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Sin lugar a dudas, la heterogénea miríada de actores, saberes e instituciones involucrados en el vasto campo del arte de curar ?diplomada y ?popular?? ha sido y es uno de los grandes mojones del vasto campo de la historia de la medicina, la salud y la enfermedad en las últimas décadas (Porter, 1989; León Sanz, 2008). Frente a un escenario europeo donde tal diversidad resultó la norma hasta fines del siglo XVIII (Spary, 2011), la historiografía latinoamericana dio cuenta, por su parte, de la pervivencia de este fenómeno a lo largo del siglo XIX y comienzos del XX. En efecto, un extenso conjunto de pesquisas expuso la vitalidad del accionar de curanderos, barberos y sanadores varios en distintos espacios del continente (Pimenta & Gomes, 2016; Chalhoub et al, 2003; Palmer, 2002; Agostoni, 2018; Correa, 2015; Di Liscia, 2003). Al tiempo que estos trabajos estudiaron con tino y precisión la inscripción local de estos actores, su dinámico vínculo con las sociedades donde se desempeñaban y los saberes que ponían en juego en sus diversas artes de curar, algunas variables decimonónicas comunes al continente resultaron desatendidas en cuanto a la globalidad que encierran. Dicho en otros términos, tales actores, prácticas, terapias y objetos relativos a la enfermedad y la cura fueron mejor estudiados desde sus agrupamientos corporativos, su circulación en la prensa urbana o bien a través de individuos que se autodefinían médicos y lograban insertarse en circuitos comerciales de grandes ciudades (Correa, 2016; Palma, 2018; Palma y Vallejo, 2019). No obstante, resta explorar aún la posibilidad de concebir a los actores populares de sanación, con fuerte inscripción local, como parte de procesos transnacionales más amplios de circulación y apropiación de saberes médicos.

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