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La galería de pinturas de Filóstrato el Viejo recrea, preferentemente, relatos mitológicos y lo hace con la minuciosidad y el arte del detalle legado por los alejandrinos. El gusto por el artificio retórico y la tradición refinada de la ékfrasis artística halla en las Imágenes una de sus expresiones más singulares: las pinturas como fuente de deseo del lenguaje sofístico. En la secuencia virtual de las eikones, una de las historias representadas es la pasión de Narciso (Im. I, 23). El poder de fascinación de la imagen sobre el muchacho que (se) mira y (se) ama es el tema del cuadro, así como la atracción del sofista y del niño que miran la eikón en los muros. Pero, ¿qué deseo supone, aquí, la ausencia del cuerpo, la superficie incorpórea de una bella imagen? ¿Cuál es el poder de las eikones más allá de su naturaleza: especular, pictórica o verbal? Para Filóstrato, la sofística de la Segunda Sofística es un discurso integrador de la retórica, la filosofía y toda la tradición literaria proveniente de la antigüedad desde Homero. Mímesis y paideia se convierten en los pilares de la maestría sofística que oscila entre la pura ostentación retórica y la profundidad conceptual. En esta concepción expandida del hacer sofístico, el mito narcisista adquiere elementos propios que lo diferencian de otras recreaciones griegas y latinas de este relato de metamorfosis. El presente trabajo indagará en la versión filostratea del mito de Narciso para dar cuenta de la exploración retórica de la ékfrasis como ámbito propicio para la reflexión sobre la capacidad mimética del lenguaje. La descripción de Narciso atrapado por el encanto del estanque repite, en una secuencia más amplia, a los espectadores atrapados por la pintura de Narciso que repiten, a su vez, a los lectores sumidos en las Eikones de Filóstrato.

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