INVESTIGADORES
CHERESKY Isidoro
capítulos de libros
Título:
"La incertidumbre organizada. Elecciones y competencia política en Argentina, 1983-2003
Autor/es:
CHERESKY, ISIDORO Y POUSADELA, INÉS
Libro:
El voto liberado
Editorial:
Biblos
Referencias:
Lugar: Buenos Aires; Año: 2004; p. 13 - 33
Resumen:
Los procesos electorales son la savia de las instituciones democráticas y éstas constituyen dispositivos esenciales en las democracias representativas. El régimen democrático tiene, por otra parte, una naturaleza deliberativa que pone en juego cotidianamente la reproducción de la legitimidad lo que lo hace potencialmente inestable puesto que demanda mutaciones institucionales e incluso constitucionales que lo adapten a la evolución de sus principios rectores . Sin embargo -sobre todo en sociedades que, como la argentina, se caracterizan por su déficit republicano, la rutinización de los dispositivos institucionales ?y, en particular, de aquellos que se vinculan con los procesos electorales- constituye el signo de la estabilización del régimen democrático.            En el libro se presenta una particular sensibilidad en relación con los fenómenos políticos en general y electorales en particular, que se traduce en la negativa a considerarlos como epifenómenos, manifestaciones superestructurales y fantasmagóricas de otros procesos cuya realidad sería, en cambio, materialmente corroborable. De esta forma, se pone en cuestión la concepción de  que nuestras democracias son ?solamente electorales? o ?meramente formales? ?y la valorización, por contraste, de una democracia que sería, en cambio, ?real? puesto que los individuos serían en ella iguales y libres no ya como ?ciudadanos? abstractos sino como ?hombres? reales y concretos-, que acompaña invariablemente  al desprecio por los dispositivos y mecanismos de la democracia representativa. Históricamente, las instituciones representativas han tenido una significación mucho más profunda que la que les ha concedido la interpretación antipolítico. En el contexto de las sociedades que han experimentado más o menos recientemente una transición del autoritarismo a la democracia las renovadas instituciones representativas adquirieron significaciones complejas, profundas, cargadas de expectativas y de juicios valorativos; y sobre todo, adquirieron un carácter novedoso y excepcional. Es el caso, entre otros, de países como la Argentina. Sólo en tiempos recientes ?a partir de 1983, para más datos- la afirmación de que toda democracia representativa tiene un ritmo político marcado por la celebración regular de elecciones se convirtió en una descripción acertada de la política argentina. Fue en ocasión de estas elecciones inaugurales, en efecto, cuando alcanzó significación por primera vez la presencia de una ?ciudadanía fluctuante?, capaz de definir los procesos electorales en función de sus actitudes y reacciones frente a los acontecimientos políticos, y en particular frente a los que se producían en el curso de las campañas electorales. En otras palabras, la emergencia de dicha ciudadanía aparece ligada a la relevancia que cobran las campañas electorales. Desde entonces, la contingencia y la incertidumbre permean en forma creciente a los comportamientos políticos. Las elecciones presidenciales de 1989 constituyeron, luego de los comicios inaugurales de 1983, la segunda gran prueba para la joven democracia argentina: la de la alternancia pacífica. En julio de 1989, efectivamente, sucedió algo que no ocurría desde la década del ?20: un presidente constitucional entregó el mando a otro presidente surgido de elecciones abiertas e incuestionablemente limpias. Por otra parte, sucedió en 1989 una cosa que no había sucedido jamás en la Argentina: un presidente de un partido traspasó el mando a un sucesor perteneciente a un partido rival. Hubo, entretanto, otro momento electoral muy importante: el cuestionamiento de la bipolaridad radical-justicialista a partir del surgimiento, a comienzos de 1994, de una tercera fuerza, de centro izquierda, denominada primero Frente Grande y luego ?cambios de composición mediante- Frepaso (Frente País Solidario).El surgimiento y el meteórico crecimiento del Frepaso resultan significativos por varias razones. En primer lugar, porque se trató de una fuerza de tipo ?profesional-electoral? (Panebianco, 1993). Más allá de su transitoriedad como fenómeno político, el caso del Frepaso resulta profundamente revelador de las transformaciones por las cuales atraviesan los partidos políticos en el contexto de la llamada ?democracia de audiencia?. Las características que adoptan los nuevos partidos de tipo profesional-electoral ?aquellas que les permiten crecer velozmente- expresan con claridad las circunstancias por las que atraviesan todos los partidos ?también los viejos partidos que nacieron siendo ?de masas?, y que buscan adaptarse a la nueva situación- en el contexto de la ?democracia de lo público?. Los nuevos partidos ??de opinión?, ?ciudadanos? o ?profesional-electorales?