INVESTIGADORES
DVOSKIN Gabriel
congresos y reuniones científicas
Título:
Prácticas discursivas no binarias: entre las reglas lingüísticas y las normas sociales
Autor/es:
DVOSKIN, GABRIEL; ZUNINO, GABRIELA MARIEL
Lugar:
Rosario
Reunión:
Jornada; VIII Coloquio Interdisciplinario Internacional Educación Sexualidades y Relaciones de Género; 2021
Institución organizadora:
Universidad Nacional de Rosario
Resumen:
El presente trabajo se inscribe en el marco de un proyecto UBACyT que tiene como uno de sus objetivos analizar diferentes dimensiones de las relaciones entre lenguaje y género. Específicamente, nos interesa abordar los procesos de comprensión involucrados para el procesamiento de formas binarias y no binarias; las ideologías lingüísticas que se manifiestan ante el uso del lenguaje inclusivo o no binario; y las representaciones de género que se ponen en circulación a partir de la producción de discursos en diferentes ámbitos (principalmente, político, periodístico y pedagógico), con el objetivo de indagar en qué medida estos discursos contribuyen a reproducir el orden sexo-genérico imperante o bien, constituyen un mecanismo de resistencia y cuestionamiento para su transformación.En este trabajo, pretendemos abrir la reflexión sobre determinados ejes del uso del habitualmente llamado ?lenguaje inclusivo?, considerando las distintas formas lingüísticas que una comunidad de hablantes puede adoptar para evitar sesgos de género; lo que algunes investigadores llaman lenguaje no binario directo e indirecto (López 2020). Buscamos presentar un panorama que exhiba la variedad de perspectivas lingüísticas que han abordado las relaciones entre lenguaje y género. En particular, nos interesa plantear la discusión sobre la diferencia entre reglas lingüística y normas sociales que están involucradas en las prácticas discursivas en general y en el uso del lenguaje no binario en particular.Si bien la polémica sobre el lenguaje inclusivo es un fenómeno novedoso en la Argentina a nivel social, el debate sobre la existencia de formas sexistas en el uso del lenguaje lleva ya varias décadas (Márquez 2013; Pérez & Moragas 2020; Scotto & Pérez 2020). El origen de esta discusión se corresponde con el surgimiento de los movimientos feministas en Estados Unidos y Europa, a mediados del siglo XX, que advirtieron sobre usos que, de maneras más o menos sutiles, conllevan una discriminación de género (Cameron, 1995). Estas críticas dieron lugar a una diversidad de interpretaciones sobre estos fenómenos lingüísticos, que no sólo se diferenciaron respecto de las posiciones (epistemológicas, sociales, políticas) desde las que abordaron el tema, sino también en los ejes que constituyeron como foco del problema. En efecto, donde algunes vieron las causas, otres vieron las consecuencias y lo que algunes denunciaron como un problema social que debe ser solucionado, otres lo justificaron como parte de la vida gregaria que caracteriza a nuestra especie.Rápidamente, estas formas sexistas fueron emparentadas con otras también discriminatorias (especialmente, de carácter étnico, estético o de orientación sexual), hecho que dio origen a lo que se conoce como ?lenguaje políticamente correcto? (Mills, 2003). Este sintagma también ha recibido diferentes valoraciones según las perspectivas de quienes abordaron la problemática e, incluso, puede observarse cómo las (a priori) mismas perspectivas han cambiado sus valoraciones sobre el lenguaje políticamente correcto según la época, hecho que da cuenta de que las formas que adoptan los mecanismos de discriminación son contextualmente dependientes, así como también las categorías para su análisis (Cameron, 1995).En la Argentina, la actual difusión del debate en la sociedad no parece responder tanto a un repentino interés suscitado sobre la lengua en sí sino, sobre todo, a las sucesivas luchas de los movimientos feministas y LGBTQA, que han logrado instalar en la agenda pública temáticas de género que en otras etapas han estado invisibilizadas o relegadas a espacios muy restringidos y que han sabido exhibir que la lengua es una parte fundamental de ese entramado socio-cultural y político. Si bien estos movimientos tienen una larga trayectoria en la Argentina, la primera marcha de Ni Una Menos llevada a cabo en junio de 2015 tuvo un impacto social, mediático y político que instauró una nueva coyuntura en materia de género (Faur, 2020).Por otro lado, en las últimas dos décadas, se han implementado en la Argentina una variedad de políticas públicas destinadas a ampliar los derechos de las personas en cuestiones de género que han acompañado y, a su vez, potenciado los cambios a nivel social y cultural (Tabbush et al. 2020). Podemos incluir en este conjunto la sanción de las leyes de Educación Sexual Integral (2006), Protección Integral de las Mujeres (2009), Matrimonio Igualitario (2010), Identidad de Género (2012) y Micaela (2019)[1]. De esta manera, la polémica sobre el lenguaje inclusivo se inscribe en una coyuntura caracterizada por los cuestionamientos, las críticas y las ansias por transformar un orden social marcado por las desigualdades de género.A su vez, la controversia sobre este tema jamás podría haber alcanzado semejante difusión si el uso del lenguaje inclusivo no hubiese despertado tanta resistencia en los sectores más conservadores, síntoma evidente de que vieron allí una amenaza al orden social imperante (Moreno Cabrera, 2008; Pérez & Moragas, 2020), hecho que los ha obligado a responder y, por lo tanto, a participar de un debate que les resulta incómodo debido a que no fueron ellos quienes lo propusieron. Esta incomodidad, fuertemente basada en una tradición normalizadora y homogeneizadora a cargo de instituciones como las academias (Moreno