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Para conquistar nuevos espacios, el Don Juan de Molière, peregrino, frecuenta estratos de la sociedad que le son ajenos y que le están subordinados. Pero si la sociedad descripta mantiene un sistema de prebendas y de prerrogativas injustas, la clase baja no entiende los códigos que animan la conducta de la clase alta. Esta incomprensión de los códigos del grand seigneur méchant homme lo ponen al borde del ridículo: usted habla como en un libro, le dice la campesina Carlota, y Pierrot se pregunta por qué lleva el noble tantos moños en la ropa. Este desajuste que ubica al personaje mítico en un mundo donde el ridículo y el juicio cómico son posibles, lo desrealiza, lo hace menos Don Juan, y pone en jaque la dimensión trágica de la figura.

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