Vinculación Tecnológica

Estrategias para minimizar la corrosión microbiológica en la industria del Oil&Gas

El investigador del CONICET Walter Vargas trabaja sobre diferentes soluciones innovadoras para afrontar una de las principales problemáticas que afecta al sector.


La corrosión microbiológica es uno de los grandes problemas de la industria del petróleo por las consecuencias económicas y ambientales que acarrea: puede causar desde disminución de la calidad del crudo a problemas operativos como obstrucción de cañerías y ensuciamiento de tanques, entre otras cuestiones. “La corrosión microbiológica tiene que ver con el metabolismo intrínseco de los microorganismos presentes en los ductos –los canales por los que se traslada el petróleo-, que hacen que los metales se corroan y pueden provocar que una tubería se perfore”, explica Walter Vargas, investigador independiente del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET). “Se estima que la corrosión inducida por éstos representa el 20% de los costos totales asociados a problemática en la industria”.

La solución a esta problemática se alcanzó a partir de la implementación de estrategias de microbiología molecular, que permiten hacer diagnósticos y monitoreos para caracterizar más precisa y completamente el universo de microorganismos –microbioma- presente en las instalaciones del petróleo. Concretamente, el análisis metagenómico de ADN: una técnica de reciente aplicación en la industria del Oil & Gas, con la que es posible determinar incluso aquellos microorganismos no cultivables presentes en los yacimientos para diseñar estrategias más efectivas para mitigar la biocorrosión.

“Las herramientas de biología molecular que utilizamos permiten identificar con precisión la población de microorganismos, su distribución relativa y categorizar los individuos en base a sus propiedades fisiológicas. De esta manera, somos capaces de establecer la criticidad de las instalaciones y tener una mirada objetiva sobre las estrategias de mitigación que vayan a ser implementadas”, revela Vargas desde su lugar de trabajo en Y-TEC, donde ya procesó y analizó junto a su equipo más de 200 muestras e identificó más de 400 géneros microbianos, correspondientes a diferentes circuitos de agua, asociados a la producción de siete yacimientos entre Neuquén y Santa Cruz. “En todos los casos hemos identificados los focos de contaminación y en base a los resultados alcanzados se desarrollaron programas de control microbiológico acorde a las necesidades particulares”, agrega.

Los métodos de cultivo que se utilizaban hasta el momento identificaban sólo el 1% del universo de microorganismos, por lo cual los métodos con biocidas que se destinaban a mitigar el problema cubrían una ínfima parte de un universo mucho mayor.

Este trabajo se articula en una plataforma de trabajo interdisciplinaria de la que participan, además de Y-TEC y la Universidad de Quilmes, dos institutos del CONICET: Centro de Investigación y Desarrollo en Fermentaciones Industriales (CINDEFI, CONICET-UNLP) y Centro de Estudios Fotosintéticos y Bioquímicos (CEFOBI, CONICET-UNR).

 

Un consorcio para aportar soluciones

Con la mira puesta en la mitigación de la corrosión microbiológica en la industria del Oil&Gas, Vargas y su equipo impulsaron el “Consorcio MIC”, una plataforma de trabajo que integran siete empresas vinculadas a la industria. “El principal objetivo de este consorcio -inédito en nuestro país- es generar una base de datos virtual del estado microbiológico de las zonas productoras de instalaciones en la región y, en función de esa información de base, elaborar un mapa”, expresa el investigador.

El consorcio está dirigido a empresas operadoras y transportadoras, así como también a compañías de servicios que comparten la misma problemática. A la fecha hay siete empresas involucradas pero se espera seguir sumando adherentes. En palabras de Vargas,  integrar esta plataforma de trabajo se traduce en un “agregado de valor” a la cadena productiva. Los beneficios a los que se accede, explica, son varios: se puede obtener un diagnóstico de las instalaciones, realizar pruebas piloto de nuevos tratamientos con biocidas, establecer protocolos de monitoreo y tener asistencia en el diseño de estrategias de mitigación más efectivas, entre otros servicios.

“Esta modalidad permite generar un espacio de colaboración entre empresas de una misma cadena productiva, sean operadoras, empresas de servicio o proveedores, con el objetivo de dar una mejor respuesta a un problema común”, argumenta el científico. A su vez, en el contexto de este consorcio se desarrollarán proyectos de investigación y desarrollo para situaciones críticas que necesiten un abordaje más complejo para la mitigación.

Trabajar en ciencia aplicada

En su recorrido profesional, Vargas mutó de la ciencia básica a la aplicada. Luego de hacer varios postdoctorados en el exterior, en el año 2013 volvió al país con la convicción de apostar a la innovación tecnológica. Fue así que se suma al equipo de Y-TEC, empresa de base tecnológica creada entre el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) e YPF.

Desde su inserción en Y-TEC, Vargas ha atravesado un proceso de “adaptación” que implicó un cambio en su lógica de pensamiento: ahora ya no investiga sobre una temática en particular sino sobre cómo aportar soluciones tecnológicas a problemas de la industria.

Del mismo modo, su trabajo también ha fluctuado. En la empresa se trabaja en equipos interdisciplinarios donde los tiempos de los proyectos son veloces.  “Hemos consolidado un grupo de trabajo multidisciplinario que nos permitió un abordaje integral de la corrosión microbiológica compuesto por ingenieros en procesos, ingenieros metalúrgicos, especialistas en corrosión, microbiólogos y biotecnólogos”, enfatiza.

“El mundo es cada vez más competitivo, y la ciencia aplicada ya está instalada. Es importante que desde la formación inicial, los becarios se comiencen a vincular con la realidad de las empresas y adquieran un perfil de transferencia tecnológica que son los que éstas necesitan”, concluye.

Por Ingrid Lucero Parada