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En el contexto de la obra deweyana los asuntos del arte y la educación y su relación son especialmente relevantes. Sin embargo, hasta donde puedo ver, Dewey aborda esta relación en al menos tres aspectos diferentes.Un primer sentido apunta a legitimar la inclusión de las artes en las trayectorias educativas. Parte de esas defensas atribuyen a las artes y por ende a su práctica una serie de virtudes ya epistémicas ya morales, y por ende deseables. En estas líneas de trabajos se pueden identificar los estudios de Viale y Campeotto (2017a, 2017b, 2019, 2021), Campeotto (2020), Stroud (2011) y Albrecht (2020), Gulla, Fairbank and Noonan (2020), Maarhuis y Rud (Comp.; 2020), Di Gregori (2018), entre muchos otros. Un segundo sentido refiere a la necesidad de volver a la educación una forma de arte. Generalmente se opone aquí la enseñanza rutinizada, mecanizada, de contenidos, o en zurcos -como dirá Dewey- a una educación basada en la exploración, la resolución de problemas, que fomente una investigación abierta y colaborativa y que enseñe más bien capacidades creativas que contenidos librescos. Ver especialmente Democracia y educación ([1916]1998), La ciencia de la educación (1938) y La educación en el arte - el arte en la educación'' ([1926] 2018).Todos estos aspectos son explorados en la discusión académica y como ya he dicho Dewey tiene interesantes aportes para hacer.Sin embargo en este trabajo abordaré un tercer sentido, menos explorado, que Dewey elabora a lo largo de El arte como experiencia ([1934] 2008), a saber, el modo especial en que las artes, como expresión de la experiencia, son también una elaboración y transformación de lo que podríamos llamar matrices de sensibilidad. La cuestión a explorar es hasta qué punto nuestros modos de apreciación han sido también configurados por el arte y por qué el arte se relaciona especialmente con la sensibilidad.