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«Violento es el poder, la rebeldía es agresiva» en alguna calle de la ciudad escribe una mujer. Tal vez la violencia, parafraseando a Rinesi, sea una palabra de una ambivalencia perturbadora, y esto por una razón fundamental: también aquello que nombra involucra una tensión irradicable (2003). Ahora bien, si la atribución de violento puede calificar cualquier cosa, hay el riesgo de que ya no signifique nada. Por eso, una crítica de la violencia comienza por interrogar sus marcos de inteligibilidad (Butler, 2010): qué percibimos como violencia, cuando se ejerce contra quién, y bajo qué presunción de no-violencia. Emprender una crítica de la violencia desde la filosofía es entonces una necesidad del debate contemporáneo, aún cuando esté en juego la discusión sobre su contemporaneidad. Hay aquí no sólo una deuda con el ensayo de Walter Benjamin -que vino a reposicionar una vieja discusión dentro de la tradición crítica del derecho- sino también un acto de insoburdinación que tiene a la violencia por objeto. Para una crítica de la violencia (1921) pone en el centro la potencia de pensar desde este binomio violencia-derecho, aparentemente inescindible. Si la violencia -tanto la que funda como la que sostiene el derecho- tiene un correlato más claro para nosotrxs con sus «manifestaciones objetivas», la violencia ha quedado relegada al lugar de la especulación. Es el propósito de este trabajo interrumpir la exégesis y desandar esta pregunta pendiente: en el límite entre la destitución y la institución ¿puede la violencia dar lugar a un nuevo orden no sostenido en la violencia? a este interrogante implica abordar una tesis tan fundamental como poco trabajada del ensayo benjaminiano, tesis según la cual la crítica de la violencia no es otra cosa que la filosofía de su historia.

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