Día del investigador científico

Una lectura a través del tiempo: Marcela Espinosa

Fue una de las pioneras en el estudio de microalgas para entender ambientes costeros, su evolución y proyección.


Cada 10 de abril se conmemora en Argentina el Día del Investigador Científico en memoria al nacimiento del Dr. Bernardo Houssay, fundador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET). Fue el primer Premio Nobel de Argentina y de América Latina de Medicina y Fisiología en el año 1947.

Marcela Espinosa es una mujer de la ciencia, apasionada, curiosa, inquieta. Desde la escuela secundaria supo que lo suyo era el camino de la investigación y paso a paso fue convirtiéndose en una referente en la paleoecologia a nivel local, nacional e internacional. Tiene un don: hacer huella… donde no hay nada, ella busca.

Es investigadora independiente del CONICET y es parte del organismo desde el año 2007. Desarrolla sus tareas en el Instituto de Investigaciones Marinas y Costeras (IIMyC, CONICET-UNMdP) de Mar del Plata, donde estudia las diatomeas como indicadores ambientales: “Son algas microscópicas unicelulares que viven en todo tipo de ambientes acuáticos y que, cuando mueren, sus esqueletos pasan a formar parte del registro sedimentario permitiéndonos comprender el pasado para proyectar el futuro”, afirma.

Según su trabajo, los medios sedimentarios costeros han experimentado variaciones ambientales durante los últimos dos millones de años como consecuencia de los cambios climáticos. Los sedimentos acumulados contienen un registro muy completo de los procesos que han operado y de los acontecimientos que han tenido lugar a través de ese tiempo. “Los estudios de microfósiles como las diatomeas nos permiten descubrir los acontecimientos del pasado, comprender los factores que operan en la actualidad y plantear previsiones de variabilidad ambiental para el futuro”, señala.

Nacida en Mar del Plata, hizo su secundario en el Colegio Santa Cecilia y realizó toda su carrera universitaria recorriendo los pasillos de la Universidad Nacional de Mar del Plata, donde finalizó su Licenciatura y su doctorado en Ciencias Biológicas. Es profesora adjunta del Instituto de Geología de Costas y del Cuaternario de la Universidad Nacional de Mar del Plata, donde dicta clases de Paleobiología y Criptógamas.

¿Porque te gustaba tanto la investigación, que te movilizaba hacia ahí?

En realidad, desde la secundaria me gustaban mucho la biología, la química,  la matemática y me imaginaba investigando sobre esos temas. Pero durante mucho tiempo pensé que la manera era estudiando Medicina. Eran épocas muy difíciles en el país, en plena dictadura militar, así que ir a estudiar esa carrera a los 17 años a La Plata o Buenos Aires no les convencía mucho a mis padres. Y había una profesora de Química en la escuela, Ana Rabino, que entendía mis deseos y ella me entusiasmó con la carrera de Biología. Desde el día que empecé quedé fascinada.

Su llegada a la Paleoecología fue durante su último año de cursada: “Mi profesor de Oceanografía Geológica, el Dr. Schnack, fue el primero en mostrarnos el trabajo de campo. Además era un gran generador de ideas y él fue el que me comentó que en el Hemisferio Norte se estaban usando estas algas microscópicas para estudiar la evolución de los ambientes del pasado. Y ahí entré al mundo de las diatomeas”, relata.

El camino fue complicado porque no había nadie en el país trabajando en el tema en ese momento y no estaban las comunicaciones actuales con Internet y redes sociales. “Eso fue una desventaja y una ventaja, porque no había especialistas cercanos para consultar pero al mismo tiempo estaba todo por hacer en la disciplina”, manifiesta.

Marcela Espinosa es además la mamá de tres hijos de 32, 26 y 24 años. Está casada con el geólogo Federico Isla, también investigador del CONICET. “Es bastante común que existan parejas en este medio, debe ser porque pasamos mucho tiempo acá adentro”, dice sonriente.

Le gusta viajar, hace yoga casi por prescripción médica y disfruta de comer asados con amigos y familia en Sierra de los Padres. Aún no estrenó el título de abuela pero desea disfrutar ese momento: “hoy soy abuela de los hijos de mis becarios, de compañeros del Instituto”.

-¿Cuándo mirás hacia adelante hacia dónde apuntás?

A nivel profesional busco que se doctoren los becarios que están ahora conmigo para que luego continúen, al igual que los anteriores, con la línea de investigación porque fueron muchos años de recorrido. Quiero seguir haciendo lo que me gusta, explorar nuevas cosas, no repetir lo que otros ya hicieron. No me quedo cómoda donde ya hice algo, ese lugar me aburre un poco así que estoy buscando siempre puntos nuevos para indagar, es mi espíritu curioso e inquieto.

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“Creo que mi principal aporte a la ciencia es haber explorado un campo totalmente inexplorado en nuestro país en el momento en el que comencé, haber abierto una línea de investigación dentro de la Paleobiología y haber formado recursos humanos que hoy en día realizan importantes aportes a la luz de nuevas técnicas”, agrega.

Y continúa: “He tenido pequeñas y grandes alegrías en toda mi carrera que son la recompensa al esfuerzo, porque uno se esfuerza mucho. Y no es sólo el tiempo que estás acá adentro del laboratorio… No sé si hay muchas carreras que uno esté casi todo el tiempo con la cabeza ahí. Yo intento que no sea así, pero a veces es inevitable ser un poco fanático”, se ríe.

-¿Qué es lo más que te apasiona del camino de la investigación?

Me fascina todo el proceso de investigación. Me encantan las diatomeas, identificarlas en el microscopio, hacer salidas de campo a la Patagonia, recorrer los lugares más inhóspitos pero bellísimos y encontrarte con gente hermosa que te da una mano cuando te quedaste sin nafta en el medio de la nada y, ya que están, te invitan a comer a su casa. Todas son experiencias increíbles y siempre tuve mucho entusiasmo por lo que hago, de hecho mis alumnos me dicen que les doy charlas motivacionales (Risas). Hoy en día no me imagino otra cosa que siendo investigadora.

Sabrina Aguilera. CCT Mar del Plata.