DÍA DEL VOTO

Todas las voces, todas las mujeres por el voto femenino

Las investigadoras del CONICET, Adriana María Valobra y Silvana Palermo, trazan un amplio mapa federal con los nombres de las muchas mujeres protagonistas que lucharon por el voto femenino en la Argentina.


Hay una imagen icónica que vuelve, rediviva, cada vez que se habla del voto femenino: Eva Duarte, pálida y demacrada, acostada en una cama del hospital, donde lucha contra el cáncer que la llevó a la muerte, con apenas 33 años. Eva intenta esbozar una sonrisa mientras deposita su voto en una urna que le alcanzan, el 21 de noviembre de 1951.

Sin embargo, y aunque fue durante el gobierno de Juan Domingo Perón que fue promulgada la Ley 13.010 -23 de septiembre de 1947-, antes de Eva y su notable importancia en el proceso para sancionar esa ley, hubo un fuerte movimiento sufragista protagonizado en especial por mujeres, como Julieta Lantieri y Alicia Moreau de Justo, entre muchas otras.

¿Quiés fueron las muchas mujeres protagonistas del proceso sufragista que devino en el voto femenino?

“Antes de contestar, quisiera expresar una idea sobre esa imagen ic​ó​nica que, no obstante, se contrapone con otra, la de la campaña del voto donde una Evita de pie deposita su voto en una urna, sonriente, erguida, tan contrastante con la otra que mencionás: ambas forman parte de lo que llamo el proceso de evitización de la ley de derechos políticos”, responde Adriana ´Indi´ Valobra, Investigadora Independiente del IDIHCS-CONICET,  Directora Directora del Centro Interdisciplinario de Investigaciones en Género (CInIG, http://idihcs.fahce.unlp.edu.ar/cinig/) y de la revista Descentrada (https://www.descentrada) .

“Esta pregunta de punto de partida nos recuerda que nuestras investigaciones académicas no pueden menos que dialogar con las memorias de la sociedad hoy, con los usos sociales y políticos del pasado. Por una parte, esa imagen (e inclusive la voz) de Eva Perón asociada a los derechos políticos femeninos -sea en su versión más potente o ya minada por su enfermedad- documentan, como bien explica Indi aquí -y en detalle en su libro “Del Hogar a las Urnas”- la capacidad de ese naciente movimiento político que era el peronismo para hacer suyas reivindicaciones de larga data en la Argentina y resignificarlas a partir de su inscripción en un discurso de antagonismo con “la oligarquía”, marcado por tonos heréticos y plebeyos. Más allá de ese esfuerzo por imponer su marca, el estudio de la defensa de los derechos políticos de la mujer, por parte de un muy heterogéneo peronismo en el cual el protagonismo de Eva es indiscutible pero no único, nos invitó a indagar cómo conceptualizó el peronismo, en el contexto de los años posteriores a la segunda guerra mundial, la ciudadanía política y a contemplar que, también en ese terreno y no sólo en el de la ciudadanía social, podemos encontrar componentes de su singular ideario, algunas de sus controvertidas aristas.

Por otra parte, el hecho de que junto a Eva se evoquen otros rostros asociados a la causa del sufragio femenino, habla de la perdurabilidad de otras memorias, poco maleables, poco dispuestas a subsumirse o ser subsumidas al por entonces discurso oficial. Hay una historia de otras protagonistas, con sus luchas y demandas en la Argentina de fines del siglo XIX y las primeras décadas del siglo XX, que parece conservar sus contornos propios, su nitidez, casi podríamos decir autonomía y, por cierto, su vigencia aún hoy”, reflexiona a su vez Silvana Palermo, Doctor of Philosophy in History (State University of New York at Stony Brook) e Investigadora Adjunta del Consejo.

¿Qué características tuvo el movimiento sufragista en Argentina? ¿Y cuáles sus antecedentes?​

​​Indi: El movimiento sufragista estuvo caracterizado por la heterogeneidad de sus integrantes, partícipes también de otros movimientos o partidos, que se reunieron en función de distintos intereses comunes por la protección de derechos laborales para las mujeres, acceso a la educación, derechos civiles y políticos, entre otros aspectos.

