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Completando la suposición de Geertz acerca de que en los rituales los sujetos se cuentan una historia sobre ellos mismos, podemos suponer que, es en ese contar que se aprende tanto la historia que se narra como los modos de narrarla. Las celebraciones escolares, que estudia este trabajo, son momentos de subjetivación, especialmente a través de la construcción de identidades, en tanto las metáforas escenificadas y escenificantes, que tienden a producir situaciones compartidas a partir de las cuales es posible edificar un Nosotros. En los actos escolares la narración se realiza a partir de la performance; del uso del propio cuerpo a ser significado, como instrumento de significación. Así, se asemeja al juego y como éste, tiene también como principal ingrediente a la repetición. El acto se hace una y otra vez, y no sólo de año a año. Cada performance es minuciosamente ensayada, en la escuela y en la casa, repetida incansablemente hasta encontrar la forma adecuada; de la misma manera se la repite en cada turno escolar y en cada escuela de la nación. Los actos además de repetirse son repetibles como muestran el afan de las maestras por guardar, para otra oportunidad, el guión que prepararon; la publicación de libros con modelos de actos y obras para ser incluidas; las revistas infantiles o para maestras que (re)editan más modelos de actos y láminas utilizables para la decoración escolar; el interés oficial por reglamentar y establecer esos modelos, objetos decorativos y fechas en las cuales deben celebrarse. Hecho una y otra vez, representando indefinidamente la misma escena, el acto escolar transforma las metáforas en cuerpo. Narrando una historia a través del uso de la carne, el acto escolar va tejiendo los hábitos que dan forma a un cuerpo que vivencia esa historia como propia y a sí mismo como sujeto de la misma.

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