8 DE MARZO

Esas grandes mujeres: Las maestras de antaño

En el marco del Día Internacional de la Mujer, científicas del CONICET analizan y reivindican el rol de las mujeres como maestras durante el siglo XX.


El siglo XX comenzó con una continuación de esta idea del siglo XIX de otorgarle a las mujeres el rol de amas de casa, guardianas y ángeles del hogar, actividades de “supuesta naturaleza femenina”. Aunque la mayoría de las mujeres permanecieron en el hogar, unas pocas comenzaron a obtener educación bajo la tutela masculina. En muchos casos esto se debió a una necesidad por aportar al sostenimiento de la familia o por mantener un mandato familiar y extender las tareas de la casa hacia el resto de la sociedad convirtiéndose en maestras-segundas madres, institutrices, parteras, enfermeras, comadronas, lavanderas, cocineras y médicas, entre otras. “Me gusta pensar a las mujeres del siglo XX como inquietas, en movimiento, en constante búsqueda de superar los límites del hogar y así ganar la calle. A medida que avanzaba el siglo no solo salimos a trabajar tempranamente como lo hicimos, sino que estudiamos, participamos en política desde los bordes y se comenzó con una lenta pero constante conquista de derechos”, explica Paula Caldo, investigadora adjunta del Consejo en el Instituto de Investigaciones Socio Históricas Regionales (ISHIR, CONICET-UNR).

Todos los trabajos que las mujeres tenían, los hacían sin abandonar las tareas domésticas: “Además del trabajo asalariado también eran las responsables del trabajo invisible y no remunerado de las tareas del hogar y el cuidado de otras personas. Y si bien, a lo largo del siglo la condición de la mujer cambió intempestivamente gracias a los movimientos sociales y feministas, esta doble jornada laboral la acompañó siempre, podríamos afirmar, hasta el presente”, cuenta Micaela Pellegrini, becaria posdoctoral CONICET en el Instituto de Investigaciones Socio Históricas Regionales (ISHIR, CONICET-UNR).

Abriéndose paso al siglo XX

A pesar de que la creencia general era que las mujeres estaban capacitadas para parir, criar y suministrar el afecto necesario, muchas también lo estaban para civilizar y enseñar a las nuevas generaciones. Agustina Mosso, becaria interna doctoral CONICET en el Instituto de Investigaciones Socio Históricas Regionales (ISHIR, CONICET-UNR) sostiene que: “La tarea de enseñar se relacionó más con el acto moralizador que con la transmisión de saberes o conocimientos científicos, por lo que a muchas mujeres se les encomendó el ejercicio de enseñar, una tarea significativa para la joven nación que se contempló dentro del saber-hacer de la ‘supuesta’ naturaleza femenina, trabajo que las mujeres asumieron y ocuparon en demasía”.

La docencia fue preponderantemente femenina durante el siglo XX, fundamentalmente en las escuelas primarias y más avanzado el siglo, en el nivel inicial. “El signo de lo femenino acompañó a la docencia por varios motivos”, señala Pellegrini. En primer lugar, porque enseñar fue interpretado como una ramificación de la función materna, como una capacidad natural con la cual las mujeres nacían. “Desde el siglo XVIII se sostuvo que la educación de la primera infancia era asunto de mujeres, justamente porque la educación históricamente implicó cuidados, sociabilización y habilitación de primeras nociones de moral y alfabetización. Entonces, las madres eran los sujetos ideales para ejercer tal acción” explica Caldo. Pellegrini agrega que la enseñanza llevada adelante por las mujeres tuvo como destinatarios el nivel primario e inicial, porque se suponía que la transmisión de las primeras letras no requería demasiado razonamiento, sino más bien determinadas destrezas prácticas similares al rol de alimentar y cuidar. En cambio, los hombres fueron quienes se encargaron de la transmisión de los saberes académicos y ocuparon los cargos más jerárquicos dentro de las instituciones e incluso en las esferas de las políticas educativas. En segundo lugar, el surgimiento de la escuela pública y obligatoria como forma hegemónica de educación se consolidó en los últimos años del siglo XIX y los primeros del siglo XX. Por este motivo, se necesitaba mano de obra barata para asumir la tarea de educar fuera del hogar y llevar la educación de la casa a las aulas. Los primeros salarios de las maestras no solo eran muy precarios e incluso interrumpidos durante largos meses, sino que era justificado porque las mujeres no eran las proveedoras económicas del hogar y por ello no requerían de una redistribución económica significativa.