Sus antecedentes más importantes se encuentran​ en acciones individuales y colectivas emprendidas por tres figuras de muy distinto posicionamiento, pero con causas en común: Julieta Lanteri, Alicia Moreau de Justo y Elvira Rawson.

(Dora Barrancos y Asunción Lavrin nos han dado un mapa amplio de su accionar). Las acciones del estilo simulacro de sufragio o impulso de proyectos, entre otras prácticas comunes, distinguieron sus intervenciones públicas –pese a sus notables diferencias políticas e ideológicas y sobre las que poco se ha investigado.

Me gustaría ser enfática, además, en una observación crítica respecto de las interpretaciones del movimiento de mujeres de comienzos del siglo XX que lo han inscripto en la primera ola del feminismo y con esa operación lo catalogaron como un movimiento burgués que sólo tenía interés por los derechos políticos y civiles y privilegiaba la demanda por la igualdad. Esa es una mirada reduccionista que no resiste la prueba cuando se comienza a bucear en las biografías de estas mujeres, la diversidad de sus frentes de lucha, la complejidad de sus estrategias de reclamo y el involucramiento con los movimientos sociales y políticos de su tiempo. Del mismo modo, la idea del maternalismo como la ideología que todo lo impregnó requiere una revisión y un ajuste en relación con los distintos contextos históricos y quiénes la enunciaron y para qué, e incluso, cuándo las mismas personas prescindieron de esa visión.

Faltan más trabajos monográficos que nos permitan captar los idearios singulares de las sufragistas, pero no menos de todo el arco de los movimientos feministas y de mujeres (no asumidas como feministas) que lucharon por los derechos políticos. Es necesario conocer sus biografías, sus trayectorias intelectuales y profesionales, así  como sus obras y acciones. Saber cómo cambiaron sus posiciones o las reforzaron en las distintas coyunturas pues, si el pensamiento feminista tuvo una característica, fue su capacidad de repensarse de forma constante en una dinámica estrecha entre su desarrollo político y teórico.

También hace falta un trabajo más minucioso sobre el mapa de organizaciones, el momento en que comienzan y terminan actividades, integrantes, filiaciones, escritos, para poder conocer las continuidades e interrelaciones más allá de los vínculos personales.

SP: Por definición es un movimiento cuyas figuras, diversas como recuerda Indi aquí –y advirtieron investigaciones pioneras como las de Dora Barrancos y Asunción Lavrin, entre otras- estaban inmersas en redes y debates que trascendían el marco nacional. Ya fuera en tanto adhirieran a corrientes del librepensamiento, el socialismo, instituciones feministas con centros en Europa y foros panamericanos, lo cierto es que sus credos, modos de organización y actuación pública pueden ser mejor comprendidos cuando reponemos esas conexiones transnacionales. Hace ya varias décadas, Francesca Miller en un viejo libro sobre las organizaciones de mujeres en América Latina afirmó que la arena trasnacional atrajo a las feministas, y sufragistas, latinoamericanas. Su dimensión internacionalista, sin desestimar las singularidades locales, nos estimula a reconsiderar la supuesta debilidad del sufragismo en el Cono Sur, en Argentina particularmente, un presupuesto que informaba nuestros primeros acercamientos a esta problemática. En esta revisión, las biografías y análisis de trayectorias de las exponentes más reconocidas y también de aquellas cuyos nombres aún nos son menos familiares resultará un aporte sustancial.

Es un movimiento ideológicamente heterogéneo y que se fue transformando al calor de los vertiginosos cambios sociales, políticos y culturales de la primera posguerra -en especial el ascenso del nacionalismo- y las tensiones que la experiencia democrática suscitó a nivel local. Es interesante que, junto a militancia del socialismo, con Alicia Moreau como exponente destacada, a mediados de 1930 se creara un Comité Pro-Voto de la Mujer, liderado por Carmela Horne de Burmeister, cuyo lema era Patria y Caridad, revelador de su alineamiento con fuerzas nacionalistas y conservadoras. Las incertidumbres ideológicas de entreguerras, la polarización del enfrentamiento entre el fascismo y el anti-fascismo marcaron también la causa del sufragismo femenino en Argentina durante las décadas del treinta y cuarenta, lo que ayuda a explicar las controversias entre aquellas feministas cuya militancia se inscribía en la cultura de izquierdas y las iniciativas del naciente peronismo a favor de los derechos políticos de la mujer.

