CIENCIAS EXACTAS Y NATURALES
Paleontólogos descubren a Maip: el enorme depredador carnívoro que fue uno de los últimos dinosaurios antes de la extinción
El hallazgo de los científicos del CONICET fue publicado en Scientific Reports.
Un equipo de científicos del CONICET del Museo Argentino de Ciencias Naturales “Bernardino Rivadavia” (MACN) descubrió, en la provincia de Santa Cruz, los huesos del megaraptórido más grande conocido hasta el momento. Se estima que este ejemplar carnívoro, en cuyo hallazgo participaron además dos paleontólogos de Japón, habría vivido en la Patagonia en la época anterior a la extinción de los dinosaurios -el denominado Período Cretácico-, hace casi setenta millones de años. El hallazgo de esta especie, que por sus características fue bautizada con el nombre Maip macrothorax, acaba de publicarse en la revista Scientific Reports.
“Con Maip le ganamos a la pandemia”, dice el paleontólogo del CONICET Fernando Novas, jefe del Laboratorio de Anatomía Comparada del MACN y líder del equipo que colectó los huesos de Maip en cercanías a El Calafate días antes de que se desatara la pandemia mundial debido al coronavirus, a mediados de marzo de 2020. Una vez decretado el aislamiento social y preventivo obligatorio, el equipo de treinta paleontólogos y técnicos que se encontraba en pleno viaje de campaña, realizando las exploraciones y excavaciones en la zona, tuvo que interrumpir su tarea. Quedaron aislados en El Calafate, a 2700 kilómetros de Buenos Aires, hasta que pudieron regresar. De vuelta en sus casas, se dividieron las muestras que habían colectado en el campo y continuaron, cada uno desde su hogar, con el proceso de preparación de los fósiles y su posterior estudio. “Si bien la pandemia nos impidió regresar a nuestro lugar de trabajo, pudimos continuar con el análisis de los rasgos morfológicos de Maip sin inconvenientes”, dice Novas, con orgullo.
Las características que encontraron en este nuevo dinosaurio resultaron muy novedosas: los paleontólogos descubrieron que Maip tenía entre nueve y diez metros de largo y un peso de aproximadamente cinco toneladas. Para soportar dicho peso, su columna vertebral estaba compuesta por enormes vértebras interconectadas por un complejo sistema de músculos, tendones y ligamentos, que el equipo pudo reconstruir a partir de observar una serie de rugosidades y estrías en sus regiones articulares. Ese sistema, infieren los científicos, le permitía al animal mantenerse erguido sobre sus patas traseras mientras caminaba o corría.
“Los huesos de Maip nos ayudaron a entender mejor la anatomía de los megaraptores. Pertenecen a una familia cuyo esqueleto no era como el de un tiranosaurio, grande pero pesado, sino que eran animales ligeros. Es decir que sus huesos no eran macizos sino que presentaban una gran cantidad de huecos internos que los hacían mucho más livianos, algo así como un ladrillo hueco comparado con uno macizo –explica el becario del CONICET Mauro Aranciaga Rolando, primer autor del artículo-. Además tenían cola larga y patas largas, lo que también corrobora que eran animales relativamente ágiles. Lo más característico de estos dinosaurios son sus brazos: largos, gigantes, rematados por unas garras de hasta treinta y cinco centímetros de largo, con las que inferimos que agarraban y despedazaban a sus víctimas. Eran su arma principal, ya que sus dientes eran afilados pero pequeños”.
Los paleontólogos ya tenían cierta información sobre la familia de los megaraptores: el primero de los hallazgos de este grupo de dinosaurios fue Megaraptor namunhuaiiquii, descubierto en 1996 por Novas en la provincia de Neuquén, al que le siguieron los descubrimientos de nuevos megaraptores en Australia, Japón y Tailandia. “Cuando tuve la fortuna de descubrir al primer megaraptor en Neuquén fue un impacto grande”, recuerda Novas, “porque se trataba de un enorme carnívoro que tenían manos provistas de garras de unos cuarenta centímetros de largo. Algo nunca antes visto. Después se descubrieron parientes más pequeños de esta especie en Australia. Luego también en otras regiones de la Patagonia, y se fue ampliando la familia de estos peligrosos depredadores. Estos hallazgos se completan con Maip: ahora tenemos a uno de los más grandes, robustos y de los últimos que vivieron en la zona antes de la extinción masiva de fines del Cretácico”, advierte el científico.
