LAS ISLAS DESDE EL CONOCIMIENTO

Las cosas que perdieron (y encontraron) en el fuego los veteranos de Malvinas

Un proyecto liderado por el arqueólogo del CONICET Carlos Landa se centra en los objetos como disparadores de la memoria alrededor del conflicto bélico de 1982.


El cerebro no es el único lugar donde se aloja la memoria: un objeto también puede ser un yacimiento de recuerdos. Con esa certeza, un equipo de arqueólogos del CONICET convocó a un grupo de veteranos de Malvinas y los invitó a rescatar objetos que los ligaran a sus vivencias en torno al conflicto bélico. Podían ser presentes o evocados: cosas que trajeron del combate o que hayan quedado en las islas, pero que hubiesen querido traer con ellos y que fueran parte de sus historias, imaginarios e identidades alrededor de la experiencia de la guerra. Cascos, biromes, balas, uniformes militares o telegramas fueron parte del tesoro rescatado del olvido. Hasta un mate hecho con una granada. “Al enfocarse en los objetos –asegura el científico del CONICET Carlos Landa, artífice del proyecto y coordinador del Instituto de Arqueología de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires (UBA)- vimos cómo se corrían de los relatos que cuentan desde hace cuarenta años y emergían cosas que nunca habían contado”.

El proyecto, cuya coordinación se completa con el arqueólogo del CONICET en la Escuela de Antropología de la Universidad Nacional de Rosario (UNR), Juan Leoni, y el historiador de la UBA, Sebastián Ávila, comenzó en 2020. El equipo se completa con antropólogos, comunicadores sociales y comunicadores audiovisuales. Ya llevan realizadas más de sesenta entrevistas semiestructuradas y persiguen el objetivo de concretar al menos cien. “La idea es generar una muestra representativa del conflicto de Malvinas –advierte Landa-. En algo tan difícil de abordar como es una batalla, donde hay humo, sangre, balas, el testimonio en primera persona nos permite ir armando un rompecabezas completo de esa batalla a partir de los relatos. Ubicarlos espacialmente, en cartografías participativas que estamos elaborando a partir de las entrevistas, para poder conocer con mayor riqueza qué es lo que sucedió en combate”. El carácter interdisciplinario del proyecto, agrega Landa, es un punto crucial en este sentido: “Si nos centráramos en una sola disciplina la información sería sesgada. La arqueología tiene mucho que aportar a la historia, a la antropología, a la sociología y, en este caso, también a los estudios del paisaje”.

 

Un campo minado de objetos

Landa nunca había abordado en sus investigaciones un conflicto armado reciente: se dedicaba, como arqueólogo, a analizar conflictos del siglo XIX desde una perspectiva arqueológica-antropológica en sitios de la provincia de Buenos Aires y La Pampa: tanto él como Leoni analizaban batallas como las de La Verde, Cepeda o de la Vuelta de Obligado. La relación que había tenido con Malvinas era anecdótica: durante la guerra él tenía siete años. Apenas conservaba algunos recuerdos sobre el fervor que había en las calles, la carta que le había escrito en segundo grado, a pedido del colegio, a un soldado en combate, o el momento en el que se recibió a los veteranos una vez que la guerra terminó. “En los trabajos relacionados con el siglo XIX yo solamente podía analizar los restos materiales y documentales. Estudiar Malvinas, con sus protagonistas y sus testimonios tan intensos, para mí fue revelador”, confiesa Landa.

La idea de este proyecto le llegó a través de Ávila, un historiador de la UBA que, en enero de 2020, luego de viajar a las Islas Malvinas, tuvo una epifanía. “Había viajado por mi cuenta para conocer el territorio de la batalla y lo que es hoy Malvinas, y me encontré algo que no esperaba. Por todos lados donde caminaba estaba lleno de objetos que claramente podemos referenciar desde nuestra cultura –recuerda Ávila-. Era un museo a cielo abierto. En Monte Longdon, por ejemplo, todavía se encuentran no solo objetos referidos a la batalla sino objetos que uno claramente ve que tienen que ver con los soldados de manera personal”. Rápidamente, Ávila se vio interpelado. Se dio cuenta que esos objetos formaban parte de los insumos de lo que hoy se conoce como “turismo de campo de batalla” y que eran utilizados para que los turistas que llegaran a las islas –suelen llegar desde Japón, Nueva Zelanda y otras partes del mundo a través de cruceros- conocieran qué pasó durante la guerra. “Encontrarme con esa situación me sublevó –recuerda Ávila-. Al volver de Malvinas empecé a ver formas para darle tratamiento a esto. Desde la historia yo no estudiaba los objetos, así que me acerqué al grupo de arqueología de campos de batalla de Carlos y Juan y empezamos a pensar de qué manera hacerlo”.

