INVESTIGADORES
CAMPO javier Alberto
capítulos de libros
Título:
Dar la cara
Autor/es:
CAMPO, JAVIER
Libro:
Los cines de América Latina y el Caribe (Parte 1, 1890-1969)
Editorial:
Ediciones Escuela Internacional de Cine y TV
Referencias:
Lugar: San Antonio de los Baños; Año: 2012; p. 258 - 260
Resumen:
José Martínez Suárez, uno de los cineastas argentinos más experimentados que aún continúa trabajando (es el presidente del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata-Argentina), destaca retrospectivamente que existían dos tendencias en la Generación del Sesenta, la neorrealista y la antonionística (por aquellos seguidores del cine de Michelangelo Antonioni). Como adherente a la primera decía "nosotros pensábamos que el país se estaba debatiendo en una propuesta de salida. No se podía perder el tiempo en situaciones emotivas y superficiales. [...] Era total nuestra adscripción al neorrealismo italiano de posguerra. Éramos los hijos sudamericanos de ese gran movimiento". Una manifestación que repetirían de diferente forma pero con idéntico fondo muchos de los precursores del Nuevo Cine Latinoamericano. En la misma dirección el escritor David Viñas destacaba que ?en el cine argentino se podrían trazar dos constantes tomando como ejemplos a Prisioneros de la tierra (Mario Soffici, 1939) o Las aguas bajan turbias (Hugo del Carril, 1952), de un lado, y del otro a El túnel (León Klimovsky, 1952) o La casa del Ángel (Leopoldo Torre Nilsson, 1957)?. Ambas corrientes confluirían en el estilo del director que se asumía como seguidor de un neorrealismo latinoamericano. Martínez Suárez, nacido en 1925 en la provincia de Santa Fe, inició su trayectoria como asistente de dirección de films ubicados en diferentes gradaciones de la industria del cine argentino. Desde su trabajo con Daniel Tinayre -en Deshonra (1952)- hasta la asistencia de Leopoldo Torre Nilsson -en El protegido (1956)-, pasando por la colaboración con el experimentado Lucas Demare en Mi noche triste (1952). Martínez Suárez aprendió un poco de cada uno para depurar un estilo que no se redujo al acatamiento de un modelo particular a seguir como discípulo de uno u otro, sino que le permitió configurar una mirada propia entre el cuidado formal característico de una nueva generación de directores y el rigor realista en imágenes que se comprometieran con un cine no pasatista. En esa elección concordó con otro "difícil", David Viñas (que venía de trabajar con Fernando Ayala en la adaptación de dos de sus cuentos para los films El jefe -1958- y El candidato -1959-), con quien hizo el guión de un film memorable para el cine nacional: Dar la cara (1962).