Ciencias Biológicas y de la Salud
Tristeza Bovina, un problema de los vacunos de regiones tropicales y subtropicales
Investigadores del CONICET e INTA estudian el desarrollo de métodos de diagnóstico y vacunación para las enfermedades transmitidas por garrapatas responsables del “Complejo Tristeza Bovina”.
En los últimos años, la producción agrícola-ganadera del campo argentino vivió un proceso de cambios geográficos. Ante la ventaja competitiva del cultivo de soja, la ganadería típica de la región pampeana fue desplazada a zonas marginales para la agricultura como la región del NEA -provincias de Chaco, Corrientes, Formosa y Misiones-. Esto derivó en el posicionamiento de la zona como la segunda en importancia para la producción ganadera del país.
Las condiciones climáticas del NEA, como sus niveles de humedad, regímenes de lluvia y temperaturas elevadas, favorecen la presencia de garrapatas. Una de ellas es la Garrapata Común del Bovino (Rhipicephalus (Boophilus) microplus) que es el principal transmisor de babesiosis -causada por los protozoarios Babesia bovis y Babesia bigemina– y anaplasmosis -causada por la bacteria Anaplasma marginale-. Estas enfermedades provocan en el animal un cuadro conocido como Complejo Tristeza Bovina (CTB).
“Todo el complejo se conoce como ‘tristeza bovina’ por el estado de decaimiento que provoca en los animales a causa de la anemia, pero también porque una de las Babesias se acantona en los capilares del cerebro y da un cuadro neurológico de depresión. En general aparecen las tres enfermedades juntas, son patógenos bastante diferentes pero todos se reproducen en los glóbulos rojos. El principal objetivo del equipo es desarrollar herramientas de diagnóstico y vacuna para el control de estas enfermedades transmitidas por Rhipicephalus (Boophilus) microplus que es endémica en Sudamérica. A su vez, este ectoparásito -parásito por fuera del animal- también afecta la producción porque la vaca pierde peso y produce menos leche, daña el cuero y provoca malestar en los animales”, aclara Marisa Farber, investigadora independiente del CONICET en el Instituto de Biotecnología del Centro de Investigación en Ciencias Veterinarias y Agronómicas (CICVYA) del INTA.
En este sentido Silvina Wilkowsky, investigadora independiente del CONICET en el mismo Instituto, explica que el CTB no es una enfermedad de denuncia obligatoria de los productores al Servicio Nacional de Sanidad y Calidad Agroalimentaria (SENASA). Sin embargo, este organismo es el que genera las normas para el control sanitario de estas parasitosis a nivel nacional y vigila el cumplimiento las mismas. Asimismo, tiene delimitadas zonas en la Argentina llamadas “de lucha” donde los productores deben controlar de manera obligatoria la garrapata en sus campos.
“En aquellas regiones donde es obligatorio el control de las garrapatas, los productores deben realizar el control integrado del vector con el uso racional de los productos garrapaticidas para mantener una baja carga y prevenir la aparición de resistencia. La idea del programa es contener el avance de las garrapatas hacia las zonas ecológicamente libres del vector”, dice Wilkowsky.
El control de la enfermedad tiene varios aspectos: una manera es a través del vector, que es la garrapata en la que el productor tiene que aplicar garrapaticidas a sus animales mediante baños u otras aplicaciones que representan un costo extra y que hay que repetir asiduamente. Otro aspecto sería prevenir la infección por los parásitos mediante la vacuna contra los tres hemoparásitos transmitidos por la garrapata. Y finalmente otra manera de controlar es hacer un diagnóstico: un relevamiento para ver si los animales tienen o no anticuerpos y en función de eso aplicar la vacuna.
“Los químicos que se usan en los productos garrapaticidas son muy potentes y afectan al medioambiente. El uso intensivo y muchas veces indiscriminado de esas sustancias tienen impacto porque son efectivos también contra otros artrópodos que no son garrapatas. La mejor opción es buscar una vacuna, ya sea contra los patógenos o contra el vector. En los países donde se aplica, por ejemplo la vacuna contra garrapatas, se ha demostrado que los baños se tienen que hacer más espaciados en el tiempo y eso reduce las chances de generar resistencia y disminuye el impacto ambiental”, advierte Wilkowsky.
Es por eso que el equipo de Farber y Wilkowsky trabaja en el diseño de métodos de diagnóstico y vacunas a partir de la información de los parásitos, es decir que buscan en los genomas todas las moléculas que puedan contribuir a formar una plataforma de control.
“El diagnóstico en veterinaria es distinto que en salud humana, no es decirle al productor ‘este animal está enfermo o este no’ sino que en este tipo particular de enfermedad se evalúa a nivel poblacional y con eso se establecen niveles de estabilidad enzoótica, en la que se evalúa la tríada bovino-garrapata-patógeno. Se miden de manera indirecta los niveles del anticuerpo para saber si esos animales se pusieron en contacto con los patógenos. Desde los pocos días de nacimiento y hasta antes del año, si el bovino está en contacto con la garrapata y los patógenos que ella transmite, logra una inmunidad natural que le dura toda su vida útil, se inmunizan naturalmente. Por eso podemos hablar de estabilidad en zonas endémicas”, comenta Farber.