Antes de este proceso de feminización de la docencia, el rol de educar estaba a cargo de los hombres. “Aquellos hombres que siguieron enseñando en los grados inferiores durante el siglo XX fueron muy poquitos, la mayoría nucleados en instituciones específicas como las escuelas rurales, donde se consideraba que el varón contaba con aptitudes más acordes a las condiciones no urbanizadas”, explica Pellegrini. Las jerarquías que ordenaron al sistema educativo, en su mayoría estaban integradas por hombres que tenían los cargos directivos y de producción del saber, mientras que las mujeres se quedaban puertas adentro del aula. Caldo señala que no todos los hombres de aquella época vieron con buenos ojos que las mujeres se ocupen de la educación escolar, aún así, desafiando los prejuicios, paulatinamente fueron las mujeres quienes asumieron la enseñanza elemental.

“Anclado principalmente en la derivación de la función maternal de las mujeres, de ahí el rol de ‘segundas madres’ dentro de las escuelas destinadas a la enseñanza de las primeras letras”, comenta Mosso. Por otro lado, Pellegrini cita a la historiadora, socióloga y educadora Dora Barrancos, quien advirtió cómo el ingreso de las mujeres al ámbito público fue a partir de un movimiento de exclusión-inclusión.“Si por un lado se las incluyó en el ámbito de lo educativo, fue a partir del estereotipo ‘de la segunda madre’ que las excluyó de los cargos académicos, del acceso a un salario justo, de determinados ámbitos de gestión y del proceso de toma de decisiones” ejemplifica Pellegrini y agrega: “Sin embargo, pese a esos obstáculos, las mujeres encontraron canales de resignificación y tramaron tácticas que les permitieron la conquista de otros espacios, de otros vínculos y de otros roles, yo creo que ese es el gran aporte”. Las muchachas fueron motivadas a estudiar magisterio, ya sea desde políticas de Estado como también desde la construcción social del estereotipo docente “segundas madres”.

El rol del magisterio

El magisterio fue una de las primeras profesiones que se le habilitó a las mujeres. “El siglo XX es un siglo sensiblemente muy largo cuando se piensa la historia del magisterio”, aclara Caldo. En 1884 se formalizó con la Ley N°1420 y se podría decir que culminó alrededor de 1993 o 1994 con la sanción de la Ley Federal de Educación. “Dentro de nuestro país el Estado Nacional figurado en el Consejo de Educación desde la sanción de la ley propagó escuelas normales formadoras de educacionistas”, aporta Mosso. Pellegrini considera que pese a que el ingreso de las mujeres al campo educativo fue fuertemente estereotipado, las estudiantes y las maestras encontraron en las Escuelas Normales un espacio de acceso al conocimiento, pero también de socialización con pares, con personajes importantes del mundo de la cultura y de contacto con ideas revolucionarias como podían ser el socialismo o el feminismo en ese tiempo. “La entrada a las instituciones educativas formadoras significó entonces para las mujeres una puerta de acceso al espacio público y en consecuencia, a otros roles como escribir y publicar libros, participar en editorial de prensa, pertenecer a espacios de militancia o incursionar en la actuación o en el arte en general”, explica Pellegrini.

Las maestras no sólo desempeñaron el rol de educar, también se desenvolvieron en otras actividades habilitadas por la docencia. “Me animo a decir que, en términos de innovación y posibilidades de crecimiento, el magisterio aportó mucho más a la historia de las mujeres que estas últimas a la historia del magisterio, porque su historia arrojó conos de sombras para nombrar la especificidad femenina, justamente el universal genérico maestro opacó la impronta de género”, analiza Caldo.

A medida que avanzó el siglo XX, las mujeres fueron ganando espacio en otras profesiones y el magisterio dejó de ser la única opción aceptada de estudio femenino. “Creo que a medida que las mujeres fuimos ampliando nuestra participación en el campo intelectual y en el mundo de las profesiones, fuimos desatendiendo el magisterio y eso hizo que este espacio pierda compromiso intelectual”, considera Caldo y agrega: “Históricamente algo del orden de la vocación habitó el vínculo mujeres–magisterio y en ese vínculo, el cuidado, más que la condición intelectual, llevó a las maestras a ejercer su oficio”.

Las maestras de antaño

Para Mosso, indagar en la especificidad del trabajo de las maestras de principios de siglo XX permite “recuperar una profesión diversa, heterogénea y miscelánea de mujeres que muchas veces produjeron y reprodujeron los saberes del aula, adhirieron a pensamientos políticos, defendieron corrientes pedagógicas específicas y, en ese gesto, tramitaron la docencia”. El rol de las maestras en el siglo XX fue variando, las maestras pioneras se destacaron por estudiar, vivir fuera del hogar paterno, trabajar, estar alfabetizadas, enseñar en un formato escolar donde la coeducación unía a varones y a mujeres.

