SERIE DIDÁCTICAS

Tecnologías digitales en el aula

El becario Alejo González analiza y explica cómo la didáctica de la lengua y literatura se relaciona con los consumos culturales actuales.


La Didáctica de la Lengua y la Literatura suele definirse como una disciplina dedicada a estudiar la enseñanza de los objetos de conocimiento de esta área y a generar intervenciones para las prácticas de enseñanza docente. Es frecuente que se la conciba como la combinación de métodos y contenidos disciplinares que se van actualizando a medida que pasa el tiempo y las disciplinas van cambiando.

Las definiciones en torno a esta disciplina están en disputa y pueden variar según los posicionamientos adoptados por los docentes y los especialistas, y según el ámbito institucional de trabajo e investigación, los espacios de poder, entre otros.

“Es un campo en el que algunas voces resultan más dominantes y otras más residuales. En el grupo de investigación del que participo nos alejamos de las definiciones dominantes en el campo y trabajamos desde una perspectiva etnográfica, ubicando como objeto prioritario el trabajo docente en el cotidiano escolar”, explica Alejo González, becario postdoctoral CONICET en el Instituto del Desarrollo Humano de la Universidad Nacional de General Sarmiento, doctor en Ciencias de la Educación por la Universidad de Buenos Aires, magíster en Tecnología Educativa y docente de la Universidad Pedagógica Nacional.

En el caso de su investigación, suele apreciar que las instituciones y los dispositivos de formación docente, apoyados en el currículum oficial, les piden a las y los docentes de Lengua y Literatura que abran blogs, publiquen, hagan que los alumnos y alumnas circulen sus producciones en distintas plataformas, produzcan contenido en formato de memes, escriban fanfiction y hagan microblogging,  en el marco de metodologías como el aprendizaje basado en proyectos.

“Esto tiene que ver con los modos en los que los especialistas han producido las reformas educativas de las últimas décadas, la forma en que se ha entendido a las y los alumnos en la escuela y en la letra legitimada de los saberes pedagógicos oficiales”, explica González y añade: “El problema es que en muchos casos, los docentes mismos no le encuentran sentido a esas prescripciones. Ese ‘hacer’ o ‘producir’ con tecnologías digitales puede tensionar el trabajo docente”.

Reconocer este problema es el punto de partida para empezar a pensar las transformaciones culturales que ingresan en el aula en relación con los modos en que cada alumno y alumna les asignan sentido.

 

Tecnologías digitales

La Didáctica de la Lengua y la Literatura toma como uno de sus objetos centrales la enseñanza de los saberes disciplinares, pero cuando se estudian haciendo foco en lo que sucede en la enseñanza de educadores y sus estudiantes, también entran a jugar allí diferentes saberes que ambos llevan a la escuela y que vale la pena indagar para comprender a los alumnos como sujetos culturales.

“Mi investigación busca reflexionar sobre las tecnologías desde las apropiaciones que hacen los sujetos en la escuela y sus consumos”, asegura González. Para esto considera que esas apropiaciones no son simplemente voluntarias, sino que también llegan al aula como demandas del sistema educativo, las instituciones escolares, las madres y los padres, los medios de comunicación, las empresas y el sector de las Big Tech, entre otros. “Forma parte del trabajo docente efectivo negociar con estas demandas para seguir educando”, agrega.

“En mi investigación me refiero a las tecnologías digitales específicamente en términos de las prácticas y los consumos culturales que desarrollan los sujetos en medios digitales y me centro en cómo docentes y estudiantes se apropian de esas prácticas y consumos cuando enseñan y aprenden lengua y literatura en la escuela”.

“Traer la cultura digital como parte del currículum de la escuela y la enseñanza es una búsqueda muy valiosa. La cuestión es para qué y cómo. Muchas veces se pone mucho énfasis en que las y los alumnos aprendan nuevas habilidades funcionales −a veces denominadas prácticas− como son editar videos e imágenes de calidad, escribir y publicar en blogs, administrar contenidos, diseñar narrativas para distintas plataformas y buscar fuentes confiables de información. Hay saberes escolares que hacen al trabajo y la enseñanza de los y las docentes; saberes en los que han sido formados y que también se encuentran inscriptos en los diseños curriculares, las planificaciones y que hacen a las tradiciones de la escuela. Estos saberes también pueden ser valiosos para pensar la cultura digital y es problemático que el impulso por emular las prácticas que se desarrollan en medios digitales termine por desplazarlos”, advierte González.

 

¿Cómo trabajar esta disciplina en el aula? 

Pese a muchas afirmaciones con fuerte circulación, González considera que no hay metodologías universales que permitan responder a la pregunta sobre cómo enseñar lengua y literatura. Su investigación se centró en la provincia de Buenos Aires y la ciudad de Buenos Aires.

“Varios profesores con los que trabajé optaron por negociar las demandas de integración de tecnologías incorporando a sus clases distintas formas de discusión sobre consumos culturales en medios digitales. En lugar de considerar que esos consumos eran menores, optaron por volver sobre ellos como parte del diálogo sobre las transformaciones que observaban en la cultura y que entendían valía la pena abordar en relación con los saberes tradicionales del área de lengua y literatura”.

“Una de las experiencias más interesantes que pude observar durante mi trabajo de campo la llevó adelante una docente de Literatura de provincia de Buenos Aires que les propuso a sus alumnos y alumnas pensar la producción, circulación y recepción de la literatura en relación con los procesos de datificación que desarrollan las plataformas digitales cuando miden los consumos y gustos de sus usuarios. Para ello, charló con ellos sobre el modo en que Netflix había creado series como Stranger Things y House of Cards, utilizando los comportamientos y valoraciones de sus usuarios para seleccionar actores, crear personajes y narrativas acordes a sus gustos. Luego, le propuso al grupo realizar una encuesta y medir los gustos de otros cursos de la escuela. A partir de esto, los alumnos diseñaron Booktráilers que apuntaban a promocionar libros en función de los resultados de la encuesta”.

“Lo interesante allí fue la forma en que la docente negoció la tensión entre enseñar los saberes sobre el área de Literatura e incorporar consumos culturales que entendía era valioso pensar desde la escuela, en el marco del proyecto”, explica.

La docente, cuenta el becario doctoral, introdujo distintos momentos de discusión para reflexionar sobre los géneros literarios, sus rasgos, los efectos que producían en los lectores, los procedimientos formales mediante los cuales buscaban producir esos efectos, las diferencias entre los géneros literarios y audiovisuales, los problemas y desafíos que involucraba vender un libro −una mercancía, en definitiva− a través de un formato no tradicional destinado a seducir a sujetos más habituados a consumos audiovisuales en plataformas.

Los y las estudiantes exploraron, así “la dimensión material-mercantil de la literatura, sus nuevos modos y medios de circulación, los géneros que son utilizados para venderla y que también suponen modos particulares de leerla, entre otros. Todos ellos saberes que al mismo tiempo que se inscriben en la enseñanza de la literatura, contemplan los desafíos involucrados en las prácticas de la cultura digital”.

El científico finalmente resalta que es importante pensar en qué dispositivos, materiales y recursos precisan y tienen disponibles los docentes y alumnos según las necesidades y objetivos de las escuelas, las jurisdicciones y territorios. Esto también implica “volcar una mirada más federal, local, y menos banalizadora del mundo escolar como a veces se observa en las políticas educativas y la formación docente”.

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