Fue entonces cuando se les ocurrió pedirle a un grupo de veteranos de Malvinas que trajeran sus propios objetos, sin necesidad de ir a las islas para recolectarlos. “A los veteranos los abordamos a través de una serie de entrevistas semiestructuradas con foco en los objetos –dice Ávila-. La propia entrevista nos fue revelando una táctica de develar historias detrás de los objetos. Tuvimos casos de veteranos que sacaron cajas cubiertas de polvo para mostrarnos a nosotros objetos que no habían sacado desde 1982”. La estrategia, durante la entrevista, era preguntarles, primero, por objetos que recordaran de su infancia. “La idea era arrancar con temas que no estuvieran vinculados a la guerra –añade Landa- e ir primero a su historia de vida. Eso los descolocaba”. Entonces aparecían historias de autitos de carrera, pelotas, kartings, incluso objetos militares lúdicos como pistolas de juguete o sables. “Hablar de su infancia nos permitía descentrarlos, hablar sobre cómo los seres humanos nos relacionamos con los objetos en general y luego dirigir la entrevista hacia su relación con los objetos ligados específicamente a algo tan traumático como la guerra”.

A través de esas entrevistas, Landa resalta que “descubrimos que el testimonio tiene una potencia conmovedora y permite generar un archivo histórico distinto. Nos permitió conocer de primera manera cosas que, si no deberíamos inferir, en un futuro, cuando los veteranos no estén más. Y si bien yo venía con entrenamiento en hacer entrevistas, estas me afectaron especialmente. A veces duraban hasta cuatro horas. Había una necesidad muy potente de hablar y de ser escuchados. En muchos casos descubrimos que era la primera vez que hablaban, incluso a 38 años de la guerra”.

Para Ávila, lo más llamativo fue descubrir que “a través de sus objetos, los veteranos defendían y resguardaban sus memorias, que durante mucho tiempo en lo social fueron ninguneadas. Además, veíamos en esa acción de guardar un objeto una decisión, porque cuando se dio la rendición en Malvinas, todo lo que fue armamento tenían que dejarlo, pero también sus objetos eran revisados antes de que se subieran a los barcos. Ellos tuvieron que pergeñar todo tipo de prácticas para poder llevarse los objetos. Y pasaba lo mismo con los objetos evocados. Ante la pregunta de ´¿te quedó algún objeto allá que quisieras recuperar?´ todos, absolutamente todos, tenían un objeto que querían recuperar. Algunos incluso pudieron volver a las islas y los reencontraron. Eso les sirvió como prueba de que lo que vivieron fue real. Significó un ancla para decir, ante la indiferencia, ´che, yo estuve acá´. Les permitió darle un contenido más real a la batalla, recuperar esa memoria de la noche, la oscuridad y los gritos que quedaron en su subconsciente”.

A partir de esta experiencia con objetos el grupo de arqueología de campos de batalla sumó otros dos proyectos ligados a Malvinas. Uno, dirigido por la antropóloga del CONICET Rosana Guber, se titula El rostro y la savia de la guerra de Malvinas. Organización social y política comparada del mando y la logística en dos combates terrestres y tiene como objetivo ubicarse como científicos presencial e intelectualmente en dos campos de batalla terrestres, Monte Tumbledown y Monte Longdon, donde sucedieron dos de las batallas más cruentas de Malvinas. La idea es obtener un conocimiento holístico de lo que sucedió durante el combate, realizando prospecciones y registros en el lugar de la batalla.

El segundo proyecto lo están desarrollando en conjunto con el Centro de Salud Mental de Veteranos de Guerra de las Fuerzas Armada. Es un proyecto de carácter único en el país, con pocos antecedentes mundiales similares en Estados Unidos y Gran Bretaña. Se trata de la participación de veteranos de Malvinas en prácticas y actividades arqueológicas dentro de un marco de índole terapéutica, evaluada en su potencial por profesionales de la salud. “La idea es ir con los veteranos a otros campos de batalla argentinos, como Vuelta de Obligado o Cepeda, para que en un marco de contención profesional se vinculen con sitios donde otros sujetos estuvieron en situación de combate, espera, angustia –explica Ávila-, y buscar en el acercamiento a experiencias similares un potencial terapéutico”.

Para Landa, todos estos proyectos tienen una importancia trascendental. “A partir de estos trabajos descubrimos que es importante que la ciencia aborde y haga hincapié en el estudio de Malvinas, no solamente en la parte del conflicto, que es lo que nos interesa a nosotros, sino para reducir el riesgo de que el tema caiga en la oscuridad –reflexiona el científico-. El arqueólogo cuando aborda un sitio, hace una tradicional excavación y va raspando la tierra. Así trae a la superficie algo que está pulsando por salir. Y Malvinas está siempre pulsando por emerger, es algo a lo que hay que darle luz, porque si no, algo que atraviesa a toda nuestra sociedad como fue este conflicto, tiene el riesgo de caer en el olvido”. 

Esta nota forma parte de “Las islas desde el conocimiento”, un proyecto que invita a mirar las Malvinas a través del prisma de la ciencia.

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Por Cintia Kemelmajer