“Es importante reivindicar las historias de vida de las maestras de antaño para devolverle el valor al oficio”, evalúa Caldo y continúa: “Hoy reposa sobre el trabajo docente cierta sospecha y desprestigio social que deben ser contrarrestados con el ejemplo de las pioneras. Es preciso contagiar a las docentes actuales con esas historias posibles. Escribir, publicar, producir conocimiento, leer, hacer leer, enseñar a leer y a producir conocimiento son tareas dignas y necesarias que reposan en el oficio docente”. Mosso no se queda atrás y considera que estudiar las historias de estas maestras sirve para ordenar tramas históricas anudadas en la construcción del oficio de la docencia. “Ellas intervinieron en clases con estudiantes, pero también desarrollaron un sinfín de tareas tocantes al trabajo escolar que pueden cuestionarse desde interrogantes a sus quehaceres que permitan la distinción de las múltiples aristas de su labor”, explica la becaria.

Paula Caldo señala que esas maestras de antaño cumplían varios roles dentro de la sociedad, más aún en el caso de aquellas que ejercieron en pequeñas localidades donde, quizás, eran las únicas alfabetizadas del pueblo. “Su labor docente impregnó la escuela pero también a comisiones culturales, asociaciones religiosas, bibliotecas, el auxilio de las familias, entre otras acciones”.

“Considero que es preciso generar estudios que pongan en discusión los estereotipos que vampirizan la presencia de las mujeres del magisterio y dar a conocer los estudios sobre las maestras es el camino certero para recuperar trayectorias situadas y así descubrir todo el saber-hacer que produce cada maestra cuando enseña en el aula. Sin duda, recuperar con nombre y apellido a nuestras maestras, al tiempo que poner en valor sus intervenciones diarias dentro del aula, significa, en estos tiempos, un acto de militancia”, desarrolla Pellegrini.

Alfonsina Storni, Alicia Moreau de Justo, Herminia Brumana, Leticia Cossettini, Olga Cossettini, María Laura Schiavoni, Marta Samatán, Florencia Fossati, Clotilde Sabattini, María Teresa Nidelcoff, Juana Elena Blanco, Haydée Maciel, Dolores Dabat, Raquel Camaña, entre otras, son solo algunas de las mujeres que se destacaron en el campo intelectual y político y que fueron maestras primero. Otras maestras como Dominga Ortiz, Clorinda Muñoz, María Quiroga, Herminia Zavallo, María V de Martínez, Italia Rovatti, Paulina Quiroga y Teodelina Loza fueron sancionadas y/o apartadas de sus cargos por el Consejo Nacional de Educación, muchas por temas de sus vidas privadas como amores, identidades de género, situaciones maritales o acosos por parte de compañeros varones (directores) y no por razones de índole pedagógicas o didácticas. “Por eso me resultan interesantes, para mostrar cómo la escuela tempranamente se entrometió en la vida de las docentes”, destaca Caldo.

Micaela Pellegrini estudia en particular la vida y obra de Leticia Cossettini y María Laura Schiavoni. Leticia Cossenttini además de ser hija de un maestro y hermana de Olga Cossettini escribía, pintaba, publicaba y era partícipe de una intensa red de sociabilidad artística e intelectual. “En este sentido, la figura de la maestra trasciende el aula y, para su definición, comienza a dialogar con rasgos propios del perfil del intelectual, del artista, del escritor y también del pedagogo”, explica Micaela y agrega que: “Estudiar a Leticia en el marco de mi tesis de doctorado, me permitió analizar su labor pedagógica a los efectos de situarla como una mujer dedicada al magisterio no sólo en las aulas sino a partir de la producción de saberes pedagógicos”.

Para su tesis posdoctoral, Micaela comenzó a preguntarse si Leticia era una excepción o si había muchas otras maestras que también se proyectaron en el mercado editorial y en las tramas de sociabilidad del campo intelectual y artístico. Aquí es donde la becaria descubre que Leticia compartía muchos puntos en común con otra maestra santafesina, María Laura Schiavoni. María Laura nació en Rosario en el año 1904 y, al igual que Leticia, vivió en la misma ciudad durante el siglo XX y estudió magisterio. No obstante, María Laura no solo ejerció la docencia sino también fue una artista cuya proyección en el campo de las artes puede ser problematizada en relación a otros varones artistas y a su propio hermano Augusto, que también estaba vinculado al mundo de las artes. “Me propuse estudiar y conocer mediante qué estrategias, tácticas y negociaciones las mujeres, en este caso María Laura Schiavoni, se apropiaron de esa oportunidad y cómo alimentaron las prácticas de enseñanza con la inscripción personal que proyectaron en el campo intelectual y cultural de la época”, desarrolla Pellegrini.

