DÍA NACIONAL DE LA MEMORIA
La represión de los cuerpos: una mirada de género sobre la dictadura
La historiadora Débora D´Antonio analiza lo que sucedió en las cárceles durante los años 70.
Las vísperas de la dictadura militar traían al país –no casualmente- una novedad: la institución de la primera cárcel de mujeres bajo el dominio directo del Estado Nacional. Corría octubre de 1975. Primero fue en un pabellón de la cárcel de Villa Devoto. Era una cárcel originalmente de varones que se fue ampliando, hasta que todas las presas políticas quedaron centralizadas allí. Antes de eso, las cárceles de mujeres como hoy las conocemos no existían: el encierro femenino sucedía en asilos de la congregación de monjas del Buen Pastor, en los que la resocialización pasaba por enseñar la lógica de lo supuestamente femenino: coser, cocinar, limpiar. Pero desde que se formó la primera prisión de mujeres, la forma del castigo se subvirtió completamente. Ya lejos de ser obligadas a limpiar, coser o cocinar, las mujeres presidiarias durante los años 70 fueron desfeminizadas. Desnudarlas empuñando armas de guerra, cortarles el pelo al ras, darles vestimenta carcelaria, prohibir el uso de paños de contención menstrual o el aseo personal someter a las que eran madres y a sus hijos pequeños a epidemias y condiciones de higiene paupérrimas fueron parte de la estrategia del gobierno militar en cautiverio, con el corolario de patologizarlas en su condición de género, tildándolas de “locas”.
“La locura, la virilización y el antimaternaje son atributos que resitúan a las presas políticas en un cautiverio ´simbólico´ que sobreviene de la necesidad de degradar su sexualidad y que se rearticula en clave de género con el cautiverio político disciplinario”, explica en su paper La sexualidad como aleph de la prisión política argentina en los años setenta la historiadora del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) Débora D´Antonio. En su trabajo desarrolló cómo la penalización de la condición de género y sexual en la prisión política fue el modo de ultrajar, doblegar y redoblar los efectos deshumanizantes, despersonalizantes y destructivos de la estrategia represiva. “Porque en esos años la dimensión de género –advierte la investigadora en ciencias sociales- fue un elemento constituyente de la tecnología disciplinadora del sistema penitenciario y del poder militar”.
El mote de “locas”, por ejemplo, sirvió para castigar su racionalidad política: “Fue una tachadura muy clásica, la misma tachadura que sufrieron las Madres de Plaza de Mayo por pedir por la desaparición de sus hijos. Eran unas locas porque reclamaban, porque hacían jarreos para golpear sobre las rejas todo el tiempo, lo que generaba la atención de los vecinos del barrio de Devoto”, dice D´Antonio entrevistada por CONICET, que fue tras las pequeñas pistas de género y estudió no solo las maneras del encierro sino también cómo el encierro fue utilizado por el aparato estatal represivo.
LA SEXUALIDAD COMO UN ALEPH
La investigadora venía pensando cuestiones vinculadas a las relaciones de género y la clase trabajadora, y motivada quizás por un motor más generacional –su niñez transcurrió durante la dictadura- decidió volcarse a pensar el encierro y la prisión estatal como tema desde el lente del género y la sexualidad. Porque en el ejercicio de la memoria de nuestro país, los más de seiscientos centros clandestinos de detención que funcionaron durante la dictadura militar han sido objeto de revisión en las instancias judiciales y en la palabra de las víctimas en numerosas ocasiones, pero muchos menos se habló de lo sucedido en las cárceles oficiales. Y no fueron precisamente un territorio ajeno a la represión: con una población de diez mil presos políticos -mil doscientas mujeres-, la prisión durante los años 70, según el prisma de la investigadora del CONICET, fue una piedra angular visible que sirvió para ocultar la actividad clandestina. Es decir: las prisiones –las de varones y la flamante cárcel de mujeres- funcionaron para el régimen militar como vidrieras ante los organismos de Derechos Humanos como Amnistía Internacional o la Comisión Interamericana de Derechos Humanos que les permitieron ocultar, en la misma operación y por ser un sistema represivo articulado, a los treinta mil desaparecidos.
