INFORME ESPECIAL

Observatorio de rayos cósmicos Pierre Auger: el cielo a sus pies

En Malargüe, se extiende en un terreno del tamaño de once veces la Capital Federal. Participan 500 investigadores de 90 instituciones de 16 países, muchos del CONICET.


Primero, fue una idea ambiciosa en la mente de James Cronin, premio Nobel de Física en 1980.

Después, un croquis dibujado en un papel.

Más tarde, cálculos computacionales para ver si era viable.

En 1995, una reunión en la sede de la UNESCO con representantes de tres países candidateándose para ser sede del proyecto: Australia, Sudáfrica, Argentina.

Veinte años después, es esto.

Un observatorio particular, no con un telescopio sino con sus detectores desparramados en una superficie de 3 mil kilómetros cuadrados de campo en Malargüe –once veces la Capital Federal- a 1400 metros de altura, al pie de la Cordillera de los Andes, en la provincia de Mendoza.

1660 detectores de superficie instalados a quince cuadras de distancia unos de otros.

Cinco edificios que albergan veintisiete detectores de fluorescencia.

Información de esos detectores que escanean el cielo y se convierten en datos emitidos hacia las computadoras de los científicos que conforman el observatorio.

Investigadores de 16 países – Argentina, Alemania, Australia, Brasil, Croacia, Eslovenia, España, Estados Unidos, Francia, Holanda, Italia, México, Polonia, Portugal y República Checa y – que reciben los datos para develar el origen y la composición de las partículas de tamaño invisible y más alta energía que caen a la Tierra con menor frecuencia a medida que aumenta su energía: el misterio más grande que guarda el cielo. Los rayos cósmicos.

Son quinientos científicos. Es noviembre, es la reunión anual del Observatorio de rayos cósmicos “Pierre Auger”, que se realiza siempre para esta fecha. El viento los amontona.

 

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Sopla viento caliente en Malargüe: en la zona lo conocen como “viento zonda”. La ruta 40 es como Moisés: divide la ciudad en dos. El edificio del observatorio no se ve desde la ruta: está a un lado pero lo tapa un cerco de árboles. Un camino serpenteante rodeado de banderas de los dieciséis países que son miembros de la colaboración internacional conduce hasta la puerta del edificio, apostado en medio de un prolijo parque. Es una construcción austera, tiene dos pisos y está pintado de rosa. En su planta alta una ventana enorme mira hacia el parque; en ese segundo piso, está el corazón del observatorio.

Es como un juego de muñecas rusas: un cuarto vidriado adentro de otro cuadro vidriado que mira hacia el exterior. El lugar es Central Data Acquisition System (CDAS), el cluster que procesa los datos que llegan desde el cielo a través de los detectores en el campo. Nunca descansa: se mantiene activo operando día y noche desde 2005. Está lleno de CPUs apilados unos arriba de otros desde el suelo hasta el techo. Las luces verdes y amarillas de cada uno de esos CPU titilan rítmicas en un loop infinito: son los latidos de este corazón artificial.

-Acá –dice Mariano Del Río levantando la voz: adentro del cuarto el ruido es el del ventilador de una computadora pero multiplicado por cien- recibimos los datos de los 1660 detectores de rayos cósmicos que tenemos en el campo y los emitimos hacia las computadoras de los científicos desperdigados por el mundo que trabajan en este observatorio.

Del Río es uno de los guardianes del lugar: el encargado de mantenimiento de los detectores de fluorescencia. El otro guardián es Ricardo Sato, que se ocupa del mantenimiento de los detectores de superficie. Los dos instrumentos con línea directa con el espacio.

En el cuarto hace frío. Además de los CPUs, hay un aire acondicionado apostado en un extremo que está siempre clavado en diez grados. Afuera, sopla viento caliente.

 

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Frente al observatorio, cruzando la ruta, está el centro de convenciones donde ahora se lleva a cabo la reunión anual del Pierre Auger. Científicos de todo el mundo –en su mayoría físicos, algunos astrónomos e ingenieros- miran un proyector y debaten en inglés. En la pantalla se ve el dibujo de una especie de plato volador con acoplado: es un detector nuevo que están desarrollando. Uno de los científicos señala con un puntero láser rojo un tornillo y todos discuten, durante una hora, sobre la necesidad de reforzar ese tornillo. El objetivo de este nuevo detector es el de siempre: mejorar los instrumentos de medición en campo. Con el norte de siempre: poder observar y estudiar con más precisión los rayos cósmicos.

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