PROGRAMA NACIONAL CIENCIA Y JUSTICIA

Un científico colaboró con el EAAF para esclarecer violaciones de los derechos humanos en Nicaragua

Willy Pregliasco comprobó la inocuidad de los morteros utilizados por manifestantes en una marcha en 2018, en la que hubo ocho muertos.


Un 30 de mayo de hace dos años, miles de personas salían a las calles de Managua, la capital de Nicaragua, para manifestarse en contra de la administración del presidente Daniel Ortega. Las protestas venían repitiéndose desde abril, y en total hubo al menos 109 personas asesinadas, más de 1400 heridos y más de 690 detenidos. A la jornada del 30 de mayo se la conoció como la Marcha de las Madres, porque coincidía con la conmemoración del Día de la Madre y era también una protesta en homenaje a las madres que habían perdido a sus hijos en las marchas anteriores. Ese día, la policía y las fuerzas parapoliciales dispararon a los manifestantes con armas de guerra y provocaron la muerte de otras ocho personas. 

Hasta ahora no existe proceso jurídico por lo sucedido, pero la Organización de los Estados Americanos (OEA) constituyó el Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes  para Nicaragua (GIEI) -que convocó al Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) y SITU Investigación (SITU Research)-, para realizar una  reconstrucción digital centrada en la muerte de tres de los ocho civiles muertos aquel día. El físico del CONICET e integrante del Programa Nacional Ciencia y Justicia Willy Pregliasco realizó una contribución a ese trabajo. La reconstrucción está resumida en un video de más de siete minutos que demuestra que en la represión participaron miembros de la policía, grupos irregulares armados por el Estado y que se utilizaron armas automáticas y semiautomáticas, de alto calibre, para atacar a los manifestantes.

“Desde lo personal siempre seguí de cerca la historia reciente de Nicaragua porque la revolución sandinista fue un hito que conmovió a mi generación en la década del 80”, cuenta Pregliasco desde Bariloche, donde trabaja en el Centro Atómico Bariloche (CNEA). Sus conocimientos en física forense ya lo habían llevado a realizar pericias en otros casos emblemáticos: con sus estudios balísticos pudo determinar, por ejemplo, el origen de los diecisiete disparos que asesinaron a Teresa Rodríguez en medio de un piquete en Neuquén en 1997. También investigó los incidentes de diciembre de 2001, y el asesinato de los dirigentes  Maximiliano Kosteki y Darío Santillán. Ahora, Pregliasco fue invitado a colaborar en el esclarecimiento de los  hechos de Nicaragua, en virtud de un convenio de cooperación que el CONICET firmó con el EAAF a partir de 2016 que habilita a investigadores y becarios a trabajar con el Equipo. “Es la primera vez que participo en una causa internacional”, relata emocionado.

 

Lo que la ciencia puede probar

Era una causa compleja, en la que había un equipo de gente trabajando desde hacía tiempo, y no estaba claro en qué podría colaborar Pregliasco. En uno de los intercambios se discutió lo sorprendente que resultaba que la policía y las fuerzas parapoliciales usaran armas largas, en contraposición con los morteros de fabricación casera que se veían en los registros de video que utilizaron los manifestantes. “Nunca había visto una potencia de fuego tan desproporcionada. Armas diseñadas para un escenario de guerra contra unas de fabricación casera que no pueden hacer mucho”, recuerda el físico. Así surgió lo que sería su contribución, que logró entre fines de 2018 y comienzos de 2019. Fue algo sencillo pero esencial: cuantificar el daño que eran capaces de hacer esos morteros.

“Para eso tenía que fabricar uno –dice-. Busqué en Youtube, y había varios videos. Después me puse en contacto con gente de Nicaragua que me enseñó a hacerlos”. El paso siguiente se pareció más al bricolaje que a la física de disparos. Fabricó dos bombas mortero con pelotas de tenis, a las que cortó al medio y les colocó una carga explosiva: vidrios, clavos, cosas que pudieran hacer daño. Cerró las pelotas y las recubrió con papel maché y plasticola. “Las bombas de los morteros están hechas con la tecnología de los fuegos artificiales. Llevan dos cargas: la primera lo enciende y le permite la propulsión y la segunda, con una especie de mecha interna, se enciende segundos después, y  explota en el aire y hace las luces en el cielo”, explica Pregliasco. Ese mismo sistema lo hizo en sus morteros, que luego llevó al Tiro Federal de Bariloche para hacerlos explotar.

A través del estudio de los audios y videos de la marcha, pudo saber cuándo explotaban los morteros y cuándo caían en el piso y reventaban. Eso le dio el tiempo máximo de duración de los morteros en el aire. “Si uno conoce el tiempo que tarda en llegar al piso de vuelta, sabés la distancia a la que puede llegar en ese tiempo. Y nos dio que la distancia máxima era menor que 60 metros”, señala el físico. “Por los videos se supo que la policía estaba más lejos. Es decir que estas bombas no llegaban hasta donde se encontraban”. En el Tiro Federal de Bariloche colocaron placas de madera terciada a distintas distancias, para estudiar el alcance y el tipo de daño que producían las bombas. “Ya a medio metro, no se veía ninguna marca en el terciado. La bomba no llegaba muy lejos, y el daño que hacía no era significativo. Te asustaba, porque el ruido que hace es ensordecedor, pero su capacidad para hacer daño era muy limitada”, precisa Pregliasco.

Para el físico, su trabajo estuvo centrado, sobre todo, en la curiosidad. “Fue algo insospechado. Nunca pensé que iba a terminar armando una bomba casera. Cuando se pretende resolver un problema mucha gente no suele apelar a lo fáctico. Lo que hice está en el corazón del quehacer científico: hagamos la prueba, veamos qué pasa, analicemos los efectos y se aclara  la discusión. Creo –cierra- que ese es el mayor aporte que podemos hacer como científicos a la Justicia”.

 

Por Cintia Kemelmajer

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