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Uno de los múltiples modos de pensar los vínculos entre arte y política en la Modernidad es aquel que intenta mostrar la relación entre la «autonomización» de la esfera del arte -y por consiguiente del discurso filosófico que la estudia, la estética- y la construcción metafísica de un sujeto cuyo correlato político será el individuo-ciudadano. Ciertamente, autores como Paul de Man han intentado pensar el modo en que la categoría filosófica de «estética» es la que provee en sistemas como los de Kant o Hegel un principio de articulación para una subjetividad irreparablemente escindida. No obstante la fecundidad que estos trabajos puedan tener para pensar la historia de la relación entre arte, estética y política, es posible que la creciente importancia del concepto filosófico de «vida» paralela al declinar del concepto de «sujeto» a lo largo del siglo XX, nos exija una nueva mirada sobre la cuestión.El proyecto moderno de mantener unidos (pero distinguidos) dentro de ese artefacto llamado «hombre» el bíos (la vida cualificada) y la zoé (la vida natural) a través de la estética, ha fracasado. ¿Cuál es la prestación específica del arte frente a esta situación? ¿Qué sucede cuando toda la cadena del arte, que va desde el creador al espectador está atravesada por la vida biológica?, ¿qué sucede cuando el arte- habiendo asumido como propia la crítica a la centralidad de la subjetividad- deja de ser un dominio del sujeto, para el sujeto? ¿Qué nos proponen las prácticas artísticas de Otto Mühl o Joseph Beuys, entre tantos otros, al exhibir excrementos, sangre, semen y todo tipo de «desechos biológicos» propios? En definitiva, ¿cuál es la relación actual entre arte, estética y biopolítica?El presente trabajo se propone examinar ciertas derivas del arte actual que, iniciado como movimiento crítico y liberador de las vestiduras de un «arte aurático», exalta la «vida desnuda».

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