CIENCIAS EXACTAS Y NATURALES

Sensores argentinos para detectar vida en otros planetas

Investigadores del Consejo trabajan en este dispositivo que podrá ser enviado al espacio en un futuro no muy lejano.


En 1990, cuando el Voyager 2 dejó Neptuno y se dispuso a abandonar el sistema solar, giró para tomar la última foto de la Tierra, generando la imagen más lejana vista hasta el momento, exactamente a seis mil millones de kilómetros. A esa distancia el planeta parece un insignificante punto en un universo gigante, lo que sugiere que quizás, no sea tan probable que el hombre sea el único habitante del cosmos. Existe actualmente una rama de la ciencia, la Astrobiología, encargada de desentrañar el enigma ¿existe vida en otros planetas?.

Ximena Abrevaya es astrobióloga e investigadora asistente del CONICET en el Instituto de Astronomía y Física del Espacio (IAFE, CONICET-UBA). Junto con sus colaboradores del Departamento de Química Biológica de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires propusieron un tipo especial de sensor que podría detectar vida microbiana extraterrestre. El desarrollo, por su relevancia, fue tapa de la revista científica Astrobiology y está diseñado para identificar microorganismos que requieran luz para fabricar compuestos que le permitan obtener energía, del mismo modo que ocurre, por ejemplo, con la fotosíntesis.

La investigadora explica que este trabajo está basado en lo que se conoce como celdas de combustible microbianas, las cuales inicialmente fueron creadas para generar una forma alternativa de producción de energía utilizando microorganismos, pero, en este caso, lo que hicieron fue encontrarle otra aplicación.

En principio, Abrevaya detalla que “estas celdas son dispositivos similares a lo que sería una batería o una pila, que tienen su respectivo ánodo y cátodo.
Lo que se hace es tomar una muestra conteniendo microorganismos –por ejemplo del suelo- y ésta se coloca dentro de una celda de combustible. Si existen microorganismos vivos estos se acoplan al sistema eléctrico y producen una señal que se puede medir y cuantificar”.

Este desarrollo parte de la premisa de que si se dieran las condiciones apropiadas, la vida –tal como la conocemos– podría surgir y desarrollarse en cualquier planeta que posea características similares a las de la Tierra. La investigadora detalla que el dispositivo se probó con microorganismos terrestres cuya vida depende de la luz del sol como microalgas o cianobacterias, y que previamente ya lo habían testeado con otro tipo de microorganismos. El experimento propuesto debería realizarse en otro planeta empleando una sonda robotizada.

Experimentos similares ya fueron llevados a cabo por la NASA, pero con ciertas diferencias en cuanto a la metodología propuesta por el equipo de científicos argentinos. En 1976 Estados Unidos envió dos sondas espaciales, el Viking 1 y 2 a Marte para determinar si existía vida en ese planeta. Uno de los experimentos que realizaron se llamó Labeled Release (LR), el cual consistió en recoger una muestra del suelo marciano y mezclarlo con una gota de agua que contenía nutrientes y átomos de carbón radioactivo. La idea era que si el suelo contenía microbios, las formas de vida metabolizarían los nutrientes y liberarían o dióxido de carbono radiactivo o gas metano, que podrían ser medidos por un detector de radiación de la sonda.

“En nuestro caso, esta sería una versión mejorada de esos experimentos, ya que los experimentos de las Viking se basaron en la posibilidad de vida basada en carbono. En cambio el sensor que desarrollamos nosotros logra detectar vida a través de la presencia de metabolismo, independientemente de este elemento imprescindible para la vida en la Tierra pero no necesariamente para la vida en otros planetas. Al no ser selectivo, nuestro método permitiría detectar vida de una forma más amplia”, concluye la investigadora.

Dos autores comparten este trabajo, el Dr. Eduardo Cortón, director del LABB (Laboratorio de Biosensores y Bioanalisis, ubicado un centro de doble dependencia UBA-CONICET, IQUIBICEN) y el alumno de Doctorado Lic. Federico Figueredo.

Por Jimena Naser