INVESTIGADORES
LIZARRAGA Fernando Alberto
congresos y reuniones científicas
Título:
Medios e imagen presidencial
Autor/es:
LIZÁRRAGA, FERNANDO ALBERTO
Lugar:
Buenos Aires
Reunión:
Encuentro; III Encuentro Latinoamericano Comunicar las Instituciones; 2001
Institución organizadora:
Fundación Walter Benjamin-Fundación Konrad Adenauer
Resumen:
En sus esfuerzos por rescatar la
imagen presidencial de las manos de humoristas y periodistas críticos, el
gobierno nacional incurrió en profundas contradicciones y -lo que es más grave
aún- se colocó a un ápice de violentar derechos constitucionales absolutos.
Primera contradicción: si, como reza un aserto normativo, la crisis se supera
con más democracia, es absurdo procurar un ajuste al principio de la libertad
de expresión, instrumento inherente al sistema que se dice defender. Segunda
contradicción: si los postulados económicos del gobierno nacional se fundan en
el sostenimiento de la libertad de mercado, resulta errático el intento de
regular la circulación de la mercancía opinión en la esfera pública. Ronald
Dworkin ha identificado dos corrientes justificatorias de la libertad de expresión:
la instrumental y la constitutiva. La primera, abundante en la jurisprudencia
de la Corte Suprema de Estados Unidos -incluso en la doctrina de la real
malicia- destaca la importancia de la libre expresión como herramienta
democrática. La segunda, mucho más radical, se funda en una concepción densa
del ciudadano como agente moral. Ambas corrientes parecen estar fuera del
ámbito de reflexión política del gobierno nacional. Incluso, podría advertirse
una inquietante inclinación a violentar la más antigua y restrictiva garantía
de la expresión sin censura previa. La única explicación posible a la actitud
del delarruísmo se obtiene si se recurre a la doctrina del peligro claro y
actual (clear and present danger) también consagrada por la Corte
Suprema de los Estados Unidos. Es dable suponer que, frente al temor a la
cesación de pagos y a la creciente protesta social, el gobierno nacional haya
creído necesario silenciar las voces piqueteras instalando un artificial
debate sobre la necesidad de acallar a los satiristas y comunicadores
desafectos. De haber reconocido como legítimas las voces de la protesta social,
el Ejecutivo Nacional habría enfrentado un cuestionamiento de fondo al mismo
sistema en que sustenta su legitimidad. El gobierno optó por el mal menor,
desplazó el objetivo de sus intenciones de censura y de ese modo,
paradójicamente, acabó lesionando aún más su propia capacidad para justificar
públicamente sus actos.