INFORME ESPECIAL

A 40 años de su desaparición, el legado de Rodolfo Walsh como escritor posborgiano

Más allá del canon que consagra al autor como intelectual comprometido, el investigador del CONICET Juan Pablo Luppi rescata el valor de la poética de su obra como aporte al campo literario argentino.


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El monumento del intelectual comprometido fija a Rodolfo Walsh en la tradición de violencia argentina como testimonio (…) sin embargo, su obra abierta más allá de su muerte, el proyecto de lectura/ escritura desarrollado en sus libros, artículos, crónicas, entrevistas, notas personales, conforman una textualidad más productiva que cualquier calificación, y menos uniforme que un monumento”, señala el doctor en Letras Juan Pablo Luppi, investigador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), en su paperRodolfo Walsh, entre el monumento y el futuro. Porque más allá de su figura de intelectual comprometido, Walsh desarrolló una valiosa poética dentro de la tradición literaria argentina por la que muchos críticos lo señalan como el heredero de Jorge Luis Borges y hasta llegan a cuestionarse si su obra hubiese sido tan incisiva de no estar tan lúcidamente escrita.

La comparación entre Walsh y Borges aparece por el trabajo con la sintaxis de oralidad, por el quiebre cronológico de los textos de Walsh, por la multiplicidad de voces, por la experimentación con el espacio de la página. Es paradójico y puede sonar hasta provocador, ya que Borges estaba en las antípodas intelectuales y políticas de Walsh –se le suele achacar situarse a favor de la cultura dominante, mientras que para Walsh, la escritura siempre estuvo al servicio de la realidad y de la denuncia-; aún así, el aporte poético literario de ambos clásicos puede equipararse. Eso postula Luppi en Una novela invisible, la poética política de Rodolfo Walsh, libro que acaba de publicar por la Editorial Universitaria de Villa María (EDUVIM), en donde analiza la obra del autor de Operación Masacre y los modos de leerlo.

“En determinado momento -fines de la década del 60 y primeros años de los 70-, Walsh se reivindicaba más como político que como escritor, yo creo que hay que revalorizarlo como escritor”, señala Luppi, que trabaja en el Instituto de Literatura Hispanoamericano de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires (UBA) y llegó a la obra de Walsh por interés personal. No lo había leído en la escuela secundaria.; sí lo hizo en la facultad, aunque su gusto se inclinaba por Juan José Saer. El quiebre se lo dio un seminario con AnibalJarcowski, donde conoció en profundidad su obra literaria más allá de su aporte político y entendió cómo leer a un clásico reciente. “Ahí descubrí que Walsh era un problema de investigación interesante”.

Luppi se corrió de los cuentos más canonizados de la estética del escritor –Esa mujer, Cartas y Fotos, Nota al pie- y se planteó el desafío de ir a lo menos explorado de su obra para seguir problematizándola. “Sus dos textos más importantes, que fueron Operación Masacre y Carta a las Juntas, los escribió con veinte años de diferencia. Yo quise ver su proyecto poético no escindido de lo político, lo desgajado de esa figura canónica ligada al compromiso militante”. Para eso, el investigador tomó como corpus fundamental El violento oficio de escribir -compilación de casi toda la obra periodística de Walsh a cargo de Daniel Link- y Ese hombre y otros papeles personales –que reúne los papeles recuperados de la escritura de Walsh, también editado por Daniel Link a mediados de los 90-, junto a una serie de ensayos literarios dispersos en soportes periódicos y de cuentos editados en antologías y compilaciones.

 

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Uno de los aspectos más disruptivos de su libro es esa comparativa que el investigador establece entre la poética de Walsh y la de Borges. “Más que para buscar respuestas, me interesó pensar la relación de Walsh y Borges como problema de lectura”, avisa Luppi. El famoso seminario que dictara Ricardo Piglia y luego se compiló en el libro Las tres vanguardias: Saer, Puig, Walsh, es un espacio en el que también se postuló ese nexo de cómo siguió experimentando la literatura argentina después de Borges, una marca para todos los escritores argentinos de la segunda mitad del siglo XX hasta la actualidad. “Es curioso porque Walsh hace una lectura muy ecuánime de Borges en sus inicios. Sin caer en el prejuicio, como tiene una formación muy vinculada a la literatura anglosajona, al policial de enigma y a la traducción –todos géneros que atravesaban a Borges-, en esos años lo admira”. De hecho, para una antología del cuento policial que Walsh compiló para la editorial donde trabajaba, Hachette, elige abrir la serie con un cuento de Borges –El jardín de senderos que se bifurcan-, además de ubicar en la noticia preliminar el inicio del cuento policial en castellano con Seis problemas para Don Isidro Parodi de Borges y Bioy Casares, publicado por Sur en 1942.

Es en ese sentido que Luppi postula a Walsh como el primer posborgiano, “porque sigue a Borges y lo lee sin prejuicio” y aprecia sus mecanismos narrativos: la concisión, la obsesión por el detalle, el adjetivo preciso, ciertos recursos que tienen que ver con las formas breves, la economía del lenguaje, el manejo de una sintaxis de oralidad, el ritmo, la selección adverbial, las acumulaciones y metáforas, el trabajo entre ficción y verosimilitud, la hipálage, el manejo de la elipsis. En igual sentido es que Carlos Gamerro, como otros críticos literarios, señalaron que “Walsh buscó ´el santo grial´ de la literatura argentina: ´la novela peronista de Borges´. O sea, una novela que tuviera el afán de intervención política pero con un estilo borgiano”.  En términos de Piglia: el desafío de cruzar a Borges con Roberto Arlt -sin que falte en Walsh una atenta lectura de otro escritor: Macedonio Fernández-.

