española, rodean tres cuestiones: por un lado, proponen profundizar en el conocimiento de los tratamientos de desinfección. En segundo lugar, advierten la necesidad de determinar en cada caso su viabilidad en cuanto al riesgo – costo – beneficio, tanto para la salud de las personas como para los bienes culturales. “Algunos equipos de desinfección que ofrece el mercado, pueden representar un riesgo más que una solución, tanto para la salud, como para la conservación de los bienes culturales”, aseguran. En tercer lugar, apelan a cumplir las normas dictadas por las autoridades sanitarias e instituciones patrimoniales de cada país en coordinación con la Organización Mundial de la Salud que van variando con la evolución de la pandemia.

El tema es complejo, dicen las especialistas en el documento que publicaron, y la primera dificultad radica en el establecimiento de protocolos de actuación que brinden certezas ante la falta de investigación científica que avale la eficacia de técnicas para eliminar el COVID-19 y sus posibles mutantes en el patrimonio cultural. “Cada procedimiento elegido, es dependiente de la particularidad de la institución, naturaleza de las colecciones, ubicación geográfica, recursos humanos y presupuesto disponible –advierten Fazio y Nieves en su artículo-. Por consiguiente, es necesario una gestión que coordine el mayor número de aspectos implicados”.

El mayor riesgo que se da en los bienes culturales –piezas de museo, documentos, vitrinas con objetos- contaminados con SARS-CoV-2 es que se conviertan en vectores “pasivos”, que contagien y sean transmisores del virus a quienes entren en contacto con ellos. ¿Cómo se puede determinar la persistencia y viabilidad del COVID-19 en los materiales históricos y en el ambiente? Las especialistas sugieren la misma técnica que se utiliza en personas: el análisis de su carga genética por medio de la PCR (Polymerase Chain Reaction). En el documento, señalan que un objeto puede permanecer infectado por diferentes coronavirus hasta nueve días, “por lo tanto, parece indicado y sencillo, mantener aislado un objeto histórico con posible contaminación por COVID19 durante diez o quince días”. En caso de que el objeto haya estado expuesto a un ambiente húmedo, con una humedad superior al sesenta por ciento, y poco ventilado, no recomiendan su aislamiento en bolsa de plástico, “ya que el alto contenido de humedad, si bien va a hacer que el virus pierda actividad, las condensaciones producidas dentro de las bolsas, va a dar lugar al desarrollo y proliferación de hongos y bacterias en breves días”.

En cuanto al uso de aire acondicionado en museos y archivos, al que muchos señalan como un posible factor de riesgo añadido por la posibilidad de que se propague el virus, las especialistas consignan que “muchos de los estudios al respecto no son aún concluyentes. Uno de los mayores riesgos de infección podría ocurrir en espacios cerrados de pequeñas dimensiones, con techos bajos y equipos de aire acondicionado que simplemente recirculan el aire interior. El aire debe entrar del exterior filtrado y salir al exterior estableciéndose un número adecuado de renovaciones de aire. La temperatura y la humedad deben ser tenidas en cuenta”.

Para las investigadoras, en los museos, es fundamental reforzar al máximo el sistema de limpieza y mantenimiento de los equipos de aire acondicionado, incorporar filtros que retengan partículas sólidas y microorganismos, no dirigir el impacto del aire acondicionado hacia las obras “porque podría deshidratarlas, ni tampoco hacia la altura media de los visitantes porque el flujo de aire podría influir en la diseminación de posibles virus exhalados en su entorno”. Por último, recomiendan “mantener las salas con la menor carga viral posible proveniente de las personas que visitan o trabajan en el edificio”.

En el documento Fazio y Valentín también repasan los métodos de esterilización de objetos, como la radiación por rayos ultravioletas: “Es eficaz para esterilización de material de laboratorio u objetos no históricos, pero no se puede aplicar en presencia de personas ni bienes culturales, ya que altera las propiedades químicas y físicas de los materiales, principalmente los orgánicos. Produce oxidaciones y envejecimiento”, dicen.

También analizan el uso de ozono como método esterilizante: “Desinfecta objetos y ambientes, esteriliza eficazmente objetos utilizados por personal infectado, textiles, mobiliario y otros materiales contaminados, pero no se puede aplicar en presencia de personas ni de bienes culturales debido a su alta capacidad oxidante. Altera las propiedades químicas y físicas de los materiales históricos, principalmente los orgánicos”.

Además, sobre la técnica de esterilización conocida como “choque térmico por calor” que se utiliza para eliminar insectos en bienes culturales como libros, textiles u objetos de madera, dicen: “no es tóxico, es económico, rápido y fácil de proceder, pero no es recomendable para objetos históricos delicados tales como fotografías, ceras, vidrios u objetos conformados por materiales de naturaleza heterogénea”.