Por último, la defensa de los derechos políticos de la mujer fue una causa sostenida por mujeres y también por hombres, con base en argumentos diversos y motivados por agendas múltiples, que no se reducían o priorizaban sólo el empoderamiento femenino. El maternalismo constituyó un horizonte intelectual ineludible. Pero aquí también, como con agudeza ha planteado Joan Scott en su estudio sobre los derechos de las mujeres en Francia, se osciló entre una defensa de la diferencia -con matices variopintos- y la defensa de la igualdad.

¿Quisieran destacar otras mujeres protagonistas de ese movimiento y por qué motivos?

Indi: Me gustaría destacar a María Abella de Ramírez que tuvo singular presencia en el ámbito de la ciudad de La Plata, donde residía luego de venir de su Uruguay natal. Su pluma posibilitó, hasta donde se sabe, la publicación de la primera revista feminista en nuestro país, concepción así asumida en Nosotras y, luego, en La Nueva Mujer. Anticlerical, luchó contras todas las injusticias sociales de su tiempo, en especial, las de género. Trabajó junto con Lanteri en el movimiento del librepensamiento. Nos debemos aún una buena biografía sobre sus derroteros y el de otras figuras, como las de Sara Justo, Raquel Messina, María Luisa Berrondo, Leonilda Barrancos o Justa Burgos Meyer, entre las socialistas. Y, de otras de raíces más conservadoras, Emar Acosta, la primera legisladora provincial de Argentina (en la provincia de San Juan), o la propia Elvira Rawson, cuyas filiaciones político partidarias aún requieren indagaciones más precisas  –algo sobre lo que hemos conversado recientemente con la argentinista Sandra Mc Gee Deutsch-. También, quisiera mencionar a Ana Rosa Schlieper de Martínez Guerrero, del radicalismo, o a las provenientes de grupos católicos que ha abordado José Zanca. Los nombres que cité, en su mayoría, se movieron en urbes que ya han merecido indagaciones. Sin embargo, las investigaciones sobre Tucumán llevadas adelante por Marcela Vignoli y Vanesa Teitelbaum, o de Bahía Blanca como la de Lucía Bracamonte -por sólo mencionar algunas que abordan este período y el tema de los derechos políticos- muestran un mapa mucho más complejo y rico. La figura de Eva Perón, requiere más estudios.

Sus discursos sobre los derechos políticos, por ejemplo, han sido abordados por Susana Bianchi, Marta Sanchís, Marysa Navarro, Carolina Barry, Mirta Lobato y nosotras mismas. Pero falta saber más sobre las relaciones con organismos internacionales en el contexto de su sanción y aplicación.

SP: Acuerdo con Indi. Sólo insistiría en el valor de estas contribuciones de los estudios sobre mujeres, militancia y escritura femenina y sufragista en otros espacios del territorio nacional, más allá de las grandes ciudades del litoral. Del mismo modo, destaco los aportes de la historia social atenta a reponer los rostros y prácticas de aquellas mujeres de las que a veces ni conocemos sus nombres, pero que nos revelan cómo se fueron definiendo y dotando de sentido ciertas concepciones de derechos en tanto ciudadanas, trabajadoras, madres o individuos en la cotidianeidad anónima, más que en la letra de la ley o en la escritura ilustrada. Hay, en este sentido, una labor renovadora de historiadoras pioneras como Mirta Z. Lobato y muchas otras estudiosas del trabajo femenino y la protesta social que nos apuntan en esta dirección.

Asimismo, estimo que el interés por las representaciones, desde una perspectiva de género, en las industrias culturales de entreguerras -las revistas de tirada masiva, el cine, la radio- también puede ayudarnos a reconsiderar los rasgos del feminismo, en general y, el sufragismo, en particular.

Investigando el lugar de las mujeres en la política electoral, puntualmente en la campaña presidencial de 1916, me sorprendí sobre la cobertura que los magazines o revistas ilustradas, como Caras y Caretas o Fray Mocho, dedican a las mujeres en la política, sus derechos en Argentina y otras partes del mundo. Allí, por ejemplo, hallé las referencias más generosas sobre la incansable labor proselitista de Juana Begino, una poco conocida militante socialista, que sobresale por su activismo en el contexto de la campaña. Y son estas revistas, quizás mejor que la propia prensa partidaria, las responsables de visibilizarla.

