INSTITUTO ARGENTINO DE OCEANOGRAFÍA

Una historia de boyas, sensores y puros éxitos

Investigadores del CONICET en Bahía Blanca se animaron a construir distintos equipos que sólo se fabricaban en el extranjero y eran muy caros. Así, lograron productos de alta calidad y bajo costo


Todo comenzó como un intento por ahorrar. Décadas atrás, el escaso instrumental del que disponían para desarrollar sus investigaciones y los altos costos de adquirirlos en el exterior llevaron a los científicos del Instituto Argentino de Oceanografía (IADO, CONICET-Universidad Nacional del Sur) a pensar en la posibilidad de construir ellos mismos la tecnología que necesitaban. Vista en retrospectiva, esta situación fue el puntapié inicial de una serie de logros que no imaginaron alcanzar.

El primer experimento que nació de aquella idea fue en 1992, cuando hicieron la adaptación de un equipo llamado CTD, por las siglas en inglés de los tres valores que mide: conductividad, temperatura y profundidad. En el instituto había uno con varios años de uso que a los investigadores ya no les servía para su tipo de trabajo. La compañía que los fabricaba les ofreció venderles una interfaz para adaptarlo por 10 mil dólares. Pero la propuesta no los tentó.

“El aparato era, básicamente, una caja azul con una perilla. Nosotros construimos otra, que llamamos ‘la caja gris’ y que, con interfaz y todo, nos costó 500 dólares, incluido un curso de perfeccionamiento nuestros ingenieros electrónicos”, rememora Gerardo Perillo, doctor en Oceanografía e investigador del CONICET en el IADO.

Tras semejante antecedente, los científicos se entusiasmaron con la idea de seguir desarrollando tecnologías con sus propios recursos. Y pronto apareció para ellos una gran oportunidad de la mano de Alejandro Vitale, también investigador del CONICET que se sumó al equipo en 2005 como becario doctoral.

“Para mi tesis tenía que elaborar un modelo matemático que representara el intercambio de calor de un ambiente de humedal costero, y necesitaba datos de la realidad, pero aquí no había equipos que los midieran”, cuenta Vitale. Una vez más, el grupo puso manos a la obra y desarrolló una serie de sensores de temperatura, que resultaron muy económicos, posibles de distribuir espacialmente y capaces de soportar corrientes de agua e intemperie.

Con forma de cajas pequeñas con un panel solar arriba y cables que salen de su interior, estos sensores fueron un éxito desde el comienzo y se denominaron Estaciones de Monitoreo Ambiental Costero (EMAC). Pronto, los expertos diseñaron otros capaces de medir diferentes variables en aire y agua: conductividad, presión, olas, sedimentos en suspensión, humedad, velocidad y dirección del viento, salinidad y todos los datos referidos a la meteorología.

Por si fuera poco, las estaciones graban la información cada cinco minutos y la transmiten automáticamente en tiempo real cada treinta a un sitio web.

Actualmente llevan instaladas unas treinta unidades en todo el país, amuradas o sostenidas en postes. También han vendido dos a Portugal para el monitoreo de parámetros ambientales en desarrollos de acuacultura, es decir, el desarrollo de especies acuáticas en medios naturales o artificiales con fines sustentables o comerciales.

“Otra ventaja de las EMAC es que son compatibles con cualquier software; sólo hay que configurarlo y funcionan perfectamente. También aceptan sensores comerciales de cualquier tipo, lo cual permite que se adapten, por ejemplo, estaciones meteorológicas viejas y que las podamos modernizar”, señalan los investigadores.

Una boya estrella

El paso siguiente fue la construcción de una boya sobre la cual montar los sensores, como parte de la participación del equipo en un proyecto llamado Red Global de Monitoreo Ambiental de Lagos (GLEON, por sus siglas en inglés), que nuclea boyas instaladas en distintos puntos del planeta.

Otra vez, desde el IADO surgió una invención que se caracterizó por su nivel de calidad y el ahorro económico que supuso. “Las que tienen los otros grupos de investigación cuestan entre 50 mil y 100 mil dólares. La nuestra salió 5 mil”, describe Perillo.

La del IADO fue colocada en febrero de 2011 en la laguna Sauce Grande, en Monte Hermoso. La hazaña tiene todavía un logro más: se trata de la primera y única boya capaz de medir tanta cantidad de variables climáticas e hidrológicas en toda Latinoamérica, y puede utilizarse en cualquier cuerpo de agua. Además, el año pasado les valió el segundo Premio INNOVAR en la categoría de Investigación Aplicada.

Otras seis boyas estarán construidas y vendidas para fin de año: cuatro de ellas a la provincia de Buenos Aires y las dos restantes a Uruguay. Actualmente, la boya es uno de los cinco proyectos argentinos elegidos por el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva de la Nación que compiten por los Premios Iberoamericanos a la Innovación y el Emprendimiento 2012.

Por si fueran pocos los éxitos cosechados a partir de las EMAC y las boyas, sus creadores se acaban de ganar un subsidio del Instituto Interamericano para la Investigación del Cambio Global (IIICG) que implica el monitoreo de lagos a lo largo de todo el continente americano, y que les permitirá seguir creciendo en la fabricación y comercialización de estos dispostivos.

  • Por Mercedes Benialgo
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  • Sobre Investigación
  • 1) Gerardo Perillo 2) Alejandro Vitale
  • 1) Superior 2) Asistente
  • 1) y 2) Instituto Argentino de Oceanografía (IADO)