- refuerzan, por añadidura, la centralidad del espacio público y de los procesos electorales. Sus apoyos se manifiestan bajo dos formas: en la figura de los votos que fluyen en su dirección (pero de los cuales, sin embargo, no pueden considerarse estrictamente ?dueños?); y bajo la forma de las opiniones que la ciudadanía vierte en las encuestas, que abundan especialmente en las temporadas electorales. Fuera de ellas, estas fuerzas políticas ?al igual que, cada vez más, los partidos políticos en general- carecen prácticamente de poder de movilización. Aparecen, como contrapartida, expresiones generalmente puntuales y esporádicas de una ciudadanía autónoma ?que lo es también, y ante todo, respecto de la representación política-. Los dos hitos siguientes en el devenir de la democracia argentina se produjeron en torno de las elecciones de 1997. Se trató, en primer lugar, del año de la formación de la Alianza entre la UCR y el Frepaso, que constituyó -en virtud de su propio carácter coalicional- un fenómeno novedoso en la política argentina. En las condiciones actuales, en efecto, la fragmentación y la fluidez crecientes tienden a hacer cada vez menos probable el triunfo electoral de un partido solitario y dispuesto a combatir haciendo uso exclusivamente de los recursos que le son propios. Los viejos partidos de masas atraviesan actualmente por una crisis profunda de final incierto, al compás de una serie de transformaciones que tornan a la sociedad opaca y carente de un principio de orden discernible, convirtiéndola en un texto de difícil lectura e interpretación. A partir de 1997 se volvió aún más visible la expansión de la ciudadanía autónoma, cuyas manifestaciones más tempranas se remontan, como hemos dicho, a las elecciones fundacionales de 1983. En el curso del agitado 1997 la ciudadanía independiente se expresó como un recurso político, tal como se puso de manifiesto en ocasión de la batalla del menemismo por la segunda reelección presidencial. Por otra parte, la ciudadanía independiente fue también la protagonista estelar de las elecciones legislativas de 1997, que otorgaron a la Alianza un triunfo demoledor no solo en la Capital Federal sino también en la provincia de Buenos Aires. Los resultados mostraron, en definitiva, que si las circunstancias eran propicias el liderazgo mediático podía alcanzar para vencer a las más poderosas y aceitadas maquinarias políticas del país.Estas elecciones exhibieron una serie de transformaciones en el formato de representación que pueden rastrearse en dos direcciones: por un lado, en la variabilidad y la composición de la sugerentemente denominada ?oferta electoral?; y, por el otro, en las fluctuaciones en las preferencias de la también sugerentemente denominada ?ciudadanía? y en su exhibición de comportamientos más reflexivos, más complejos y menos ?identitarios?. Las elecciones de 1999, con una marcada fluctuación del voto, ilustraron en el plano electoral la emergencia de la autonomía ciudadana o, si se quiere, con mayor modestia, esa electividad que hace variar las tomas de posición en virtud de las cuestiones que estén en juego y del atractivo de los candidatos y ?porqué no- de las fuerzas políticas en los distintos niveles de representación. En contraste con las interpretaciones que hacen hincapié en la presencia de ciertos rasgos negativos que podrían hallarse en la base del comportamiento -errático, si se quiere- de los votantes, quisiéramos enfatizar un componente positivo que se encuentra en el fondo de la fluctuación del voto. Desde esta perspectiva, la creciente volatilidad electoral no sería necesariamente la traducción de comportamientos erráticos y desorientados sino, por el contrario, de opciones reflexivas e informadas. Tal como lo señala Bernard Manin en referencia a la ?democracia de lo público? o ?democracia de audiencia?, el electorado flotante parece ser un electorado informado, interesado y relativamente instruido, capaz de deliberar antes de votar. Un rasgo novedoso  que desde 1983 ha ido adquiriendo la competencia política en nuestro país es que las campañas asumen una función que trasciende en mucho la de ser un ritual confirmatorio de una identidad preexistente, para convertirse en procesos en los que se pretende modelar la opinión y seducir al votante potencial -en un contexto en que, para los partidos, todo elector deviene en principio un votante potencial, en virtud de la declinación de los electorados cautivos-. Se pone en cuestión la concepción de que en la Argentina de los últimos años la presencia de esta ciudadanía se reduce a su emergencia a fines de 2001 y a su rol en la caída de un gobierno que ya tambaleaba, sino que es de índole más permanente. Junto a la opinión expresada en los sondeos y al estallido bajo sus diversas formas, existen otras representaciones de la ciudadanía: de vuelta en el terreno electoral, sobresale la expresión ciudadana, el 14 de octubre de 2001 -mediante la abstención, el voto nulo y el voto en blanco- de un descontento con la representación política que careció de liderazgos.             