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Se presenta la etimología como una herramienta útil para desentrañar los sentidos ocultos y olvidados de las palabras y las relaciones entre los términos que usamos, muchas de las cuales han caído en el olvido, y para tomar mayor conciencia de los procesos de selección lexicales que nos constituyen como comunidad. En estos términos es que hemos pensado en la etimología como una herramienta hermenéutica. La hermenéutica como hermeneutiké techné, arte o técnica de la interpretación, se presenta como una tarea práctica, como un ejercicio transformativo y comunicativo contrapuesto a la contemplación de esencias eternas y entes inmodificables por el sujeto observador. Las palabras, al igual que los mensajes que llevaba Hermes, el dios griego, transportan un significado nacido en un contexto de emisión y que es develado en otro de recepción. El ejercicio de desentrañamiento del sentido originario de las palabras y de su posterior transformación resulta una estrategia efectiva para la respuesta de interrogantes que rodean, principalmente, instituciones con las que se convive cotidianamente y cuyo significante excede la propiedad de la sociedad contemporánea. La búsqueda de una respuesta no culmina con la mera descripción de la designación de un definiendum sino que nace con la necesidad de hallar algo significativo, es decir, de la comprensión de por qué algo es como es. Las grandes ideas de la filosofía están instaladas en la vida humana desde los comienzos de esta y operan de manera totalmente inconsciente . Así, la pregunta etimológica intenta develar cómo las experiencias humanas fueron comprendidas a lo largo de la historia de la humanidad, cuáles fueron las asociaciones entre hechos ya interpretados y las nuevas sensaciones, a la par que conduce a la búsqueda de relaciones entre palabras para hallar parentescos desconocidos y olvidados.

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