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Se ha insistido que en las elecciones para senadores y diputados del 14 de octubre de 2001 la vida democrática ha sufrido un revés, ha sido objeto de un inédito suceso, de un excepcional episodio en la vida de nuestras instituciones, asestándose un golpe a la consolidación misma de la democracia. Los datos han sido fulminantes pero no han demostrado más de lo que ya se venía palpitando en boca de los encuestadores, los nuevos brujos de la política actual; los números no han hecho más que confirmar la voluntad firme del electorado de rechazar a la clase política. Sin embargo, se tratará a través de un análisis coyuntural, percibir, no su carácter de excepcionalidad, del hecho como ruptura reflejado en las elecciones legislativas del 14 de octubre, sino que se intentará correr el velo que recubre a esa situación particular. El abrirme paso fuera de los límites que definen esta coyuntura, tiene como intención hacer resaltar la posición que parte de la idea de que no ha existido una ruptura en los fenómenos sucedidos el 14 de octubre, que dicho hecho no es un parteaguas a partir del cual la clase política deberá cuestionarse seriamente su manera de hacer política y de esa manera no corroer más sus fuentes de legitimidad; por el contrario, ese suceso debe ser enmarcado en un hilo de continuidad, es decir, deben ser vistos y leídos de manera que ponga en evidencia el sustrato continuo sobre el cual se han construido y reproducido las relaciones de fuerza en nuestro país. A raíz de lo que ya se ha adelantado, los objetivos pueden sintetizarse en los dos puntos siguientes: por un lado, tratar de mostrar una visión alternativa a aquella que ve en la crisis un hecho de ruptura, una situación espasmódico. Por otro, tratar de pensar a través de los elementos con los que contamos, de un posible corrimiento de las fuentes de legitimación política, no otorgada ya por el sufragio universal, o únicamente por él.

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