Las mujeres del pasado se reflejan en el presente

A lo largo del siglo XX la mirada maternal y estereotipada de la maestra se fue resquebrajando. “En la provincia de Santa Fe, la primera huelga docente fue en el año 1921. Fue una jornada de largas semanas en donde las maestras fundamentalmente (recordemos que para ese entonces las mujeres ocupaban más del 80% de las aulas) reivindicaron sus derechos como trabajadoras interrumpiendo las clases, participando en las manifestaciones, realizando discursos masivos, es decir, podríamos considerar ese momento como el comienzo de una resignificación del estereotipo maternal de la maestra”, relata Pellegrini y finaliza: “Con el paso de las décadas, el perfil de maestra trabajadora se fue intensificando hasta el día de hoy, en efecto, la práctica gremial docente en esta provincia es de suma significancia y nuclea maestras con una alta conciencia y militancia gremial”. Además, Caldo agrega que son conocidas las históricas esperas de las maestras y la sumisión ante los bajos sueldos y las demoras en los cobros, también es conocido el rápido proceso de agremiación iniciado por las maestras”, cuenta Caldo.

“Aunque la impronta cambió, no así el lugar de las maestras en cuanto al cuidado en el ejercicio del rol. En las escuelas, las maestras siguen encargándose del abrigo, el vestuario, la alimentación y la salud de muchos niños y niñas de sectores desprotegidos de la sociedad. Allí las maestras siguen cumpliendo el enorme rol de cuidar a la población menuda”, analiza Caldo.

Agustina Mosso sostiene que es importante para la sociedad conocer y difundir sus historias porque aquella feminización de los saberes escolares de la sociedad argentina moderna es el legado en la educación actual, representada a través de la autoridad de la maestra, mayoría en las escuelas aún hoy. “Indagar en la gestación y devenir de los acontecimientos docentes se transforma en clave de importancia para comprender las características del proceso de institucionalización de la educación en nuestro país, la expansión del sistema educativo oficial y la preparación profesional de las maestras de nuestro pasado para recurrir a las del presente y reflexionar sobre sus trayectorias” explica la becaria.

Caldo sostiene que es bueno usar la palabra conquista porque todos los derechos que las mujeres consiguieron representaron batallas, ninguno fue fácil en tanto todos provocaron fisuras en el rol esperado de mujer doméstica. “Agotado el siglo XX las mujeres nos encontramos en condiciones privilegiadas con respecto a nuestras congéneres del pasado, aunque aún algunos techos de cristal siguen marcando la agenda de lucha”, expresa la investigadora.

“Sin dudas la historia en general, de la educación y de mujeres en particular, bajo la perspectiva de género, debe promover investigaciones relativas a la experiencia de las maestras precursoras de la educación en nuestro país”, comenta Mosso. Como sociedad, es necesario que recuperemos la historia del oficio de la docencia, conocer la historia de las mujeres que nos precedieron y dar a conocer las historias de aquellas maestras que decidieron serlo hasta el final de sus días. Es imperativo recuperar los saberes del aula, sus estrategias formativas, sus compromisos y sus luchas políticas. “Es necesario ocuparse de las maestras de aula, porque de las intelectuales y pedagogas ya se dijo mucho, pero aún reposa un cono de sombra por las que habitaron el día a día escolar” señala Caldo. Hay un endeudamiento histórico con aquellas maestras que efectivamente cumplieron el oficio. Para esto, la investigadora considera que urge una política de archivos para ordenar la documentación de las escuelas y los papeles personales de las maestras. “La historia de la educación tiene una deuda con las mujeres del magisterio, deuda que debe saldarse como herencia sólida de las mujeres contemporáneas”, finaliza Caldo.

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Dato de interés: 

El Archivo Pedagógico Cossettini está protegido en el Instituto Rosario de Investigaciones en Ciencias de la Educación (IRICE, CONICET – UNR) y es desde Octubre de 2005 patrimonio de CONICET. El mismo está conformado por una colección de documentos que resguarda la trayectoria docente de Olga y Leticia Cossettini, quienes junto a un grupo de maestros llevaron a cabo un proyecto educativo innovador en la Escuela pública experimental N° 69 “Dr Gabriel Carrasco” de la ciudad de Rosario, Santa Fe, entre los años 1935 y 1950. En menor medida el archivo contiene documentos de la “Escuela Serena de Rafaela”, año 1930 y también de la labor pedagógica de ambas maestras con posterioridad a 1950.

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Por Camila Hroncich

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