El CONICET lamenta el fallecimiento de Beatriz Sarlo
Fue investigadora del Consejo en el Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani” (CONICET-UBA), intelectual, editora, docente universitaria, ensayista, crítica literaria y periodista.
La científica del Consejo en el Instituto Ravignani, Sylvia Saítta la recuerda con las siguientes palabras:
“Después de una imperiosa agonía que no se rebajó un solo instante ni al sentimentalismo ni al miedo”, apenas comenzado el 17 de diciembre, murió Beatriz Sarlo. Se podría ampliar la oración y decir que el 17 de diciembre murió la gran intelectual, docente universitaria, ensayista, crítica literaria y periodista Beatriz Sarlo, aunque tal vez ella hubiera preferido que escribiera, como alguna vez dijo, que el 17 de diciembre murió una editora. Lo cierto es que este 17 de diciembre murió Beatriz Sarlo quien, como afirmé hace algunos años en un dossier dirigido por Judith Podlubne, escribía para entender o escribía, precisamente, porque no entendía. Lejos de la celebración populista y de los prejuicios elitistas, con el desenfado de quien sabía que provenía de una cultura de mezcla, hizo de la práctica de la crítica literaria un instrumento para pensar la política, y de los saberes de la historia y las ciencias sociales un modo de reflexionar sobre la cultura.
Su escritura y los cambios de registro de esa escritura; los temas y objetos de indagación que fue eligiendo a través de los años; la intensa capacidad de cambio en sus modos de abordar un mismo problema, un mismo relato, un mismo poema en diferentes momentos de enunciación, junto con la tozuda perseverancia en aquellas cuestiones que consideraba indispensables para entender qué significa nacer y vivir en Argentina —la escuela y la universidad públicas, el arte y la cultura como dadores de sentido, el lugar de los intelectuales, la centralidad de la política como ámbito de consensos y disputas, los alcances y los límites de las modernizaciones periféricas— son, apenas, una heteróclita enumeración del legado que, a partir de ahora, queda en nuestras manos.
Perdimos a la gran maestra, pero nos queda lo que nos enseñó y nos seguirá enseñando, porque se escribe en presente, pero se lee y se aprende en futuro. Y ese futuro es nuestro si nos animamos a estar a su altura, a levantar la voz, a equivocarnos y a reconocer que nos equivocamos, a aprender de los aciertos y de los errores, a defender lo que nos importa: la cultura, la investigación, la literatura, la edición de libros, la reflexión crítica, el intercambio de ideas, el diálogo aun en el desacuerdo. De poco valen las palabras y los homenajes si no aprendimos nada.