INVESTIGADORES
PELLEGRINI Micaela
libros
Título:
El manuscrito culinario de Leticia Cossettini
Autor/es:
PAULA CALDO; MICAELA PELLEGRINI MALPIEDI
Editorial:
Casagrande
Referencias:
Lugar: Rosario; Año: 2019 p. 96
ISSN:
978-987-4978-09-7
Resumen:
Estas páginas prometen contactarnos con un costado poco explorado en la vida de Leticia Cossettini, su incursión por el universo de las prácticas culinarias. Leticia fue una distinguida educacionista que vivió en diferentes centros urbanos de la provincia de Santa Fe, Argentina, entre 1904 y 2004. Sobre su vida y obra corrió mucha tinta, fundamentalmente porque, además de ser maestra, fue la hermana de Olga, reconocida maestra y pedagoga santafesina que desafió con sus prácticas los lineamientos del normalismo, con los que se había formado (Cossettini, 2001a).Si revisamos la bibliografía específica de historia de la educación argentina en general y santafesina en particular, encontramos el nombre de Olga, su proyecto de Escuela Serena y, por supuesto, la mención a nuestra querida Leticia ... Dos muchachas hijas de inmigrantes italianos, que se formaron como maestras siguiendo el oficio del padre, Antonio, para luego desempeñarse como tal en diferentes escuelas.Pero, Olga y Leticia además de ser activas maestras, fueron mujeres con una intensa vida social y doméstica. Esta frase aparentemente obvia pierde ese tono cuando la mensuramos al calor de los estudios de historia de la educación que las tuvieron por objeto. Concretamente se las incluye, menciona y estudia como docentes, dejando así en un cono de sombra sus trayectorias por fuera de las aulas. A modo de hipótesis, si agudizamos la mirada para revisar la cantidad de huellas dejadas por ambas, podemos encontrar algunos indicios de sus trayectorias femeninas claramente marcadas por los estereotipos de la época.Justamente, Leticia, la hermana menor, incorporó, tanto en su apariencia física como en su carácter y sentido del humor, gestos reconocidamente sensibles, pasionales, estéticos y, finalmente, femeninos. Rasgos como la capacidad de cuidar a los niños, la bondad, la dulzura y suavidad en el trato, la entrega absoluta, la abnegación y la actitud sumisa y despojada de cualquier egoísmo, fueron atribuidos a las mujeres en general, impregnando también los trabajos públicos ocupados por ellas. Así, las mujeres eran guardianas y ángeles del hogar en tanto morada familiar y reducto de acción de la primera infancia. Esta premisa fue la misma que, puertas afuera, habilitó una serie de trabajos públicos vinculados también al cuidado y la contención en general y de los niños y niñas en general. Entre esas tareas se destacó el magisterio, en tanto ellas podían ser maestras de primeras letras pero no profesoras de disciplinas marcadas por la especificidad y la ciencia. Las mujeres estaban aptas para educar, no así instruir (Ballarín, 2006). Las madres y luego las maestras acompañaban a los niños y a las niñas en las presentaciones elementales de los recursos de la cultura. Esos atributos conductuales operaron en diálogo con una determinada apariencia física que, despojada de suntuosidad, maniobrando con movimientos suaves y delicados y expresándose con voz dulce y musical, estaba compuesta por gestos armónicos que hicieron de la mujer un ser etéreo, puro, sensible, apacible y benévolo. Basta con revisar las imágenes que los manuales escolares utilizaron para representar a las educadoras de la primera infancia (Escolano Benito, 2004; Galván Lafarga y Martínez Moctezuma, 2017). Mujeres de tez blanca, con cabellos recogidos o cuidadosamente peinados, con sonrisa infl amada y mirada delicada pero distante, vestidas con prendas amplias que, aunque insinuaban la figura, no la marcaban ni exhibían deliberadamente. Precisamente, la encantadora e histriónica señorita Leticia resultó ser un clarísimo ejemplo de ello.Leticia fue una maestra de aula que nunca alcanzó cargos directivos. Pero, en paralelo a su labor docente, llevó una intensa actividad creativa tanto en el plano de la escritura como en el de la producción de artes plásticas. Sus manos, "que son acción, toman, crean, y a veces se diría que piensan", legaron acuarelas y delicadas muñecas de "chala" pero también manuscritos de diferente naturaleza y extensión, llegando algunos a editarse. Así, las manos de Leticia fueron una usina productora de palabras escritas y objetos. Esa profusión de textos con el tiempo fue adquiriendo conocimiento público. Algunos de sus escritos se publicaron. Luego fueron reunidos en las obras completas de las hermanas Cossettini. Más tarde se conformó el Archivo Pedagógico Cossettini, donde sus diarios de clase, cuadernos, borradores y epístolas hallaron un lugar de conservación, cuidado y consulta, pero también y en la misma ciudad de Rosario, la casa donde moraron las hermanas se transformó en un espacio cultural y nuevamente su letra y sus objetos encontraron canal de cuidado y publicidad. De tal forma, tenemos muchas puertas para asomarnos a la vida de Leticia, sus experiencias generales y su comprometido rol docente en el cual el arte fue un eje transversal. Ella, más que artista, era sensible a las artes, por lo cual se proyectaba desde la música, la pintura, la danza, el teatro y la poesía en pos de la alfabetización de los niños y niñas. No obstante, a medida que Leticia Cossettini fue incorporando a la señorita Leticia, la segunda ordenó a la primera y entre ambas compusieron a una mujer especial.