El CONICET lamenta el fallecimiento de Christiane Dosne de Pasqualini



Fue investigadora del CONICET durante más de cuatro décadas, pionera en la ciencia nacional y la primera mujer que integró la Academia Nacional de Medicina. Produjo más de 600 trabajos científicos y formó a decenas de investigadores e investigadoras.

Christiane Dosne de Pasqualini fue investigadora del CONICET durante más de cuatro décadas donde principalmente se especializó en el estudio de los mecanismos que transforman una célula normal en cancerosa. Produjo más de 600 trabajos científicos y formó a decenas de investigadores e investigadoras. Christiane fue investigadora del CONICET desde 1963, promovida a la categoría Principal en 1973 y Emérita desde 2002.

El Dr. Raúl A. Ruggiero, discípulo de Christiane Dosne de Pasqualini e investigador del CONICET en el Instituto de Medicina Experimental (IMEX, CONICET-Academia Nacional de Medicina) la recuerda con las siguientes palabras:

Hay personas que tienen la rara fortuna de conocer a alguien que, con el tiempo, se irá transformando en una figura inolvidable de sus vidas. Nosotros tuvimos esa fortuna porque conocimos a la Dra. Christiane Dosne de Pasqualini.

Christiane nació en París, Francia, el 9 de febrero de 1920. Fue la mayor de cuatro hermanos, dos mujeres y dos varones. Cuando tenía seis años, su familia se mudó a Canadá. Allí, abrigada por el afecto de sus padres y hermanos, y rodeada de lagos y bosques y lecturas de Charles Dickens, transcurrió su infancia. A la edad de 22 años, se graduó como PhD en Medicina Experimental bajo la dirección del Dr. Hans Selye, el gran endocrinólogo húngaro-canadiense (nominado para el premio Nobel en 1949) que acuñó el término “stress” para describir la forma que tiene el organismo de reaccionar frente a diversos agentes nocivos.

El mismo año de su graduación (1942) obtuvo una beca para trabajar en Buenos Aires en el Instituto de Fisiología de la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional de Buenos Aires, bajo la dirección del Dr. Bernardo Houssay (Premio Nobel de Medicina y Fisiología en 1947). En ese Instituto, Christiane compartió el laboratorio con los Dres. Luis Federico Leloir (Premio Nobel de Química en 1970), Alfredo Lanari y Rodolfo Pasqualini, entre muchos otros relevantes científicos.

En 1944, Christiane ganó una beca para continuar su formación profesional en la Universidad de Yale, en Estados Unidos. Al final de ese año, contrajo enlace con el Dr. Rodolfo Pasqualini, a quien había conocido como colega pocos años antes en Buenos Aires. Después de su matrimonio, Christiane se radicó definitivamente en Argentina, lugar donde nacieron sus cinco hijos, y comenzó a trabajar en el Instituto de Endocrinología que dirigía su esposo.

En 1957 ingresó en la Academia Nacional de Medicina de Buenos Aires y empezó a interesarse en las causas del cáncer. En 1962, fue aceptada como miembro del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), creado unos pocos años antes por el que había sido su primer mentor en Argentina, el Dr. Houssay. Cuatro años más tarde, en 1966, fue ascendida a Directora de la Sección Leucemia Experimental de la Academia Nacional de Medicina. Desde ese lugar, y por los siguientes 50 años, llevó a cabo una incansable y fructífera labor de investigación sobre el cáncer, no sólo dirigiendo a una innumerable cantidad de becarios e investigadores sino también como miembro del comité editorial de la Revista Medicina (Buenos Aires) y como presidente de diferentes sociedades científicas.

En 1991, Christiane fue la primera mujer en ser incorporada como miembro titular de la Academia Nacional de Medicina de Buenos Aires y en 1995, recibió, en Los Ángeles, Estados Unidos, el premio internacional UNICEF/Noel que se otorga a las personalidades femeninas más importantes del mundo. Ella trabajó ininterrumpidamente hasta los 95 años. Después, consideró que ya era tiempo de tomarse unas largas y merecidas vacaciones. Pero no se apartó del mundo; continuó recibiendo en su casa a sus hijos, nietos y bisnietos y también a algunos de sus antiguos discípulos y colaboradores.