Cabrera, 2008), se manifiesta principalmente en los argumentos que esgrimen. Solo para dar algunos ejemplos, encontramos ideas como: 1) el lenguaje inclusivo se impone de manera totalitaria, hecho que atenta contra la libertad (individual, de expresión); 2) no se puede cambiar voluntariamente el modo de hablar de las personas; 3) los cambios en la lengua no generan cambios en la realidad, por lo que este tipo de medidas resulta trivial y desvía la atención de lo verdaderamente importante; 4) el uso de este tipo de formas ?contamina? la lengua -en este caso, el español- y puede provocar fallas en la comunicación; 5) el uso del lenguaje inclusivo demanda mucho esfuerzo, tanto para quien produce el mensaje como para quien lo recibe.Las resistencias más marcadas, incluso entre lingüistas, han surgido de las perspectivas gramaticales clásicas. Vale decir que el paradigma de género en español supone, en principio, una distinción binaria (masculino/femenino) pero exhibe cierta complejidad, lo que ha dado lugar a varios intentos de sistematización (Ambadiang 1999). Las diferentes propuestas para describir la flexión de género en español suelen diferir en cuanto al grado de arbitrariedad o motivación del género en sustantivos, y existe un foco especial puesto en los sustantivos que refieren a personas. La mayoría de estas propuestas intenta organizar esa sistematización a partir de comprender que el género puede ser definido por rasgos semánticos y por rasgos formales. Sin embargo, una gran cantidad de trabajos marcan especialmente que el género, en las lenguas en general y en español en particular, también se encuentra vinculado, apoyado y condicionado por factores extralingüísticos (Ambadiang 1999; López 2020). Uno de los fenómenos en los que esto es especialmente analizado es en el proceso de asignación de género: para sustantivos que refieren a personas parece prácticamente indiscutible que intervienen factores sociolingüísticos y pragmáticos, además de gramaticales. Si bien existen los epicenos (aquellos sustantivos en que una única forma invariable refiere indistintamente a varones y mujeres y que no requieren cambios morfológicos para generar concordancia, por ejemplo ?persona?), lo cierto es que no son una gran cantidad y la mayor parte de los sustantivos que refieren a personas (y en general a entidades animadas) forman pares genéricos, lo que en muchos estudios se clasifica como heterónimos. Existe, por su parte, un amplio consenso en cuanto a que el español es una lengua con género inherente. Sin embargo, esto puede ser comprendido de múltiples modos: la mayoría de los estudios propone que lo inherente es ?portar algún género?, pero no existiría inherencia en relación con cuál, exhibiendo nuevamente la complejidad del proceso de asignación de género y hasta qué punto esta asignación sería arbitraria o motivada (Ambadiang 1999). Sin embargo, como puede observarse, incluso entre las posiciones menos conservadoras, sigue primando el binarismo de género: lo que se pone en discusión es la visibilización de las mujeres pero no se discute la concepción binaria de base.No es necesario realizar un análisis exhaustivo para notar que, entre les hablantes no especialistas, circulan ideas y creencias sobre la lengua que toman y conservan vestigios fragmentarios de posiciones y propuestas especializadas que han logrado constituirse como conocimiento de sentido común sobre las lenguas. En muchas ocasiones, vemos cómo ese proceso supone la relación no sistemática ni consistente entre reglas lingüísticas y normas sociales que genera una matriz firme de ideas que guía , de maneras más o menos implícita, las actitudes lingüísticas de les hablantes. En ese sentido, es interesante notar que, muchas veces, estas concepciones generan argumentos contradictorios entre sí. Por supuesto, del mismo modo que encontramos heterogeneidad al interior del grupo que se manifiesta a favor del uso de formas no binarias, es esperable encontrar la misma característica en un grupo que se oponga a su uso. Sin embargo, sí resulta significativo escuchar todos estos argumentos pronunciados, en ocasiones, por la misma persona. Esta contradicción estaría dando cuenta de una posición conservadora fuerte: prima la oposición a cualquier cambio, sin voluntad de reflexión o posibilidad de intercambio alguno. También resulta significativo que, en la mayoría de los casos, se esgrimen argumentos de índole estrictamente lingüística, hecho que, por un lado, esconde los aspectos políticos y sociales que subyacen a la polémica por el lenguaje inclusivo y, por el otro, presenta a la lengua como un sistema abstracto, fijo y estable, independiente de les hablantes y de los contextos de uso.En ese sentido, intentaremos comenzar este recorrido a partir de dos ejes clave: qué es la Facultad del lenguaje (universal, humana), qué son las lenguas (muy diversas) y cuáles son las formas en las que las lenguas pueden exhibir sesgos de género. Luego, presentaremos las relaciones que existen entre las características sociales de les hablantes, especialmente su identidad de género, y sus conductas lingüísticas y haremos una breve revisión de los diferentes tipos de investigaciones que han abordado estas problemáticas en el campo de la lingüística y esbozaremos la variedad de respuestas que se han dado. Posteriormente, indagaremos en las relaciones entre las cuestiones de género, las prácticas discursivas y el orden social en que dichas prácticas tienen lugar. Y, por último, concluiremos la presentación con algunas reflexiones sobre experiencias en el ámbito universitario y sobre las tensiones que se visibilizan entre marcos regulatorios y prácticas sociodiscursivas a propósito de los usos de nuevas formas lingüísticas.