Por último, las especialistas observaron que cuando reabran los museos va a ser muy importante cumplir las normas de distanciamiento y de utilización de barbijos y demás recomendaciones. “No se va a poder permitir la misma cantidad de ingresantes que antes, va a tener que haber un control de temperatura, turnos por internet, que las personas llenen un formulario con sus datos antes de ingresar y declaren sus movimientos de las últimas semanas”, enumeraron en las recomendaciones finales.

 

 

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El biodeterioro como camino

Fazio es una de las pocas especialistas en biodeterioro del patrimonio en Argentina: es decir que es una de las pocas investigadoras que estudia los mecanismos por los cuales hongos y líquenes pueden afectar el patrimonio cultural. “Lo que siempre me fascinó del reino Fungi es que los hongos tienen un metabolismo diferente al del resto de los organismos, que les permite degradar sustratos completamente hostiles para otros seres vivos”, dice.

De hecho, a los hongos se los considera los reyes de la degradación de la materia orgánica en pie, ya que debido a la batería enzimática que poseen son capaces de producir la degradación de los árboles en pie, así como también realizar un proceso llamado biorremediación mediante el cual son capaces, por la acción de determinadas enzimas extracelulares, de degradar colorantes, efluentes, papel, o ciertos aceites. Ese proceso de degradación que completan los hongos es vital: “Sin ellos –advierte Fazio- estaríamos tapados de materia orgánica”.

Sin embargo, la biodegradación tiene su contracara: se llama biodeterioro, y ocurre cuando la actividad metabólica de ciertos organismos –no solo los hongos, sino también bacterias, algas, insectos o líquenes- actúan sobre materiales que están formando parte del patrimonio arquitectónico o cultural. “Pasa a llamarse biodeterioro porque provoca un perjuicio estético y económico”, aclara Fazio. Ella conoció de cerca cómo operaba el biodeterioro cuando realizó un posdoctorado en la Universidad de San Pablo. Allí estudió el daño provocado por los hongos y los líquenes sobre las paredes de las fazendas: elegantes casas de campo del siglo XVIII construidas por los portugueses con técnicas de arquitectura en tierra en los estados rurales de Río de Janeiro y San Pablo. “La rama del biodeterioro del patrimonio cultural me pareció algo muy novedoso –señala la investigadora-. Me gusta porque como investigadora te obliga a articular con químicos, arquitectos, restauradores, conservadores, historiadores, arqueólogos, cada uno desde su área aportamos para un estudio integral del estado del patrimonio”.

Después de su paso por San Pablo, Fazio regresó a Argentina para convertirse en una de las pocas especialistas en biodeterioro ocasionado por hongos y líquenes en el patrimonio nacional. El primer trabajo que realizó, casi quince años atrás, consistió en averiguar qué era lo que estaba causando el deterioro de la Santísima Trinidad, una escultura de las misiones jesuíticas del Paraguay realizada en madera policromada, que estaba ubicada en la entrada en el Museo de Ciencias Naturales de La Plata. “Tenía la madera oscurecida, y había restos de aserrín al costado de la base, con lo cual pensé en la probabilidad de que pudiese estar afectada por hongos”, recuerda Fazio.

Entre los trabajos más recientes, participó del estudio de biodeterioro ocasionado por hongos y líquenes en el grupo escultórico San Francisco de Asís y el Lobo de Gubbio, realizada a principios del siglo XX en mármol de Carrara, ubicado en la ciudad de Mar del Plata donde funcionaba el Hospicio Unzué, hoy Espacio Cultural Unzué.

Otro de los trabajos fue el estudio del biodeterioro ocasionado por hongos en la obra pictórica de arte contemporáneo “Siete últimas canciones” de la serie homónima de Guillermo Kuitca. El mismo formó parte de la Tesis de Licenciatura en Conservación y Restauración de Carolina Sánchez, y es el primer trabajo en el país sobre biodeterioro ocasionado por hongos en una obra pictórica de arte contemporáneo. Fue un estudio interdisciplinario que se llevó a cabo junto a la investigadora del CONICET Marta Maier y Astrid Carolina Blanco Guerrero del Laboratorio de Investigaciones y Análisis de Materiales en Arte y Arqueología de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales (UBA), y Pino Monkes, conservador y restaurador del Museo de Arte Moderno de Buenos aires (MAMbA). “Si bien el MAMbA cuenta con la tecnología para mantener las condiciones ambientales, el desarrollo de estos microorganismos en la obra se produjo durante la remodelación del museo, que además coincidió con una temporada de alta humedad en Buenos Aires”, explica Fazio.

Ahora se encuentra trabajando con colegas de la Universidad Nacional de La Plata en el biodeterioro de libros fundacionales del Museo Histórico de La Plata, realizando análisis microbiológico y prácticas preventivas. En medio de sus investigaciones, con la llegada de la pandemia, la irrupción del SArS-COV-2 hizo que Fazio comenzara a pensar en cómo detener la posibilidad de que el virus se instale en las obras patrimoniales.