INVESTIGADORES
LOPEZ Magdalena
congresos y reuniones científicas
Título:
Las crisis políticas desde el inicio de la transición. La pregunta sobre la representación en el Paraguay contemporáneo
Autor/es:
LÓPEZ, MAGDALENA
Reunión:
Taller; X Taller Paraguay desde las Ciencias Sociales; 2017
Resumen:
La teoría de la representación es el sostén conceptual que mantiene en pie nuestras democracias representativas modernas y se encuentra tan naturalizada como invisibilizada, sobre todo para aquellos que desarrollan la praxis democrática electoral. Es un presupuesto ineludible de nuestras democracias pero, al mismo tiempo, no es un elemento de reflexión habitual.Reconocidos autores han escrito sobre las crisis de la representación. Nos interesa pensar esa representación como aquella relación vincular que tiene el candidato con su elector (que lo erigió como representante) sin dejar de lado su relación con su partido (que lo convirtió en candidato, en primera instancia).Ante la pregunta sobre ?qué es y cómo funciona la representación? en los gobiernos democráticos, las respuestas son variadas.Pitkin (1985: 10) expresa que la representación política se materializa en el momento en que el representante habla y actúa en nombre de otras personas: ?representación quiere decir, más bien, hacer presente en algún sentido algo que, sin embargo, no está presente literariamente o de hecho?.Unzué (2007: 23) expresó ?la democracia representativa supone que esa minoría gobernante persigue el interés general, o al menos el de la mayoría, y que lleva adelante esa tarea con una sorprendente dosis de independencia frente al electorado que le permitió acceder al poder a través de su voto. Esa independencia, que es el rasgo central y constituyente de nuestros gobiernos, admite en nombre del supuesto de la asimetría de capacidades, la existencia de un poder autoerigido en tutelar o paternalista. El candidato, así como el gobernante, pueden predicar ?A? y realizar ?no A? sin ningún tipo de sanción inmediata?.En este sentido, al ?poder representar a otro en su ausencia? de Pitkin, Unzué le suma que también puede decidir no representar su opinión, a pesar de representarlo como ciudadano. Manin (1999) explica cómo para los padres fundadores y los grandes autores sobre la democracia, el representante tenía un rol de ?mediador? entre las voluntades populares y las decisiones finales.En Los principios del gobierno representativo, Bernand Manin sostiene que todo gobierno representativo, cuya institución central es la elección, se caracteriza por cuatro principios indisolubles: 1) los gobernantes son elegidos en intervalos regulares; 2) los gobernantes conservan un margen de independencia de los gobernados; 3) los gobernados pueden expresarse sobre temas públicos fuera del control de los gobernantes; y 4) las decisiones deben tomarse luego de un debate en el cual se expresen las diferentes posiciones.Si pensamos la elección como el acto que conecta a un representado con un representante que lo reemplazará en los espacios públicos en los cuales no puede participar por limitaciones numéricas, geográficas, etc., estamos dando por hecho que existen algunos supuestos invariados. El primero es la consideración de que existe un electorado tan homogéneo, cuyo interés esté tan esquematizado, que pueda colectivamente sentirse interpelado por un candidato. El segundo es la presunción de un electorado informado por igual, con totalidad de información y en pleno conocimiento de sus ?intereses? los cuales, además, serían explícitos y evidentes para todos los electores. El tercero, la idea de poder traducir en una voz cientos (o cientos de miles) de voces que jamás tendrán un lugar dentro de la política democrática institucional, excepto por ser ?hablados? más no hablantes de su propia voluntad. El cuarto, la idea de un interés supremo (o general) que generalmente se asocia a la ?patria? o a la ?nación? que justifica que dicho gobernante elegido pueda o no cumplir con los intereses que se supuso representaba al momento de ser votado (López, 2015a: 161).Otro dilema que plantea la teoría de la representación es la forma en la que se elige a los representantes. Todos los autores revisados opinan que las democracias modernas presuponen un proceso de elección para establecer una representación de un conjunto de personas por sobre un gran número de otras y que esa selección es, en sí, elitista (Manin lo llama ?sistema aristocrático?). En este sentido, convertir la elección de candidatos (tal como la comprendemos en nuestros días) en la forma de selección de los representantes significó, para algunos autores, la demarcación de la superioridad de los elegidos por sobre los electores. ?Los gobernantes que han atravesado el filtro de la elección (más aún, si existen restricciones a la elegibilidad), son considerados superiores a los ciudadanos comunes? (Unzué, 2007: 40).Entonces, sostiene Unzué (2007), las elecciones encarnan el primer problema de la teoría de la representación: la dicotomía representante y representado confirma que los electores y el (o los) elegido(s) conforman agrupaciones de individuos muy diferenciadas y los segundos poseen características distintivas de los primeros.Como explicamos previamente (López, 2017), las democracias contemporáneas reposan sobre la teoría de la representación política partidaria y la misma, desde nuestra perspectiva, atraviesa varias fases.En un primer momento, los partidos deben elegir sus propios candidatos. Luego, los electores condensarán sus intereses y se sentirán interpelados por representantes seleccionados en elecciones universales y periódicas, y agregamos, no fraudulentas. En un segundo momento, se conforman los poderes a partir de esta elección. Cada miembro del Poder Ejecutivo y Legislativo deberá representar a quienes los instituyeron en ese lugar. La representación puede hacerse en coincidencia con los intereses de los representados o en contra de estos. Se erigen grados de vinculación entre representantes y representados que puede instituirse en mayor confianza, relegitimación y apoyo a los representantes, o puede generar la conexión contraria.En un tercer momento, cuando los partidos o agrupaciones que triunfaron en las elecciones no son los mismos, los poderes instituidos a partir de las elecciones compiten por el ?monopolio? de la representación popular. Entendemos que hay problemas estructurales con la representación democrática partidaria y que esta atraviesa crisis estructurales de manera casi cíclica. Sin embargo, desde otra perspectiva, algunos autores (como Sartori, 1998) sostienen que la representación política es la única forma de gobernar en democracia en nuestros días, posicionándose en contra del ?directismo? que propone disminuir la centralidad de la representación para dar paso a mayores y más dinámicas formas de participación directa en los asuntos del Estado. En este sentido, Sartori argumenta que si bien la representación desilusiona al electorado, esto se debe a que el electorado espera de la misma más de lo que debe esperar.Manin indica que uno de los principales enemigos de la representación es el clientelismo, pero nosotros consideramos que esta forma de entender la política incluye un prejuicio sobre el elector. Algunas personas ?eligen representantes? sabiendo que no los representarán, pero lo deciden en base a un cálculo económico, a una racionalidad de castigo contra otro candidato, etc.Lo que pocas veces aparece cuestionado es este contrato invisible, esta conexión inmanente, que es la representación. En general, las críticas apuntan a particularidades, a ciertos aspectos que no funcionan o a los elementos que pueden desacomodarse.Lo no dicho, lo dado por hecho, de la teoría de la representación es un factor de potencial problematización. El sentimiento de ?no representación? del electoral o la decisión de ?no representarlo? del funcionario desencadena muchas veces desconfianza de las autoridades, cuando no del completo entramado de gobierno.Esto sucedió en numerosos momentos de la historia paraguaya, pero de manera explícita en 1999, 2012 y 2017.