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Ser mujeres en la ciencia

En conmemoración al Día Internacional de la Mujer, Ines Perez nos habla acerca de la perspectiva de género en el mundo científico.


Ines Perez es investigadora adjunta de CONICET Mar del Plata y desarrolla sus tareas en el Grupo de Estudios sobre Familia, Género y Subjetividades de la Universidad Nacional de Mar del Plata. Su línea de investigación es sobre las cuestiones de género en el proceso de inclusión/exclusión de las trabajadoras domésticas en los derechos laborales sancionados en Argentina desde principios del siglo XX.

¿Cuál es la situación actual de la mujer en la ciencia?

Las mujeres hemos ganado muchos espacios en el medio científico. En Argentina, esto ha sido especialmente significativo. En 2015 llegamos a tener un 52 por ciento de investigadoras mujeres, en contraste con el 30 por ciento que se observaba a nivel mundial. Eso llevó a que recibiéramos una distinción de la UNESCO. El crecimiento de la cantidad de mujeres investigadoras fue de la mano de una política pública desarrollada entre 2003 y 2015 que permitió la expansión del sistema científico y que hoy se ha frenado. También fue fruto del reconocimiento de derechos (como la licencia por maternidad para las becarias), y de la sanción de protocolos de acción en casos de violencia de género, como el que existe en la UNMdP y en CONICET, que no sólo visibilizan un problema hasta ahora desatendido sino que suponen garantías concretas para mujeres en situaciones especialmente vulnerables.

El incremento de la cantidad de investigadoras en el CONICET fue sostenido y se dio en todas las grandes áreas, con porcentajes que oscilaban en 2016 entre el 41 por ciento de investigadoras mujeres en la de Ciencias Exactas y Naturales y casi el 61 por ciento en el área de Ciencias Biológicas y de la Salud. También se dio en todas las categorías, aunque todavía hay notables discrepancias en los niveles de participación que tenemos en los escalafones más bajos y los que se observan en las categorías más altas. Así, en 2016, mientras que el 60 por ciento de los becarios e investigadores asistentes, el 53,6 por ciento de los adjuntos y el 48,7 por ciento de los independientes eran mujeres, esa proporción bajaba sustancialmente en las categorías de investigador principal y superior, alcanzando solo al 39 y 25,8 por ciento, respectivamente.

¿Cuáles consideras los principales logros en este sentido?

Los logros tienen que ver no sólo con la cantidad de mujeres incorporadas al sistema científico, sino con lo que eso supone en términos de la renovación de perspectivas de investigación. Desde hace décadas, y aunque desde diversas posiciones epistemológicas, autoras como Anne Fausto Sterling, Sandra Harding, o Donna Haraway, han señalado que el conocimiento científico, pretendidamente “objetivo”, tiene un fuerte sesgo de género. La definición de los problemas a investigar, los datos que pueden considerarse válidos, las metáforas a partir de las que se construye el conocimiento científico, están marcados por ese sesgo. Si pensamos que el conocimiento no se produce en abstracto, sino de manera situada, desde posiciones específicas en términos sociales, y también de género, es fácil ver que por nuestra experiencia (que aunque diversa, tiene en común la posición de subalternidad en una sociedad patriarcal), las mujeres podemos incorporar diferentes problemas, sujetos y formas de conocer.

En Ciencias Sociales, por ejemplo, se desarrollaron numerosas investigaciones sobre género y sexualidades que visibilizan sujetos antes no considerados en el ámbito científico, como las personas trans, que han dado relevancia a problemas como la violencia de género, y han señalado distintos modos en que el género se articula con la clase o la raza en la producción y reproducción de las desigualdades sociales, todo lo cual tiene -o debería tener- una importancia sustantiva en el diseño y la implementación de políticas públicas.

¿Cuáles serían los obstáculos en la actualidad para el desempeño de la mujer en este ambiente?

A pesar de que existen derechos como la licencia por maternidad, el modelo de investigador científico sigue siendo fuertemente androcéntrico. No es solo que las mujeres deban enfrentar los prejuicios sexistas de muchos de sus colegas, sino que hay una fuerte presión por adoptar un recorrido biográfico construido a partir del modelo de un varón sin responsabilidades domésticas. En ese contexto, algunas mujeres deciden retrasar la maternidad, o tener menos hijos de los que hubieran deseado. En caso de nacimiento de un hijo, la ausencia del lugar de trabajo implica quedar relegadas frente a sus pares varones que, aún siendo padres, no tienen la misma carga de responsabilidad sobre el trabajo doméstico y de cuidados. Eso se traduce, luego, en un número menor de publicaciones, en mayores dificultades a la hora de ingresar en la Carrera de Investigador o de pedir una promoción.

Estas dificultades se vuelven especialmente relevantes en un contexto de recorte del presupuesto que se invierte en ciencia como el actual. La reducción en la cantidad de investigadores que entran por año al CONICET, por ejemplo, hace que se intensifique la presión en términos de productividad (cantidad de publicaciones, asistencia a congresos, etc.), que son más difíciles de sostener para quienes cargan con el peso de unas responsabilidades domésticas no distribuidas de manera igualitaria. La ausencia de servicios de cuidado públicos refuerza esas desigualdades.

El problema no es sólo, como decíamos arriba, el de la cantidad de mujeres que puedan ingresar al sistema científico. El cambio en las prioridades para la asignación de recursos también impacta en términos de género. El incentivo de los últimos años a la investigación aplicada, en particular aquella orientada al mercado, fácilmente puede suponer que temas relevantes para las mujeres, y en especial para las mujeres pobres, las originarias, las jóvenes, las trans, sean desestimados. Las lógicas de asignación de recursos del mercado difícilmente coinciden con los intereses de las personas más vulnerables, o con una agenda de problemas, sujetos y perspectivas de investigación tendiente a una sociedad a la vez más igualitaria y más diversa.

¿Cuál es el trabajo pendiente como sociedad con respecto al rol de la mujer en el mundo laboral, más allá de la ciencia?

La perspectiva de género es clave en términos sociales. La demanda, por ejemplo, de que profesionales de la salud, operadores jurídicos, docentes, y otros agentes estatales tengan una formación en género es central porque permitiría que al acudir al estado las mujeres encuentren una respuesta más amigable, que contemple las múltiples violencias estructurales que afrontan cotidianamente. También lo es a la hora del diseño, la implementación y la evaluación de distintas políticas públicas, porque su ausencia implica reproducir, y a veces intensificar, las desigualdades.

 

 

Inés Perez es nacida en Mar del Plata, realizó la Licenciatura en Historia en la UNMdP y el doctorado en la Universidad Nacional de Quilmes. Tuvo dos becas en el exterior, la primera en Estados Unidos, y la segunda en Bélgica. Vive en pareja, tiene un hijo de 3 años. Disfruta de la playa, el cine y la lectura de novelas policiales: de Agatha Christie a Raymond Chandler, de Patricia Highsmith a Henning Mankell. “Cuando agarro una novela, no puedo soltarla hasta llegar al final”, afirma.