INVESTIGADORES
ABRAMSON Guillermo
libros
Título:
Viaje a las estrellas: de cómo y con qué los hombres midieron el universo
Autor/es:
GUILLERMO ABRAMSON
Editorial:
Siglo XXI (Colección Ciencia que ladra)
Referencias:
Lugar: Buenos Aires; Año: 2010 p. 128
ISSN:
9789876291330
Resumen:
Capítulo 1. en el cielo las estrellasEn una noche despejada, sin Luna, lejos de las luces de una gran ciudad, podemos ver varios miles de estrellas en el cielo. Es uno de los espectáculos naturales más hermosos y está al alcan-ce de todo el mundo, sin necesidad de viajar a lugares exóticos, peligrosos ni lejanos. Miles de estrellas esparcidas en el cielo: una visión que desde la noche de los tiempos ha sido fuente de asom-bro e inspiración para la humanidad. La ciencia de la astronomía, claro está, tiene su origen en esta fascinación por el cielo estrella-do. Pero en realidad la astronomía es algo más que una ciencia. Es una manera de comprender nuestro lugar en el universo. Por tener un origen tan antiguo, tan elemental, la astronomía se formula preguntas fundamentales sobre el mundo. De manera que no es de extrañar el encanto que despierta y ha despertado a lo largo de la historia, aun entre quienes no han recibido una edu-cación formal en ciencias. ¿Qué son esas cosas que vemos brillar en el cielo? ¿Qué es el Sol, y a dónde va durante la noche? ¿Cuán-tas estrellas hay? ¿Por qué la Luna cambia de aspecto? ¿Qué son los planetas y los cometas? ¿Hasta dónde llega el universo? ¿Cómo se originó, y cómo terminará? ¿Cuál es nuestro rol en ese escenario del universo? ¿Existen otros seres conscientes observando el uni-verso tal como lo hacemos nosotros? Algunas de estas preguntas tienen respuestas sencillas. Otras, complicadas. Como en todas las ciencias, muchas quedan aún por responder. Y, naturalmente, sur-gen nuevos enigmas todo el tiempo.Miles de estrellas. Muchos miles más si miramos con binoculares o con un pequeño telescopio. Hoy sabemos, aun sin ser astrónomos y quizás incluso de una manera un poco vaga, que están muy lejos? muy, muy lejos. Nos han dicho que están tan lejos que no resulta nada sencillo imaginarse la distancia. Y es realmente así: es difícil formarse una imagen mental del abismo que nos separa de ellas. En estos casos suele recurrirse a comparaciones de dudoso valor, pero que parecen un recurso inevitable: si el Sol, esa inmensa esfera de gas ardiente un millón de veces más grande que nuestra enorme Tie-rra, tuviera el tamaño de un grano de arena, la estrella más cercana (¡y tan sólo la más cercana!) sería otro grano de arena a 30 kilóme-tros de distancia. Granos de arena a 30 kilómetros de distancia?No deja de ser sorprendente ?tratándose de objetos tan lejanos y que existen en una escala de tiempo y de espacio tan distinta de la humana? lo que la astronomía moderna sabe sobre las estrellas. No se puede, por ejemplo, tomar muestras de ellas y llevarlas al laboratorio para estudiarlas, ni observarlas a lo largo de sus exis-tencias. Sin embargo, la comprensión que la ciencia ha alcanzado acerca de todo lo relativo a las estrellas es enormemente exacta y exitosa, sin duda uno de los grandes logros de nuestra civilización. Sabemos cómo nacen y cómo se forman,  junto  con  los  planetas que las acompañan, a partir de las nubes de gas y de polvo que permean el espacio (a las que iluminan y esculpen con la intensa radiación de sus años juveniles). Sabemos cómo y por qué brillan, fusionando núcleos de átomos livianos en sus centros supercalien-tes,  un  proceso  en  el  que  se  crean  núcleos  más  pesados  y  ener-gía. Sabemos que algunas viven lentamente y se extinguen en paz formando  coloridas  nebulosas  llamadas  ?planetarias?.  