En la actualidad existen vacunas para cada una de las tres enfermedades que componen el CTB. Hay una para la bacteria Anaplasma marginale que se basa en otra llamada Anaplasma centrale que tiene patogenicidad menor e induce inmunidad cruzada con A. marginale. Las vacunas de las enfermedades causadas por Babesia bovis y Babesia bigemina se basan en cepas atenuadas experimentalmente de esos mismos parásitos. Si bien son efectivas, estas vacunas llamadas vivas tienen ciertos inconvenientes. Como se trata de microorganismos vivos se producen en animales o cultivos por lo que son más costosas, necesitan transportarse en frío, tienen vida media corta y entonces la logística de aplicación en el campo puede resultar complicada.
Una parte del grupo de investigación está trabajando en el desarrollo de vacunas con tecnologías de ADN recombinante utilizando proteínas y virus no replicativos. “El reemplazo de las vacunas atenuadas por las llamadas de nueva generación, que son más seguras y efectivas, es una tendencia a nivel mundial. Algunas de las de nueva generación están basadas en vectores virales o bacterianos atenuados que no producen la enfermedad original que causaban y que además permiten insertar en su genoma, genes que expresan proteínas del patógeno de interés. El desarrollo de una vacuna tarda mucho tiempo y esto recién comienza, todavía está en fase pre-clínica. Para uso humano solamente hay una vacuna funcionando y para uso veterinario existen ya varias que utilizan estos sistemas y todo parece indicar que son vacunas promisorias en un futuro”, agrega José Jaramillo Ortiz, becario posdoctoral del CONICET en el Instituto de Biotecnología.
Asimismo, Valeria Montenegro, becaria doctoral en el mismo Instituto, explica que en la misma línea de desarrollo de vacunas recombinantes basadas en vectores virales, su objetivo de trabajo es hacer una vacuna doble recombinante que proteja tanto para Babesia bovis como para Babesia bigemina.
Las investigadoras comentan que el desafío de este tipo de desarrollo, más allá de generar las plataformas para seleccionar y presentar esos antígenos e inducir una respuesta inmune protectiva, es elegir los mejores candidatos para que lo hagan. Este tipo de vacunas son racionalmente diseñadas, es decir que deben elegirse cuáles son las proteínas del parásito, tomar el fragmento de ADN que codifica esa proteína, insertarlo en una bacteria o virus para inmunizar al bovino y lograr la misma protección que se lograría con el parásito entero.
El equipo de Farber y Wilkowsky también trabaja en el desarrollo de esquemas de tipificación molecular que aportan a la epidemiología de la enfermedad y que tienen como objetivo identificar el nivel de variación de los genotipos que estaban circulando en las distintas regiones del país. Este aspecto es fundamental para el seguimiento de brotes, el control de las vacunas vivas y el diseño de nuevas vacunas.
Eliana Guillemi, becaria posdoctoral del CONICET, comenta que esas herramientas permiten saber de qué genotipo se trata y buscar si hay alguna asociación geográfica o de distribución de esos patógenos. Este sistema de tipificación molecular permite estudiar la dinámica poblacional de los microorganismos y esas herramientas sirvieron para identificar casos de infección en animales silvestres (ciervo y oso hormiguero) y saber cuán parecidos son a los que ya estaban en los bovinos. A partir de esos estudios moleculares muy detallados se puede establecer si pasaron del animal silvestre al doméstico o si hay riesgo de infección de la fauna silvestre por el contacto con el ganado.
“Desarrollamos herramientas que de alguna manera constituyan una plataforma transversal donde uno pueda después adaptar y ofrecerlas para abordar otras problemáticas. Estas enfermedades en particular ponen en juego todas las variantes: el ambiente, el hospedador y el vector, remarcando el concepto de ‘Una Salud’ donde la salud animal se integra a la salud humana y la del medio ambiente para dar lugar a un abordaje sistémico que contempla todas las variables involucradas, excediendo la clásica relación hospedador-patógeno”, concluye Farber.
Sobre investigación:
Marisa Farber. Investigadora independiente de CONICET y de INTA. Instituto de Biotecnología del Centro de Investigación en Ciencias Veterinarias y Agronómicas (CICVYA) del INTA.
Silvina Wilkowsky. Investigadora independiente. Instituto de Biotecnología del Centro de Investigación en Ciencias Veterinarias y Agronómicas (CICVYA) del INTA.
Eliana Guillemi. Becaria posdoctoral de CONICET. Instituto de Biotecnología del Centro de Investigación en Ciencias Veterinarias y Agronómicas (CICVYA) del INTA.
Ludmila Lopez Arias. Becaria posdoctoral de CONICET. Instituto de Biotecnología del Centro de Investigación en Ciencias Veterinarias y Agronómicas (CICVYA) del INTA.
José Jaramillo Ortiz. Becario posdoctoral de CONICET. Instituto de Biotecnología del Centro de Investigación en Ciencias Veterinarias y Agronómicas (CICVYA) del INTA.
Martina Paoletta, becaria doctoral de INTA. Instituto de Biotecnología del Centro de Investigación en Ciencias Veterinarias y Agronómicas (CICVYA) del INTA.
Valeria Montenegro. Becaria doctoral de CONICET. Instituto de Biotecnología del Centro de Investigación en Ciencias Veterinarias y Agronómicas (CICVYA) del INTA.
Sofía De la Fourniere. Becaria doctoral de CONICET. Instituto de Biotecnología del Centro de Investigación en Ciencias Veterinarias y Agronómicas (CICVYA) del INTA.
Por Cecilia Leone.