Así pues, creo, que si nos despojarnos del preconcepto del carácter burgués del sufragismo y de su supuesta debilidad, e interrogamos con frescura y sin resquemores universos documentales amplios, quizás podamos ampliar una nómina de protagonistas que, más allá de sus credenciales, aún luce numéricamente modesta.

¿Cómo se explica que pasaran 35 años desde la ley que en 1912 otorgó el voto a los varones, y la sanción que les dio el mismo derecho a las mujeres?

Indi: En realidad, si pensamos en el mayor tiempo que debieron esperar otras sufragistas en países donde, incluso, el reclamo es anterior (pienso, por ejemplo, en Francia donde la obra de Christine Bard Les filles de Marianne es un estudio de una envergadura portentosa y evidencia los vaivenes y dilaciones en el tiempo que tuvieron los derechos políticos), 35 años no es tanto realmente, aunque para las urgencias de algunas sufragistas que, además, no vieron concretarse aquel derecho, entonces, claro, toma otra dimensión en términos subjetivos.

SP: Es verdad que Francia esperó más, pero otros países anglosajones o latinoamericanos menos. En mi opinión, esta pregunta por los años transcurridos entre ambas leyes es valiosa. Su valor no consiste en ponderar si ha sido mucho o poco, finalmente eso es relativo, sino más bien en llamar la atención sobre la reflexión pública que tuvo lugar entretanto. Para un país orgulloso de su tradición republicana, nacido liberal y en el que se insiste en el reconocimiento temprano de la universalidad del sufragio, la exclusión de las mujeres de la comunidad política nacional obligaba al debate, a la reconsideración. Pienso que así se explica, en parte, la recurrencia de proyectos presentados, por legisladores de distintos signo partidario -radicales, socialistas, conservadores- a favor de los derechos políticos de la mujer desde 1916 hasta 1947. No obstante, entiendo que no sólo la falta de fe en las capacidades femeninas para el ejercicio de las libertades políticas obturó su promulgación, sino que también los desacuerdos en torno a la propia universalidad del sufragio y su conceptualización como deber republicano (de allí la obligatoriedad) probaron ser fuente de controversia. Así, este camino de ensayos y errores, sin duda para nada lineal y mucho menos necesario, nos permite pensar tanto sobre el estatus jurídico de las mujeres como en los dilemas de la legitimidad política que inauguró la llamada ley Sáenz Peña en Argentina, en medio de una crisis del orden liberal a nivel mundial.

¿Cuál fue el rol de Julieta Lantieri en el proceso de lucha por el voto femenino?

Indi: Julieta Lanteri es una figura singular por el ímpetu personal con el que encaró no sólo la lucha por los derechos políticos y lo creativa que fue en sus estrategias sino, también, por la lucha que del mismo modo brindó en relación a otros temas. Sus batallas exitosas como el poder votar en la ciudad de Buenos Aires o haber logrado que se reconocieran sus boletas para la candidatura a legisladora se deben al fragoroso trabajo que realizó junto con un importante colectivo de mujeres que acompañaron esas gestiones. Por ejemplo, no puede dejar de mencionarse el de Angélica Barreda, la primera abogada platense que también tuvo muchas batallas que dar para estudiar la carrera y, luego, para que le permitieran matricularse.

SP: Por cierto, es una exponente protagónica, quizás excepcional, pero por lo que comentábamos antes no por ello solitaria. Y una protagonista, cuya militancia sugiere la creatividad del sufragismo local en favor de su causa. Múltiples estrategias podían combinarse: la batalla legal, la acción individual, la conformación de un partido, la oratoria apropiada acorde al lugar, la búsqueda de visibilización pública en las calles y en la prensa. Su plasticidad aún nos sorprende.

La lucha por el voto femenino fue, sobre todo, una bandera de los socialistas. ¿Qué motivos hicieron que Perón diera lugar a esa reinvindicación socialista?

