CIENCIAS EXACTAS Y NATURALES

Cometas: testigos de la primera hora

Compuestos casi completamente por hielo, son residuos de la formación del Sistema Solar. Científicos del CONICET explican por qué sirve que pasen cerca


La imagen de un cometa es bien conocida: por fotos o videos, a simple vista o con telescopio en el caso de los más afortunados, es fácil identificar ese punto brillante en movimiento seguido de una estela luminosa. Pero reconocer la famosa figura no implica saber qué son estos cuerpos celestes cuyo paso por el cielo se espera siempre con desbordante ansiedad. “Tienen tamaños típicos de 1 a 3 kilómetros. Se los localiza cuando se acercan al Sol, esto es, a unas dos o tres unidades astronómicas (UA), medida de longitud que equivale a la distancia con la Tierra. Si están lejos, ni siquiera se los detecta”, explica Romina Di Sisto, investigadora adjunta del CONICET en el Instituto de Astrofísica de La Plata (IALP, CONICET-UNLP).

Al margen de la fantasía que despiertan de por sí todos los elementos del universo, los estudiosos de los cometas subrayan que lo más valioso que aporta su análisis es información sobre el principio del Sistema Solar, originado hace 4.500 millones de años a partir de un disco de gas y polvo. “Son los restos o desperdicios de la formación de los planetas, que ocurrió por acumulación de esos elementos. Por lo tanto, tienen la misma antigüedad y están intactos. Es como mirar al pasado directamente e indagar en las condiciones de ese entonces, sin los procesos que afectaron a la Tierra, como la evolución misma o la contaminación”, añade Omar Benvenuto, investigador principal de la Comisión de Investigaciones Científicas de la Provincia de Buenos Aires (CICPBA) y director del IALP.

Es precisamente allí que radica la importancia de que se aproxime a nuestro planeta: permite a los científicos hacer observaciones y estudiar su dinámica, cómo se mueve y por dónde, cuál es su forma y constitución, entre otros. “Hay dos tipos de cometas en cuanto a su periodicidad: los que pasan cerca una sola vez y no vuelven, y los que se acercan cada cierto lapso. Mientras que los primeros y los de largo período, es decir que aparecen con una frecuencia mayor a 200 años, provienen de una esfera que rodea al Sol ubicada a unas 10 mil UA llamada nube de Oort, la fuente de los que circulan cada menos tiempo es la zona transneptuniana, la región más allá de Neptuno”, explica Di Sisto, y agrega: “Todo depende de la velocidad con que circulen: si lo hacen muy rápido escapan al campo gravitatorio solar y siguen de largo, en cambio los más lentos quedan atrapados en una órbita cerrada”.

Otro aspecto importante es su composición: más allá del fogonazo que aparenta la cola, en verdad los cometas son cuerpos congelados que van perdiendo material –es decir, hielo y polvo- al pasar cerca del Sol. Si bien todos lo hacen, producto de la distancia es prácticamente excepcional poder apreciar ese fenómeno desde aquí. Para estudiar de qué están hechos se los observa con telescopios, pero además existen herramientas de observación directa, como las sondas. El caso de Rosetta, de la Agencia Espacial Europea, es quizá uno de los más conocidos: en septiembre de 2016 se apagó luego de aterrizar sobre el cometa 67P, al que venía fotografiando desde hacía años. “Son misiones complicadas porque se trata de objetos chicos, casi sin gravedad, irregulares, que rotan y además se están desarmando”, apunta Benvenuto. También, para analizar el interior se han realizado experiencias de lanzamiento de un proyectil para que impacte en la superficie y poder así examinar sus fragmentos.
Poco más de 800 son los cometas conocidos, de los cuales quedan unos 300 aún por “bautizar”. Se los designa con un número que responde al orden de aparición, acompañado de la letra P en caso de los periódicos y la C para los que no lo son. También llevan el nombre de su descubridor, o bien uno consensuado por la Unión Astronómica Internacional (IAU, por sus siglas en inglés), que no puede tener connotaciones políticas o religiosas. Cada año ingresan a la zona de los planetas un promedio de cincuenta objetos de este tipo, y 2017 no será la excepción. Los astrónomos reciben circulares con la información y seguimiento de los que se aproximan, para analizar los aspectos que les interesen de cada uno. “Son las rocas primitivas; están allí desde el origen del Sistema Solar y por eso su acercamiento se aprovecha siempre, para estudiarlos de todas las maneras posibles”, coinciden los expertos.

Sobre investigación:
Romina Di Sisto. Investigadora adjunta. IALP.
Omar G. Benvenuto. Investigador principal, CICPBA. IALP.

Por Mercedes Benialgo. CCT La Plata.