¿En qué obras se ven esas marcas borgianas? En Esa Mujer, el cuento que le hace homenaje a la elipsis borgeana, y que en 1999 fue elegido por escritores y críticos argentinos como el mejor cuento de la literatura argentina. También en la serie de crónicas que Walsh realiza entre 1966 y 1967 por el Noroeste argentino. “Allí -analiza Luppi- sin dudas está la respiración de Borges: en el estilo, la manera de frasear, los intertítulos que usa”.

 

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La obra literaria de Walsh es heterogénea: comprende desde cuentos de ficción a no ficción, policiales, ensayos y crónicas. Entre sus obras publicadas están Variaciones en rojo (1953), Operación Masacre (1957 y reeditado en 1964, 1969, 1972), Los oficios terrestres (1965), Un kilo de oro (1967), ¿Quién mató a Rosendo? (1969) y Carta abierta de un escritor a la Junta Militar (1977). Pero en los setenta, entre medio de su producción, al volcarse de lleno a la militancia Walsh frena su escritura. Muchos señalan que entonces se produce la gran deuda de su obra: la confección de una novela: si bien Walsh tiene varios borradores, nunca llega a concluir una ficción de largo aliento. Sin embargo, otro pasaje interesante del libro de Luppi es el que toma distancia de esa idea de deuda: hace un deslinde entre lo estético y lo poético en Walsh. Citando a teóricos contemporáneos, propone que mientras lo estético tiene que ver con el producto acabado -que en el caso de Walsh fue su producción ligada a la figura del escritor político-, su costado poético quedó en desarrollo, en progresión y dando cuenta de una obra incompleta, pero no por eso menos constituida.

“Para Walsh la investigación es infinita y no termina. La muerte de Walsh justamente resignificó toda su vida y su obra: desplegó una cantidad múltiple de lecturas críticas y homenajes. Pero en los años en los que la crítica cultural ve el abandono en la literatura, el escritor siguió borroneando ideas para cuentos, que podían llegar a convertirse en una novela. La potencia de ese libro que nunca terminó es la proyección incompleta, aunque no sea un producto acabado como los que pide la industria cultural. Sin embargo, en la potencialidad de la lectura que tiene se vislumbra una novela”, asegura.

Es decir que Walsh escribe una novela sin libro. “Hay múltiples borradores y entrevistas en las que habla de esa novela. Inclusive en 1967 firma un contrato con el editor Jorge Álvarez para escribirla –señala Luppi-. En uno de los epígrafes que tomo de Otro Hombre, de enero de 1969, Walsh anota ´el tiempo que debí dedicar a la novela lo dediqué a fundar y dirigir el semanario de la CGT. Jorge Álvarez tendría en este momento el derecho de decir que lo he estafado. Eso me preocupa, sin que por otra parte me sienta convencido de haber obrado mal´”.

Para el investigador, Walsh buscaba una forma novelística pero no novelesca, porque intentó llevar procedimientos de la ficción a la develación de problemas políticos, sociales y crímenes reales que parecían inverosímiles. “Walsh no quiere simplemente entretener sino conmover. Vale la pena leerlo desde la emoción en vez de la nostalgia. Utiliza los recursos de la ficción para darle potencia a lo que está escribiendo, a la denuncia periodística. Pero su intervención política tiene una efectividad por su poética”, asegura.

En su libro, el investigador también postula que si bien Walsh no llegó a escribir una novela en términos formales, sí lo hizo en el sentido de desarrollar una poética y no solo una estética. Walsh, adscribe Luppi siguiendo al crítico Daniel Link, propone una novela sin libro, desgajada en algunos ciclos como series de cuentos o crónicas, similar al procedimiento narrativo de la novela milenaria hecha de cuentos Las mil y una noches. “Walsh hace una ficción enclavada con la historia, mezcla lo particular con lo general, lo privado con lo público. Fusiona las historias de vida con la historia del país, inmiscuye la realidad en la ficción y, más interesante, la ficción en el funcionamiento de lo real”.

 

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Otro problema que interesa a Luppi en su libro, son las autolecturas que el escritor hizo de su propia obra. ¿Por qué Walsh reescribió y reedito Operación Masacre cuatro veces? “Ahí –señala el investigador- se ve una dinámica atravesada por la política tanto como por la poética. Desde la primera edición en el 57, donde dice que no investiga por ser peronista sino porque no puede permitir que un hecho de violencia estatal quede impune y quiere denunciarlo, hasta la última edición de los años 70, donde agrega el capítulo final sobre el secuestro de Aramburu, que se difunde vertiginosamente sobre todo entre la izquierda peronista. Operación Masacre no es un libro: son múltiples libros que el propio Walsh fue modificando y dándole dinamismo. Y ese proceso, lejos de agotarse, sigue después de su muerte”.

Luppi señala la necesidad de seguir pensando cómo leer a Walsh. Porque el monumento y la canonización de una figura pública, aclara, apunta al consenso y a la idea formada, y volver a leer a Walsh más allá del cánon, al fin de cuentas, “permite generar un disenso con las condiciones de producción a las que nos somete el Estado y el mercado literario”. ¿Y quiénes serían hoy los herederos de Walsh, los poswalshianos, así como Walsh se postula como posborgiano? “Hay muchas novelas con estrategias de la ficción pero muy encaradas con la coyuntura y la realidad política actual, como lo hacía él. Los textos de Selva Almada, de Cristian Alarcón o de Hernán Ronsino por citar algunos. Eso –asegura Luppi- me gustaría profundizarlo en mis futuras investigaciones”.