La irrupción de la ciudadanía en el espacio público bajo la forma de los cacerolazos, el movimiento asambleístico, o su actuación en carácter de ?poder destituyente? en el curso de las jornadas del 19 y 20 de diciembre del mismo año electoral, así como otros fenómenos circundantes ?tales como el de los llamados ?escraches?, o las más ampliamente difundidas manifestaciones de desconfianza hacia las instancias representativas y la clase política, visibles en los sondeos de opinión pública- vinieron a poner en evidencia la existencia de una honda brecha entre representantes y representados. Las elecciones que tuvieron lugar a lo largo del año 2003, finalmente, reforzaron las tendencias presentes en las elecciones presidenciales precedentes, al tiempo que marcaron ciertos elementos de continuidad e importantes puntos de ruptura con los rasgos que caracterizaron a las elecciones legislativas celebradas dos años antes. Las elecciones presidenciales pusieron en escena una competencia entre cinco candidatos que no exhibían ninguna etiqueta política tradicional. Si bien el enigma a menudo es resuelto invocando la pertenencia de tres de ellos al tronco justicialista ?lo cual, a juicio de muchos, habría convertido a las elecciones nacionales en una suerte de interna justicialista descargada sobre el conjunto de la sociedad- y de los dos restantes candidatos con posibilidades de llegar al segundo turno electoral al tronco radical, esa forma de referencia a las identidades parece poco satisfactoria, ante todo, porque si el peronismo puede tener tres candidatos que se disputen la herencia justicialista, entonces ya no es el mismo peronismo de antes. Por no hablar del radicalismo, cuyo candidato oficial ni siquiera figuraba en las encuestas, mientras que los dos ex radicales que competían en los primeros puestos lo hacían por su propia cuenta y riesgo, sin invocar ninguna pertenencia respecto del partido centenario sino, más bien, enfatizando las razones que los habían conducido a separarse de él. Las elecciones constituyen una oportunidad inmejorable para estudiar de un modo riguroso la evolución de los dispositivos de la representación política, y en particular la evolución y transformaciones de los partidos y fuerzas políticas, sus estrategias y liderazgos, sus relaciones con la ciudadanía y con las demandas y clivajes sociales. Sin embargo, no debe perderse de vista el hecho de que, si bien hay en la representación política algo que es del orden del mandato, la institución de un poder es ante todo la acción desde un lugar a partir del cual puede producirse la representación política. La experiencia del presidente Kirchner constituye un ejemplo de este fenómeno, ya que a éste?en virtud de su origen en un proceso electoral precario que lo condenó a una elección sin segunda vuelta, con menos de un cuarto de los votos emitidos en su favor- se le auguraba un futuro de extrema debilidad y de dependencia respecto de los dispositivos políticos ajenos que lo habían empujado a la presidencia. El ejercicio del poder, sin embargo, le permitió establecer un lazo representativo a partir de una serie de iniciativas inesperadas adoptadas desde el gobierno. Lejos de ser la traducción de un sentido ya existente en la ciudadanía o la expresión de una demanda proveniente de la sociedad decidida a partir de la cuidadosa lectura de las encuestas de opinión, dichas iniciativas propiciaron la inclusión en la agenda política de temas ?tales como el de los derechos humanos o la revisión del pasado dictatorial- que hacía tiempo se habían ausentado de ella y de otras que se consideraba igualmente inconveniente o imposible abordar. Pusieron de manifiesto, en suma, la capacidad instituyente del liderazgo representativo, a partir del despliegue de acciones que tornaron posible e incluso deseable algo que no estaba presente ni había sido previsto. Más allá de lo excepcional del caso de Kirchner, se verifica una tendencia general ?no solamente en la Argentina, sino también en otras partes del mundo- a que el proceso de producción y reproducción de la legitimidad adopte un carácter permanente. En suma, los estudios que componen este libro traducen la convicción de que los procesos políticos y electorales ?y, en estos últimos, las estrategias de líderes y fuerzas políticas, por un lado, y el comportamiento de la ciudadanía, por el otro- no son unívocos ni unilaterales, y de que su sentido debe ser trabajosamente desentrañado. Pues en ellos se deja traslucir el carácter propio de la política democrática, cuya esencia radica en el hecho de que carece de una esencia que pueda ser objetivada, y que transcurre en un campo que, signado por la ausencia de una literalidad última, es terreno fértil para la proliferación de sinonimias, metonimias y metáforas.