BECAS
MOLINA Manuel
congresos y reuniones científicas
Título:
Jorge Bonino: ¿performer?
Autor/es:
MANUEL MOLINA Y GUILLERMINA BUSTOS
Lugar:
Córdoba
Reunión:
Jornada; Primeras Jornadas de Danza Contemporánea en Córdoba | Acción y pensamiento; 2012
Institución organizadora:
Facultad de Artes, UNC
Resumen:
A partir de su inserción en el Di Tella en 1966 es cuando Bonino entra con seguridad al mundo del arte, cuya posteriores recuperaciones asocian a sus payasadas algunas categorías hegemónicas de la neovanguardia. Un caso es el escrito Bonino aclara ciertas dudas. Performance y Narrativa de Mariana Robles donde confina los espectáculos de Bonino en la categoría de “obra performática”. Dice el historiador cordobés Marcelo Nusenovich que tanto la performance, como también el happening trabajan con los conceptos de acción y participación. La Performance, del inglés “actuación” o “ejecución”, consiste en un “acto” generalmente planificado ante un público que se mantiene en una condición prefijada; la acción corporal del artista invita al espectador a retroceder hacia ciertas fuentes primordiales, pre-verbales, mediante el lenguaje del cuerpo. Por el contrario el happening, del inglés “acontecimiento”, supone la inmersión y total confusión del público dentro de un espectáculo interdisciplinario (como la fiesta); se lo consideraba el proceso de culminación por el cual se incorpora la realidad al arte. Valdría considerar a Bonino, como lo ha hecho Robles, como un performer. El obsesivo uso de la valija, del mapa y de la pizarra en su espectáculo y la decisión de trabajar en base a «ideas madres» (como él mismo llamaba a aquellos efectos que quería lograr) constituyen marcas propias del genero performance en tanto dan cuenta de una cierta voluntad de ordenamiento, y no de un genuino acontecimiento, puramente azaroso. Esta voluntad fue in crescendo a medida que Bonino ganaba reconocimiento y que su espectáculo acumulaba cada vez más capital simbólico y material: luego de un tiempo en el Di Tella, Jorge se vio obligado a sistematizar y programar el espectáculo, siguiendo a su amigo Eric King. Se necesitaban fichas que estructuren el espectáculo para organizar la iluminación y el sonido. La pura improvisación duró sólo las primeras semanas. Ya en su segundo espectáculo en el Di Tella, Asfixiones o enunciados, esta voluntad programática parece hacerse más palmaria: «alguna gente –dice Bonino en la entrevista que le hace Kamenszain- me había criticado que yo tenía miedo de hablar normalmente en castellano al usar aquel lenguaje inentendible. Entonces me dije: voy a poner una obra en la que hable todo el tiempo normalmente, pero que en el fondo no diga nada». A ello ha de sumársele el componente azaroso de sus espectáculos: improvisaciones, nuevas palabras, exabruptos, hechos inesperados, no-programados. Lo único programado es el espacio para la ocurrencia y la imaginación. «¿Cómo programar algo que era improgramable?» –se pregunta King-. «Todo lo improvisaba: jamás adoptó la forma del libreto», afirma Libertella. En París trabajó un tiempo en el espectáculo comandado por la actriz francesa Elizabeth Wiener. Cuenta Bonino que «(…) llegaba en un taxi de dar mi función, cargando mi valijita y ya vestido. Ellos en general ya habían empezado la función, yo los saludaba naturalmente, y me metía en la obra. A veces me quedaba callado un largo rato, otras observaba al público, otras me ponía un guante durante varios minutos, o escribía a máquina lo que decían los otros actores o me miraba un pie». Otra noche en Suiza, Bonino se sentía muy loco y decidió no actuar: al subir al escenario para comunicarle al público que les devolvería la entrada, la gente creyó que era parte del espectáculo, y no se movió para nada. Entonces hizo subir a un grupo de observadores de la primera fila para charlar con ellos, luego les dio directivas para que copiaran en un pizarrón la escenografía que él iba moviendo sobre el escenario y las pintaran de distintos colores; el público quedó finalmente encantado. Recuerda Salzano que Bonino «te sacaba a la calle a desfilar, un dos un dos, todos detrás de una bandera diseñada por el mismo que incluía cañones, delfines, dragones y peroncitos» . Las payasadas de Bonino que fueron institucionalizadas en el marco de la neovanguardia de los sesenta en nuestro país y afuera, pueden ser pensadas como performance, pero también como happening y como arte conceptual en un sentido amplio. Estas tres líneas de neovanguardia pusieron de manifiesto en su momento cierto potencial crítico, que aparece igualmente en las obras de Bonino, a saber, la subversión de las categorías tradicionales de autor-obra-receptor: (i) la desmaterialización del objeto artístico, supuso el desplazamiento de los soportes tradicionales hacia estrategias de materialización alternativas, efímeras y extra-artísticas cuyo fin fue evitar la fetichización y la mercantilización de la obra de arte, (ii) ergo, el Autor-Dios se desvaneció porque dejó de existir un objeto o artefacto en el cual el sujeto se ve alienado, sobre el cual el genio deja sus huellas y su toque de originalidad patriarcal, (iii) simultáneamente la contemplación y la fruición estética dejaron de ser el espacio de recepción previsto para el espectador, que ahora se ve interpelado para interactuar desde otros frentes menos pasivos. Lo que hacía Bonino sólo era posible en el encuentro con otros.