MI CAMINO A LA CIENCIA
“Buscar fósiles es seguir siendo ese niño que fui”
El investigador del CONICET Ariel Méndez reflexiona sobre el quehacer del paleontólogo: reminiscencias entre la búsqueda del tesoro de su infancia y el hallazgo de evidencias que permiten conocer y entender la vida en el pasado.
A los cinco años podía pasar horas viendo cómo hacía una araña para atrapar una mosca. Decía que de grande sería veterinario, pero llegado el momento de elegir, supo que quería ser biólogo. En la actualidad Ariel Hernán Méndez se especializa en Paleontología de Vertebrados en el Instituto Patagónico de Geología y Paleontología (IPGP-CONICET), y desde allí cuenta su recorrido en el camino de la investigación científica.
Cómo nació su interés por la paleontología
De chico se la pasaba leyendo y viendo imágenes de animales salvajes en libros o enciclopedias de ciencias naturales que su papá le llevaba. “Recuerdo haber leído como mil veces unos fascículos del naturalista español Félix Rodríguez de la Fuente”, comenta Ariel. Sin embargo, no fue de esos niños que se la pasan jugando con muñecos de dinosaurios. Su llegada a la paleontología se dió como estudiante de la carrera universitaria, cuando un amigo le sugirió cursar esa materia y era tal el entusiasmo de la profesora que contagiaba a todos. “Ahí me di cuenta que sí ella amaba tanto esa profesión, realmente debía ser increíble”, expresa el paleontólogo.
El camino a la ciencia en el CONICET
En 2002, cuando se recibió de biólogo, anhelaba mudarse a la Patagonia para desarrollar su carrera científica, “porque ahí se hallaban los dinosaurios que soñaba encontrar”, confiesa Ariel. Sin embargo, fue en el Museo Argentino de Ciencias Naturales (MACNBR, CONICET) que encontró la oportunidad para iniciar su beca de doctorado en el año 2005. Y, aunque pausados, sus sueños de vivir y trabajar en el sur se hicieron realidad cuando obtuvo la beca posdoctoral en el Instituto de Investigaciones en Biodiversidad y Medioambiente (INIBIOMA, CONICET – UNCo) en Bariloche; finalmente lograba vivir cerca de donde estaban los dinosaurios. En 2014 ingresó como investigador en el Instituto de Investigación en Paleobiología y Geología (IIPG, CONICET-UNR) en General Roca y en 2018 se trasladó al IPGP en Puerto Madryn, donde trabaja desde entonces.
Ariel Méndez estudia la evolución de un grupo de dinosaurios carnívoros del Cretácico de Patagonia: los abelisáuridos, de los cuales el más famoso (y su favorito) es el Carnotaurus. “Esta especie tenía como particularidad protuberancias en la parte de arriba de la cabeza, con sus dos cuernos ubicados sobre sus ojos y una serie de escamas de hueso distribuidas por todo su cuerpo -explica y continúa-, además, tenían muchas estructuras en su columna vertebral que los hacían parecer muy rígidos y brazos extremadamente cortos, pero patas muy bien desarrolladas”. Otra característica importante era su “gran mordida gracias a una articulación especial en su mandíbula”, detalla el paleontólogo, quien también estudia a los megaraptóridos que, “al contrario de los abelisáuridos, tenían unos brazos y en especial las manos, muy desarrolladas con garras que llegan a medir más de 40 centímetros”
La importancia de la paleontología en el presente y el futuro
Para el científico, la información del pasado en la Tierra puede ofrecer un panorama de lo que podría suceder en el futuro. En ese sentido, “la paleontología permite conocer y entender cómo era la vida en la Tierra en tiempos remotos. Esto brinda información sobre la evolución de los distintos grupos de organismos y de la composición de los ecosistemas y cómo estos cambian con las condiciones del ambiente”. Y para dar cuenta de lo anterior, se encuentra el registro fósil que “da una idea de qué grupos permanecieron después de grandes eventos de extinción y brinda información útil para entender qué características permitieron la adaptación de los sobrevivientes a las nuevas condiciones del ambiente”, sintetiza.
El gusto por el quehacer científico
A Ariel le encanta su trabajo: “Estar comparando el hueso de un nuevo dinosaurio con el de otros ya conocidos, viendo semejanzas y diferencias”, comenta. Y también disfruta el trabajo de campo que consiste en “ir de campaña a buscar fósiles, pasar días en lugares alejados de la civilización, en contacto directo con la naturaleza y en compañía de colegas-amigos”. Además, celebra cuando lo convocan para dar charlas en escuelas o jardines de infantes “porque allí puedo ver ese interés genuino que tienen los chicos, con un brillo en sus ojos, cuando les cuento sobre cómo es encontrar un dinosaurio”, sostiene.
Lo que le resulta fantástico de la ciencia y la investigación al especialista es lo dinámico del conocimiento. En ese sentido, plantea: “Cada vez que creemos saber algo sobre un tema aparece un nuevo trabajo de investigación que cambia ese conocimiento que teníamos y que parecía fijado y es como que tenemos que barajar y dar de nuevo a la luz de esas nuevas evidencias”. Y, para dar cuenta de este pensamiento, cita a Florentino Ameghino: “Cambiaré de opinión tantas veces y tan a menudo como adquiera conocimientos nuevos”.
“Buscar fósiles es seguir siendo ese niño que fui -expresa el investigador- porque lo que hacemos los paleontólogos es como la búsqueda del tesoro: algo que está oculto hace millones de años y que, poder encontrarlo, genera una satisfacción absoluta”, y añade: “Eso sí, en mi caso nada de cosas microscópicas, cuanto más grande, con más dientes y con garras afiladas, mejor”.
Ariel Hernán Méndez participa de la actividad Ciencia en Juego del Programa VocAr, que tiene como objetivo promover el diálogo entre estudiantes y personas que se dedican a la investigación científica en el que todas las inquietudes, reflexiones y comentarios son bienvenidos. Se trata de una serie de etapas sencillas luego de las cuales los estudiantes entrevistan al especialista elegido. Entonces, ¿qué se le puede preguntar al científico? ¡Lo que quieran!
Por Florencia Verrastro