Indi: El voto era una bandera de muchos partidos para cuando Perón lo consideró (lo hizo en dos momentos, en 1945 y, luego, ya electo como presidente, cuando envió un proyecto del ejecutivo a la legislatura) y, fundamentalmente, era la bandera de muchas mujeres reunidas alrededor de grupos sufragistas -algunos asumidos como feministas y otros, no. Era, asimismo, un reclamo de organismos internacionales como la Comisión Interamericana de Mujeres y, luego de su creación, las Naciones Unidas. La idea de que los derechos políticos de las mujeres, sobre todo la dimensión del sufragio, era un indicador del nivel de modernización política, específicamente, de la democratización de un país, era una idea extendida para los años 30 y 40 y siguió en los 50 y 60 y había fraguado en virtud de cabildeos en distintos foros; aunque en los hechos, no siempre hubo una relación directa. En realidad, entonces, Perón tuvo una voluntad política respecto del voto femenino, pero el voto femenino no era una bandera exclusivamente socialista.

SP: Precisamente, la causa de los derechos políticos de la mujer había tenido distintos defensores antes que el peronismo y se habían esgrimido a favor de ella diferentes argumentos. Lo que sí caracterizó al socialismo -al menos en materia de proyectos y debates parlamentarios- es su defensa de la universalidad, su negativa a aceptar cualquier propuesta que limitara el sufragio femenino en función de requisitos educativos o que lo convirtiera en optativo. En tal sentido, sus propuestas defendieron de modo contundente el reconocimiento de derechos políticos para la mujer en total igualdad con aquellos otorgados para el hombre por la ley de 1912. Si bien en este aspecto formal, el peronismo coincidió con los viejos planteos del socialismo, su argumentación fue novedosa. Y, como sintetiza Adriana, los móviles que llevaron a la rápida adopción de esta causa y la presentación del proyecto por parte del peronismo deben mucho también a un mundo transformado por el triunfo de los aliados en la Segunda Guerra Mundial.

Para finalizar, ¿se puede hablar de una resignificación y/o relectura en la mirada historiográfica sobre la conquista del voto femenino?

Indi: Los derechos políticos, y en particular el sufragio, son un tema en disputa. Por un lado, sigue habiendo una leyenda negra –con el esquematismo simplificante que subyace: Perón le dio el voto a las mujeres para manipularlas con la concesión de un derecho y que ellas lo reeligieran, lo cual pasó porque Perón ganó con el voto femenino. La leyenda rosa comparte varios puntos: las mujeres estaban tan agradecidas del voto que Perón les dio, junto con otros derechos, que entonces, lo votaron y le dieron el triunfo en la candidatura para su reelección.

Algunos hechos deben considerarse. Cuando se sancionó el voto femenino (en 1947), Perón no podía ser reelecto, algo que sucedió en 1949. Si no computamos el voto femenino vertido en las urnas en 1951, Perón hubiera ganado igual en las elecciones.

Ambas leyendas tienen, además, un mismo sustrato historiográfico: el de los héroes del panteón político que por sus virtudes o vicios, realizan ciertas prácticas, en este caso, la concesión del voto para brindar un derecho o para obtener un favor. Es una historiografía, además, de individualidades, de tonos personalistas, y fuertemente teleológica pues se construye con el conocimiento actual de los hechos y se pierde de vista el contexto histórico.

En esa línea, el binarismo de género abona la idea de la manipulación o el fanatismo agradecido que, al fin de cuentas, significa la negación del carácter volitivo de las mujeres, corrompidas en las artimañas o dádivas del político. Esa reflexión, por ejemplo, no se realiza sobre el electorado masculino, supuestamente racional.