Christiane escribió libros de investigación y autobiográficos y más de 300 artículos científicos, muchos de los cuales fueron publicados en las revistas más prestigiosas de su época. Estos trabajos cubren numerosos y diversos tópicos tales como el rol de las glándulas adrenales en la resistencia general a distintos estresores; la capacidad del ácido ascórbico para mitigar el shock hemorrágico en cobayos; el efecto leucemógeno y esterilizante del fósforo radiactivo en ratones y en seres humanos; el modelo del cilindro de vidrio que permite el crecimiento de tumores alogeneicos en ratones; el estudio de virus oncogénicos como agentes etiológicos del cáncer en ratones y en seres humanos; la participación de superantígenos en posibles estrategias destinadas a prevenir el crecimiento de leucemias; el fenómeno de resistencia concomitante antitumoral según el cual individuos portadores de un tumor pueden inhibir el crecimiento de tumores secundarios experimentales o espontáneos (metástasis); y la influencia de hormonas tales como la progesterona y el estrógeno en la carcinogénesis mamaria, entre muchos otros temas de investigación.

Hasta aquí hemos hecho una breve y objetiva biografía de la Dra. Pasqualini. Pero ahora, nos gustaría ofrecer una visión más personal de ella y de la Sección de Leucemia Experimental cuando todos los que fuimos sus últimos discípulos directos nos incorporamos a la Sección a finales de los 70’ y a principios de los 80’. Christiane era una mujer alta e imponente y “su” Sección fue el lugar de trabajo más maravilloso y amigable que pueda imaginarse. Éramos 25-30 personas entre investigadores, becarios y técnicos. La gran mayoría éramos muy jóvenes. Pero fuimos capaces de desarrollar y hacer florecer los temas de investigación a los que nos habíamos abocado. Y, lo más importante, había allí un clima de camaradería y compañerismo que permitía un fluido intercambio de ideas, técnicas, reactivos y ratones sin que mediara la menor competencia o el menor recelo entre todos nosotros. Y Christiane estaba allí, en la base de todo ese edificio, aunque probablemente ninguno de nosotros lo advertía.

Ella nos alentaba a trabajar incansablemente y a escribir los resultados y a presentarlos en congresos nacionales o internacionales y, finalmente, a publicarlos en las revistas especializadas. Y, especialmente, nos estimulaba a trabajar y a pensar, tan libremente como fuera posible, sin limitarnos por dogmas o ideas preconcebidas, procurando siempre que fuéramos más allá de lo obvio, hacia tierras remotas y desconocidas. Su energía nunca estaba teñida de nostalgia. Nunca miraba hacia atrás pensando que los tiempos idos habían sido mejores, aun cuando ella había trabajado con los mejores científicos de su tiempo. No; ella siempre miraba hacia el futuro, con entusiasmo desbordante, tratando de que nosotros sintiéramos lo que ella sentía, lo que llamaba la joie de vivre, la alegría de vivir, por esos años llenos de trabajo y esperanza.

Quizá nada ejemplifica mejor su prédica que dos sentencias de Albert Einstein que tenía en su laboratorio. La primera decía: “Lo más hermoso de la vida es lo insondable, lo que está lleno de misterio. Ese es el sentimiento básico que se encuentra junto a la cuna del arte verdadero y de la auténtica ciencia. El que no lo experimenta así, el que no es capaz de asombrarse o de admirar está como muerto, por decirlo así, y con la mirada apagada”. La otra decía: “Si al principio una idea no es absurda, entonces no hay esperanza para ella”.

La Dra. Pasqualini siempre nos instó a mantener muy abiertos los ojos y la mente. Lo que hicimos nosotros después con nuestra vida personal y científica es enteramente nuestra responsabilidad.

Por todo aquello que recibimos de ella, todos los que fuimos sus discípulos directos. y nuestra generación fue la última en serlo, podemos decir sin duda alguna – adaptando una dedicatoria de Carl Sagan a su esposa – que, en la vastedad del espacio y la inmensidad del tiempo, es nuestra mayor alegría haber compartido un planeta y una época (dorada y ya lejana) con Christiane.

PD: Aunque escrito por mí, este tributo lo compartimos sin duda todos los que fuimos los últimos discípulos de la Dra. Pasqualini.