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La situación de pandemia que como humanidad nos tocó vivir en 2020 y parte del actual 2021 provocó una situación de inestabilidad a nivel global (UN, 2020). Las decisiones políticas y sanitarias asumidas por nuestro país llevaron al cierre abrupto de las instituciones educativas en marzo de 2020 (Silva, 2020) a través de un Decreto de Necesidad y Urgencia (DNU 297/20), con el objetivo de disminuir las posibilidades de contagio (Gómez, 2020).Mientras las escuelas permanecían cerradas y las aulas desocupadas, los docentes ingresaban virtualmente a los hogares de sus estudiantes acercándoles los saberes necesarios según los currículums pedagógicos oficiales (Expósito & Marsollier, 2021). Esta realidad generó altos índices de incertidumbre en toda la comunidad educativa ya que, a medida que transcurría el año lectivo y los arreglos provisorios diseñados para enfrentar una cuarentena de 15 días se iban cristalizando, la situación extraordinaria no desaparecía y las instituciones educativas permanecían cerradas (Rodríguez Ceberio et al., 2021).Cada directivo, seguramente, pudo notar que gestionar no es simplemente hacer que las cosas sucedan (Blejmar, 2005) cuando las cosas no están claras. Replantear la administración institucional sin la posibilidad de tener un panorama conceptual completo no es tarea fácil; es en estas circunstancias cuando se pueden cometer muchos errores (Farfán & Reyes, 2019). Probablemente, el gestor pudo evidenciar que las propuestas curriculares, muy homogéneas para todas las escuelas, tuvieron muchas diversificaciones entre instituciones y niveles educativos debido a las diferentes situaciones particulares de estudiantes y docentes (Leivas, 2020; Romero et al., 2021), únicos responsables de mantener funcionando realmente al sistema educativo, haciendo honor al contrato pedagógico asumido profesionalmente (Centurión et al., 2021).Luego de un año de confinamiento y distanciamiento social (De La Garza, 2021; García, 2020) con cientos de horas de educación virtual en las escuelas del territorio argentino (Expósito & Marsollier, 2020), la vuelta a clases presenciales no estuvo garantizada para el inicio del ciclo lectivo 2021 (Obarrio, 2021). A su vez, las condiciones de higiene sanitaria dentro de las escuelas (Pavesio, 2020) y los niveles de ansiedad por la situación (Ceberio et al., 2021) tampoco eran muy alentadores. Frente a este escenario surge la duda de ¿cómo se desarrolló la educación durante el aislamiento social de 2020? ¿Cuál fue el costo pedagógico de esta situación? ¿Cómo impacta en la comunidad educativa el retorno a la presencialidad? Estas preguntas vinculadas a los respectivos contextos generan respuestas únicas y particulares; sin embargo, el retorno a la presencialidad es fruto del reclamo social (Racciatti & Heinrich, 2021) y provoca una serie de temores, recelos y demandas por parte de los actores (Marsollier & Expósito, 2021). Son estas percepciones, surgidas de manera espontánea y subjetiva de parte de los docentes, las que se rescatan y se exponen de manera ordenada y sistematizada mediante una serie de herramientas y modelos teóricos.