El rol de Evita adereza esas leyendas. Actualmente, en virtud del creciente lugar que ocupa el feminismo así como la asunción por muchas dirigentes peronistas de este posicionamiento, hay un intento de inscribir a Evita en el feminismo, en especial vía el sufragismo. No es nuevo. Algunos contemporáneos a Evita la signaron como tal y algunas interpretaciones consideran que su intervención tuvo un nuevo cuño. La intención política de reinterpretar el pasado con las lentes del presente es, con todo, muy distinto a interrogar el pasado imbuida de las circunstancias del presente. En relación con este tema me gustaría decir que hay una gran dificultad para descentrarse como sujeto cognoscente y, asimismo, esa dificultad implica impregnar de la mismiedad propia a aquellas figuras históricas que cada quien reivindica. Es decir, quienes se reivindican peronistas y feministas –un vínculo más bien reciente en nuestra historia política-, esperan encontrar que Evita también lo era. Esto es un problema con distintos niveles. Por un lado, los movimientos que se autodenominan y autodenominaron como feministas fueron y son muy variados. Sin embargo, una definición muy elástica del concepto feminismo implica una dificultad para la designación. Por otro lado, como dije antes, el sufragismo no fue exclusivamente feminista. Finalmente, muchos intentos de inscribir a Evita en el feminismo, incluso por vía de los derechos políticos, se da contra el libro La razón de mi vida, que tienen ostensibles descalificaciones y ridiculizaciones sobre las feministas. Yo misma me tenté y lo usé como fuente, sin duda, acríticamente. Pero fue el estudio de José Amícola el que me permitió comprender que ese texto es una voz intervenida de Evita por la  mediación de distintos actores e instituciones hasta su plasmación. En efecto, y aunque faltan indagaciones sistemáticas, no hay prácticamente referencia en los discursos públicos de Evita a las sufragistas ni a las feministas y menos en los términos allí vertidos. Ello no significa que Evita fuera feminista, pero tampoco que utilizara el contrapunto con ese colectivo para su propia definición política.

 La historia del sufragio femenino y, también la del masculino, en Argentina, pueden ser un ejemplo de la dificultad ​para pensar la idea de democracia que no deja nunca de presentar términos más bien idealizados y cuya consecución difícilmente podamos encontrar en las investigaciones, mal que pese a los analistas que creen encontrar oasis pletóricos de virtuosismo cívico republicano en ejemplos del pasado que son, más bien, espejismos.

Más que una lectura lineal, me interesa el tema como una reflexión profunda y compleja sobre nuestra propia historia política y sobre el conocimiento que construimos desde la historia, la sociología, la ciencia política, la literatura o la antropología.

SP: Esta última es una sugerente pregunta para el cierre, pero demandante. Es fecundo, aunque difícil, pensar la producción académica, más allá del círculo íntimo, del campo de especialización disciplinar o la soledad del archivo. Pensaría que la historia de inestabilidad política de la Argentina del siglo XX, la renovación de los movimientos en favor de derechos que se tradujeron en la ley de cupos (1991) con un mínimo de participación femenina en las listas partidarias, más recientemente la ley de matrimonio igualitario (2010), la ley de identidad de género (2011) y la discusión sobre la legalización del aborto han estimulado y estimulan la curiosidad social en torno a la historia de la ciudadanía y los derechos políticos de la mujer. Saludablemente, nos animan a poner en valor una reescritura del sufragismo hoy.

Creo que algo de esto está presente en la renovación y debates que sintetiza Indi, respecto a la revisión de las leyendas rosa y negra o al modo en que se reflexiona sobre la relación entre Eva Perón y el movimiento feminista que la precedió. Mi aprehensión aquí radica en que se reduzca la historia de ese período, a una simple “previa”, para tomar un término casual, de la resolución o cierre que a esta cuestión le otorgó el peronismo. Y esto tanto como fruto del protagonismo y vigencia del peronismo en la política actual, como en función de la expansión y, sin duda riqueza, de la historiografía actual sobre los años del peronismo clásico (1946-1955). Porque quizás aquí, con modestia y aún pese a las impugnaciones que nos pesan respecto a la productividad o utilidad de nuestra disciplina, desde la defensa del oficio podamos esgrimir la necesidad de descentrarnos y reclamar un esfuerzo de imaginación histórica. Esto es comprender a los, las o les protagonistas del pasado en sus propios términos, en los dilemas que las coordenadas de su tiempo les impusieron, en los modos en que los conceptualizaron y le dieron sentido, en la incertidumbre de su devenir. Y así, con una formación que nos demanda años y un trabajo laborioso, aspiramos, retomando las palabras de Indi, a hacer pensable ciertos mundos, en sus diferencias y singularidades, a dotarlos de inteligibilidad. Ocasiones como esta nos animan, al retomar diálogos y pensar críticamente en los recorridos de nuestras indagaciones. Por eso, espero que estas líneas, en medio de la premura de nuestras domesticidades, resulten provechosas.

 

 

Por Alicia Martínez Pardíes