Vinculación tecnológica

Pioneros de la vinculación tecnológica

La red de vinculadores tecnológicos del CONICET se reunió para reflexionar y escuchar experiencias de referentes en la materia.


Mucho se habla de innovación y de emprendedorismo en la actualidad cuando las tecnologías y la modernización de los procesos y de sistemas de comunicación facilitan el diálogo y la interacción. Pero en la década del ‘60, cuando Internet ni siquiera asomaba como posibilidad, emprender proyectos de vinculación tecnológica era realmente toda una osadía. Sin embargo algunos hombres de la ciencia desafiaron la época y lograron lo que nadie imaginaba: enlazar la ciencia con la industria y desatar así un proceso totalmente innovador para la época.

“Es un lujo tener estos disertantes con nosotros; señores de la investigación aplicada que hoy nos explican el concepto de vinculación y su experiencia cuando el mismo aún no existía”, señaló el vicepresidente de Asuntos Tecnológicos del CONICET, Miguel Laborde, en referencia al encuentro de la red de vinculadores realizado el pasado 1 y 2 de diciembre, bajo la organización de la Dirección de Vinculación Tecnológica.

La reunión convocó al equipo técnico de la mencionada Dirección con el objetivo de avanzar en la definición objetivos y una metodología para encauzar una estrategia integradora junto a los vinculadores de las 16 oficinas de vinculación tecnológica que el Consejo tiene en diferentes centros de investigación de todo el país.

“El CONICET es un organismo público de generación de conocimiento y su deber es que ese conocimiento se lo apropie la sociedad, pero ocurre que esta tarea no está escrita en ningún lado, al menos en Argentina. Entonces aprovechar las experiencias de los que se arriesgaron a hacerlo es la mejor manera de empezar, y que luego esto sirva de base para dar un debate interno y ver cómo encaramos el tema y mejorarlo”, explicó Laborde respecto al objetivo de las jornadas.

El primer día fue de un perfil teórico y estuvo a cargo de Hernán Thomas, investigador principal del CONICET, director del Instituto de Estudios sobre la Ciencia y la Tecnología de la Universidad Nacional de Quilmes y docente universitario con amplia experiencia en esta temática.

La segunda jornada fue, quizás, el punto de inflexión donde varios de los participantes se replantearon su manera de promover la vinculación tecnológica escuchando el trayecto profesional de los investigadores y emprendedores que marcaron hitos en la historia de la ciencia en Argentina.

 

La palabra de los que marcaron el camino

Esteban Brignole, investigador superior (R) del CONICET en la Planta Piloto de Ingeniería Química (PLAPIQUI, CONICET-UNS); Héctor Otheguy, gerente general de la empresa estatal rionegrina INVAP; Roberto Hernández, Presidente de La Te Andes S.A., y Alberto Scian, investigador principal del CONICET y director del Centro de Tecnología de Recursos Minerales y Cerámica (CETMIC, CONICET-CIC), contaron al auditorio sus experiencias en transferencia tecnológica.

Brignole fue uno de los creadores del PLAPIQUI, “uno de los mejores institutos de Latinoamérica en ingeniería química”, afirmó Miguel Laborde. “Empezamos siendo estudiantes en el año 1960 con una ideología que no hemos perdido en más de 50 años, y es ciencia y tecnología para el desarrollo”, aseguró Brignole.

El PLAPIQUI nació con la idea de constituirse en un centro de formación de postgrados de excelencia, pero luego de atravesar varias crisis y con la llegada del gobierno democrático surgió un debate interno entre sus integrantes: si continuar con su objetivo fundacional o cambiar hacia una visión más enfocada en la vinculación de la ciencia, el Estado y la industria como ya venía pregonando Jorge Sábato, el reconocido tecnólogo que promovió el pensamiento latinoamericano en ciencia y tecnología.

Los investigadores radicados en Bahía Blanca llegaron a la conclusión de que se necesitaba un gran protagonismo del Estado para contar en el país con desarrollos tecnológicos propios e interacción con la industria. “Eso nos llevó a concentrarnos en ejes tecnológicos como petroquímicos basados en gas natural y producción de polímeros termoplásticos, algo que era totalmente novedoso en la ciudad”, explicó Brignole.

Luego de repasar la historia del PLAPIQUI, otro caso de referencia en Argentina por su envergadura y excelencia tecnológica fue relatado por Héctor Otheguy, gerente general desde hace 18 años de la empresa INVAP.

INVAP fue creada en la década de 1970 a partir de un convenio firmado entre la Comisión Nacional de Energía Atómica de Argentina (CNEA) y el Gobierno de la Provincia de Río Negro. Es una empresa dedicada al diseño y construcción de sistemas tecnológicos complejos; entre sus desarrollos más icónicos se encuentran satélites – como el emblemático ARSAT-, reactores nucleares, radares, centros de medicina nuclear, TV digital, turbinas eólicas y otros. “Donde hay una necesidad o un problema, nosotros tratamos de brindar una respuesta tecnológica”, explicó a los vinculadores.