Otras,  en cambio, viven rápidamente y concluyen sus existencias de mane-ra violenta y explosiva; es el caso de las supernovas. Todas acaban devolviendo al espacio interestelar buena parte de la materia quelas formó, enriquecida con los nuevos elementos forjados en sus hornos termonucleares. Material que contribuirá a la formación de la siguiente generación de estrellas y sistemas planetarios. Vale la pena reflexionar sobre este permanente reciclado de la materia en la Galaxia, ya que es la misma de la que estamos hechos nosotros: el calcio de nuestros huesos, el hierro en nuestra sangre, el oxígeno que respiramos, el cloro en la clorofila de las plantas, el oro de los anillos de bodas, todo, todo ha sido forjado en los hornos termonucleares  de  generaciones  de  estrellas  anteriores  a  nuestro Sol. Tal vez sea ésta la contribución más valiosa de la astronomía del siglo  XX  a  nuestra  cultura:  adoptando  una  perspectiva  adecuada podemos llegar a comprender que somos el propio universo cono-ciéndose a sí mismo. Por otro lado, en años recientes la astronomía se ha convertido en una fuente inagotable de imágenes hermosas y espectaculares, que ejercen un encanto inmediato, tanto de las profundidades de los cielos como de nuestro propio planeta visto desde el espacio. Nos hemos acostumbrado a ver fotografías tomadas por los increí-bles telescopios que existen en la actualidad, que capturan la luz con espejos de 10 metros de diámetro y que corrigen las distor-siones producidas por la atmósfera, o que directamente han sido puestos en órbita. Los robots enviados a explorar los mundos de nuestro sistema solar han convertido su estudio en una rama de la geología y de la geografía, más que de la astronomía. Pero la visión directa del cielo estrellado en una noche bien oscura sigue siendo la más poderosa de las experiencias astronómicas.En la historia que aquí recorreremos en estas páginas, ?nuestro lugar en el universo? es, casi literalmente, el tema que nos convoca: la medición de la distancia a las estrellas ha permitido establecer la posición de nuestro rinconcito en la Galaxia en medio de nuestros vecinos estelares. Es una historia interesante desde un punto de vis-ta científico y tecnológico, pero más aún desde el humano, por los personajes sorprendentes que la habitan. Además, a lo largo de los siglos, el esfuerzo por lograrlo dio lugar a una cantidad de descubri-mientos colaterales que tienen su propio interés.En definitiva, como veremos, la carrera para medir la distancia a las estrellas, que fue acelerándose hasta las primeras décadas del siglo XIX, se convirtió en un problema tecnológico. La razón de esta dificultad técnica fue simplemente la ya mencionada distancia pasmosa a la que se encuentran, que resultó exceder en mucho las expectativas de los astrónomos de generaciones anteriores. Y a pesar de haber pasado casi dos siglos desde las primeras medicio-nes exitosas, su relevamiento está muy lejos de haber finalizado. Es lógico sentir cierta sorpresa al enterarse de este hecho. Podemos sorprendernos al conocer que recientemente la misión del satélite Hipparcos relevó por primera vez las posiciones en el espacio de un centenar de miles de estrellas. De apenas un centenar de miles. Es evidente que la ilusión de que los astrónomos saben dónde están las estrellas ?el objeto de su estudio, después de todo? dista mucho de la realidad. ¿Y  más  allá?  Todas  las  estrellas  que  vemos  forman  parte  de  un inmenso sistema que llamamos Vía Láctea, o simplemente Galaxia (así, con ge mayúscula). Esa banda difusa que surca el cielo noc-turno, invisible desde las ciudades pero prominente desde un sitio oscuro, es la luz de sus centenares de miles de millones de estrellas, lejanas  y  tenues,  confundidas  en  una  visión  espectral.  Más  allá  el universo sigue, por supuesto. Miles de millones de galaxias como la nuestra, hasta donde alcanza la vista de los más poderosos telesco-pios. Cada una es un sistema comparable a nuestra Vía Láctea. Cada una con sus centenares de miles de millones de estrellas. Digámoslo de nuevo, porque no es fácil de asimilar: miles de millones de ga-laxias, cada una con centenares de miles de millones de estrellas. La distancia a esas estrellas, a esas galaxias ?según se descubrió en el siglo XX?, está desalentadoramente lejos de cual quier inten-to de medición mediante métodos geométricos directos. De mane-ra que el ingenio de los astrónomos fue de sarrollando otros, muy indirectos, encadenados entre sí para abarcar distancias progresi-vamente más leja nas. De algunos de los métodos nos ocuparemos en los capítulos finales. Vayamos entonces a nuestra historia.