El nombre de Maip fue elegido por Aranciaga Rolando. La elección tuvo que ver con que “proviene de un ser maligno de la mitología Tehuelche que habitaba en la cordillera y mataba usando el frío. Justamente, el hallazgo de Maip se produjo al sur de El Calafate, desde donde se aprecia la fastuosa Cordillera de los Andes, un lugar de temperaturas muy frías. Además, para los tehuelches, Maip representaba la sombra que deja la muerte a su paso, mientras que nosotros imaginamos que, durante el Cretácico, este gran depredador con su enorme tamaño habría provocado algo similar”, explica el becario. El término macrothorax, por su parte, hace referencia a la enorme cavidad torácica que poseía este dinosaurio.
Maip fue hallado en una zona muy particular: la Estancia La Anita, ubicada a pocos kilómetros de la localidad de El Calafate. Un territorio que, setenta millones de años atrás, era muy diferente: “Era un ecosistema cálido –describe Novas-. Había caracoles acuáticos y terrestres, plantas de muy distinta filiación, era un bosque, casi una selva, con charcos, lagos, arroyos, y diversas criaturas como ranas, tortugas, peces, aves pequeñas y mamíferos. La cordillera de los Andes todavía no se había elevado. De todos esos organismos que vivían en ese entonces fuimos colectando restos fósiles, y ahora, con Maip, agregamos a un super depredador, lo que nos permite ir completando la pirámide alimenticia.”.
Este lugar, que era tan distinto hace setenta millones de años, fue para el equipo de investigación un paisaje de ensueño. “Cuando estamos de campaña, la oficina de la paleontólogos muchas veces se traslada temporalmente a un lugar hermoso, y este fue el caso”, admite Aranciaga Rolando. “Hoy es un lugar rodeado de montañas enormes, glaciares, lagos, que demanda que tengamos que caminar muchas horas en condiciones climáticas extremas, pero estando allí, mientras excavábamos para sacar a este dinosaurio que estuvo setenta millones de años enterrado y mirábamos el Lago Argentino, sentíamos una plenitud increíble”. Novas coincide: “Es un sitio que hoy tiene una vista extraordinaria, un paisaje digno de una película de El señor de los anillos. Desde lo alto del filo, uno puede divisar el Glaciar Perito Moreno, distintos picos montañosos como las Torres del Paine o El Chaltén. Y este sitio es un lugar privilegiado, además, porque nos permite ir conociendo cada vez mejor a los distintos integrantes de ese ecosistema que se desarrolló al sur del Calafate. Es un tesoro fósil que recién comenzamos a descubrir y comprender”.
Y si bien el esqueleto de Maip brinda mucha información, todavía quedan muchas preguntas sin respuesta. “Aún desconocemos varias partes del esqueleto de este animal, como el cráneo y los brazos, por eso mismo pensamos volver al lugar para buscar más fósiles”, adelanta Novas. Por su parte, Aranciaga Rolando agrega que “los megaraptores son predadores bastante enigmáticos, y si bien Maip nos ayudó a atar varios cabos sueltos, en especial sus relaciones de parentesco con otros dinosaurios carnívoros, todavía quedan por dilucidar aspectos de su comportamiento de caza, por ejemplo cuáles habrían sido sus presas favoritas, entre otras cosas”. Para contestar estos interrogantes, los paleontólogos ya están planificando una próxima expedición, que esperan concretar a comienzos del 2023, con el fin de recabar más datos de estos antiguos habitantes del sur patagónico.
Equipo de investigación:
Mauro Aranciaga Rolando, becario doctoral del CONICET en el MACN
Matías Motta, becario doctoral del CONICET en el MACN
Federico Agnolín, investigador del CONICET en el MACN
Fernando Novas, investigador del CONICET en el MACN
Makoto Manabe, científico del National Museum of Nature and Science de Tokio
Takanobu Tsuihiji, científico del National Museum of Nature and Science de Tokio
Por Cintia Kemelmajer