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La antología de textos críticos Tres décadas de poesía argentina (1976-2006), editada por Libros del Rojas, reúne artículos de temáticas y posturas muy diferentes entre sí pero que en sus cruces, a veces polémicos, e incluso en el recorte que realiza cada autor en particular, se delimita el punto cardíaco de la cuestión, que tiene que ver con los debates en torno lo que se conoce como poesía de los noventa. La poesía de los noventa es, entonces, lo sintomático de estos textos. No es mi intención remontar un resumen de los debates en torno a la poesía de los noventa, sino mejor analizar las representaciones metacríticas y teóricas que se juegan intersticialmente en ellos, para hacer notar que si hay algo novedoso en los noventa no es de naturaleza literaria sino teórico-crítica. Y lo novedoso sería precisamente esto: que la maquinaria crítica ya está oxidada, es vieja, obsoleta. Gambarotta, por ejemplo, cuenta una experiencia personal: dice que recién cuando fracasó su lectura de Saer pudo vislumbrar, como lector, el punto de partida de una nueva literatura argentina. Y aunque Gambarotta está hablando de una experiencia personal, podemos pensar lo que dice en un sentido más amplio, según el cual lo nuevo sería un efecto generado por una lectura que falla. Habría que preguntarse por qué y en qué medida falla o puede fallar una lectura determinada. Arriesgo esto: una lectura crítica falla cuando se automatiza, cuando deja de preguntarse por sus procedimientos y cuando sus herramientas le generan seguridad y respuestas sólidas, en lugar de preguntas y problemas. Una lectura que falla es una lectura que no se realiza, una lectura trunca: se trata de la imposibilidad de leer poesía. Porque son pocos los textos de esta antología que se dedican a analizar autores puntuales y los que hablan en términos generales, repito, terminan por leerse a sí mismos, como si rebotaran contra el objeto de la lectura.

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