Resumir en una hora la experiencia de casi 40 años fue un desafío para el orador. El repaso por la historia de la empresa incluyó los trabajos realizados en otros países mediante licitación internacional como los casos de la fabricación de reactores para Australia y Argelia. “Son ejemplos que demuestran el nivel competitivo y la capacidad a la que llegamos en Argentina en el desarrollo y ejecución de proyectos complejos”, manifestó Otheguy.

Asimismo destacó que “hoy estamos entre los cuatros países que competimos en licitaciones internacionales a partir de los desarrollos que hacemos”, aclarando que “nada de esto hubiera sido posible sin una política nacional que acompañe y que permita planificar a mediano y largo plazo”.

Hacia el final llegó la hora de Alberto “Tito” Scian, quien explicó diez casos concretos de transferencia de tecnología que se desarrollaron en el CETMIC, un centro de investigación líder en el desarrollo de materiales cerámicos, refractarios y aplicaciones tecnológicas de arcilla.

“No es fácil amoldarnos a lo que el empresario quiere que le resolvamos y dejar de lado lo que nosotros le queremos vender”, expresó en el inicio de su charla. Si hay algo en lo que el CETMIC puede dar consejos es en transferencia; en su recorrido ha sabido sopesar innumerables situaciones que expusieron a sus investigadores a nuevos interrogantes que los han dirigido no siempre del paper al desarrollo – como ocurre en la mayoría de los casos-, sino que muchas veces fue a la inversa, comentó el investigador.

La experiencia de dicho Instituto remite a la fabricación de sensores cerámicos, circuitos cerámicos para la electrónica, fibra óptica, herramientas de corte, materiales inteligentes que protegen de los rayos, catalizadores de autos y de la industria petroquímica e infinidad de aplicaciones. “Desde el origen del CETMIC en 1977, con la dirección del Dr. Teodoro G. Krenkel, nuestra función fue siempre la misma: que sea un centro de desarrollo tecnológico que haga investigación para hacer tecnología y ciencia aplicable”, observó Scian.

 

La Te Andes: un caso de empresa de base tecnológica

Desde hace años el CONICET promueve la conformación de empresas de base tecnológica en asociación con emprendedores y/o capitales privados. Estas empresas tienen como fin explotar nuevos productos y/o servicios a partir de resultados de investigación científica, y su principal ventaja competitiva el contar con capacidad para generar y transferir tecnología.

Bajo esa premisa hace un año se creó en Salta la empresa Late Andes S.A. que opera en el campo de Termocronología integrada por la empresa GEOMAP S.A. y el CONICET, y con la colaboración de importantes instituciones del sistema científico tecnológico nacional y del exterior.

Roberto Hernández, presidente de La Te Andes, comentó su experiencia de llevar adelante una empresa de la mano del CONICET. “Este proyecto nació de un problema; por cada 100 pozos de petróleo que se abren sólo el 20 por ciento son exitosos. Entonces nos propusimos disminuir al máximo los riesgos de inversión en los sistemas de exploración de gas y petróleo”, comentó el empresario.

Fue así que Hernández se presentó a una convocatoria del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva para armar una empresa de base tecnológica. “Concebimos a la tecnología como una herramienta, no como un fin, ya que el fin es el conocimiento. Nuestra riqueza es la materia gris, somos nosotros mismos, el conocimiento de los investigadores y el de los geocientistas”, describió y añadió: “Más allá de la inversión del capital, lo que importa es ponernos en valor pero no a través de un paper o de un curriculum sino a través de la capacidad de trabajo y de interpretación de datos para ofertar un resultado a la industria del petróleo que baja los riesgos de la inversión”.

La visión innovadora del empresario reconoce en el proceso la figura de los “conectores”. Él los definió como “actores que facilitan la transferencia tecnológica y la solución de los problemas técnicos de fondo”. Difícilmente pueden ser científicos, más bien “son el lazo entre la industria y la ciencia y se los debe escuchar”, observó.

Pero durante su relato también llamó a la reflexión sobre el rol de los investigadores. “El científico debe entender que lo importante es el otro, es el proceso social-productivo para lo cual la sociedad lo estructura para este fin, y esto no quiere decir que se lo único ni lo más importante ya que la creatividad para llegar a resultados originales también lo es”, opinó.

Por último, Hernández resaltó el valor de la asociación público-privada que dio origen a La Te Andes. “Esta asociación con el Estado es un orgullo para mí y hay que entender que no sirve el concepto de trabajo unipersonal. Todos tenemos, en todas las profesiones, un gran componente de gestión social porque somos con y para el otro; si no entendemos ese concepto no entendemos la base de la convivencia social, y esa es la base de porque nos asociamos con CONICET”, expresó en uno de sus últimos pasajes de su alocución.

 

Por Ingrid Lucero Parada