Para el trabajo de campo, la historiadora se centró en las causas judiciales, en los documentos oficiales como el boletín del Servicio Penitenciario Federal, los diarios de la época y otros documentos que tuvieron durante mucho tiempo el carácter de reservado, pero sobre todo, en los testimonios orales. Realizó treinta entrevistas con ex prisioneros políticos en las que pudo reconstruir lo que les pasó en el cuerpo durante el encierro en las cárceles.
Más aún, no solo se centró en las estrategias desplegadas contra las mujeres, también estudió lo sucedido en materia de género sobre los presos políticos varones. “En su caso –repara D´Antonio- se fue fuertemente contra los atributos de una masculinidad entendida de modo tradicional como lo era el cuerpo joven, atlético y fuerte. Los militares se propusieron debilitarlo: en el penal de Rawson, por caso, se alimentaba a los varones con 400 calorías diarias, ración similar a la ofrecida en los campos de concentración de la Segunda Guerra Mundial. O se los obligaba a pasar 23 horas diarias acostados en los camastros de sus celdas. Eso provocaba debilitamiento de los músculos. Además, los varones sufrieron sistemáticas vejaciones por parte del personal penitenciario”.
A lo que sufrieron las mujeres y los varones, D´Antonio lo caracterizó como “desubjetivización”: parte del plan de destrucción de la subjetividad con la finalidad última de desarticular todo tipo de oposición política al interior de los penales. “En ese proceso de desubjetivización se puede ver el modo en que operó la represión de lo femenino y de lo masculino –dice en su paper-. A las mujeres presas ya no se intentó resocializarlas en roles de género tradicionales, sino desmaternalizarlas, desfeminizarlas y patologizar su sexualidad. En el caso de los varones, las acciones del personal penitenciario se dirigieron a desmasculinizarlos y a desvirilizarlos para desde allí ahondar en un derrumbe físico, político y moral”.
D´Antonio vislumbró cómo el objetivo del régimen de destruir ideológicamente a los presos políticos se enlazó con el del sistema sexo-género, en una destrucción subjetiva, yendo desde el ataque al cuerpo físico hasta el del cuerpo simbólico. Una política de destrucción de la subjetividad genérica que se practicó de manera oculta en el encierro, contradiciendo inclusive lo que las autoridades militares proclamaban en sus discursos públicos, como aquella en la que las madres eran pilares fundamentales de la familia. “La dictadura militar que se presentaba como garante de los roles de género y de la familia misma, en realidad no hizo más que alterar estas reglas en los espacios ocultos o semiocultos de la sociedad (…) La maternidad fue válida solamente para aquellas mujeres que no impugnaban el orden social”, escribe D`Antonio. En tanto a los varones se les intentó dominar obligándolos a prácticas que no se correspondían con el género masculino. “Los penitenciarios subvirtieron sus roles tradicionales –afirma la historiadora- y se asumieron como penetradores sexuales”.
Con su investigación, D´Antonio interrogó a los estudios en ciencias sociales, al vislumbrar que el carácter emancipatorio de la subversión de roles durante la dictadura no tuvo el carácter liberador que hoy en día se piensa a la dimensión performativa de género, sino todo lo contrario. “No se trata de negar que la desestabilización de una estructura sexo-genérica opresiva pueda ser efectivamente liberadora –concluye en su paper-, sino de subrayar que no todas las impugnaciones a esta estructura tienen en sí mismo un carácter emancipador”.
El nexo con el caso de Marielle Franco
“La experiencia de represión estatal de los 70 fue particular y acotada sin embargo hay elementos transversales del modo de disciplinamiento de los estados latinoamericanos que podemos encontrar en el presente”, advierte D´Antonio, haciendo nexo con el reciente asesinato de la concejal y activista de Río de Janeiro Marielle. “Por caso, es un asesinato para disciplinar por género, se disciplina a una mujer activista con inquietudes políticas muy incómodas para el poder blanco y heteropatriarcal de Brasil. ¿Cuán distinto es ese ataque al de las Madres de Plaza de Mayo o al de las presas políticas? El asesinato de Marielle es un ejemplo que nos dispone otras preguntas: las preguntas por el feminismo negro, por el feminismo lésbico, por reactualizar otra vez la posición del Estado contra quienes están dispuestas a luchar por sus ideas”.
Por Cintia Kemelmajer
Ilustración: Facundo López Fraga
Fotografía: Cristian Rodríguez