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Este trabajo se inscribe en la tradición crítica de la filosofía de la técnica; una tradición que, apoyada en el pensamiento romántico (en particular en el romanticismo alemán), informó buena parte del pensamiento sobre la técnica a lo largo de la primera mitad del siglo pasado y, por lo menos, hasta los años 60. Y de cuyos exponentes los nombres de Ortega, Mumford, Heidegger, Marcuse son ejemplos cabales y reconocidos. Desde este lugar, el título de esta comunicación se refiere a un doble desplazamiento: por un lado, un eje teórico-analítico; por otro, un eje histórico, donde los dos se implican pero pueden pensarse por separado. Veamos: este ir desde una noción de técnica como modo de ver el mundo, o como modo de vida hacia un concepto o término técnico como el de formas de vida tecnológicas implica un salto de matriz teórica y analítica importante. Un pasaje que, debo decir, coincide con mi propia trayectoria en los estudios sobre filosofía y sociología de la técnica. Y al decir del reconocido filósofo de la tecnología holandés Hans Achterhuis (1997), se trata de un camino que, de modos diferentes, emprendieron Albert Borgmann, Hubert Dreyfus, Andrew Feenberg, Donna Haraway, Don Ihde y Langdon Winner. Y si he dado ese salto es porque la teoría crítica clásica acerca de la técnica comienza a resultar insuficiente para entender el fenómeno técnico. Brindaré aquí un principio de explicación para esta insuficiencia; y señalaré el camino que, a mi entender, conduce a una nueva interrogación dentro de esta misma perspectiva crítica: del cuestionamiento al modo técnico de ver y habitar el mundo a la indagación acerca del grado y el modo de las relaciones de incorporación (Ihde 2005), es decir, de integración de lo humano (del cuerpo humano) y lo técnico, en el marco de políticas de promoción, regulación y gobierno de la vida, entendidas desde la perspectiva foucaultiana del biopoder.

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