El terror que llevamos dentro

DANIEL FEIERSTEIN

Jorge Julio López. Memoria escrita

Marea

Año: 2012; p. 41 - 46

Se tiende a pensar en los genocidios como actos irracionales, producto de la locura de algún dictador o de la remisión de la sociedad en el más cruel primitivismo, en una liberación descontrolada de los instintos de muerte. Esta mirada es tan tranquilizadora como inútil. Tranquilizadora porque si todo el problema fuera la locura de los perpetradores, sólo queda no permitirles nunca más el acceso al poder, nada debemos revisar de nuestro pasado y presente. Inútil porque no permite comprender la persistencia y eficacia de los genocidios. Si las apelaciones morales a los "nunca más" no logran detener en modo alguno su reiteración, quizás amerite analizar sus lógicas de otra manera. Es posible pensar que el genocidio no es una práctica irracional y fortuita, sino una tecnología de poder. Que el objetivo de dicha práctica podría no ser sólo el aniquilamiento de determinados grupos de población, sino los efectos que dicho exterminio produce en el conjunto de la sociedad. Que el terror que se difunde a través del secuestro, la tortura y la muerte, de los centenares de campos de concentración que atraviesan un país, busca quebrar todo lazo de solidaridad, obligarnos a sobrevivir en lugar de vivir. Si aceptáramos esta segunda explicación (que el genocidio es una tecnología de poder que se dirige a todo el entramado social), tendríamos que aceptar también que somos una sociedad de sobrevivientes. Que, como mínimo, todos aquellos argentinos que nacimos antes de 1983 llevamos los efectos del terror en nosotros, pulsando para moldear nuestras conductas, influyendo en aquello de lo que somos capaces y, sobre todo, aquello que no podemos hacer.