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Este trabajo tiene como propósito desarrollar y compartir algunas reflexiones surgidas de nuestra experiencia como docentes de la Cátedra de Filosofía de la Carrera de Sociología en los Centros Universitarios Penitenciarios de Devoto, (ex)Caseros y Ezeiza. Experiencia inigualable, incomparable con otras, que inevitablemente deja sus marcas, aún para quienes hayan atravesado en sólo unas pocas oportunidades las rejas que separan el mundo de la libertad del mundo de la prisión. No se es el mismo o la misma luego de volver de allí. Y descontamos que tampoco ese mundo permanece igual a sí mismo después de ser atravesado por la cultura universitaria: así lo atestiguan algunos de nuestros alumnos/as (ex presidiarios/as) con quienes nos cruzamos hoy en los pasillos y aulas de nuestras facultades. Espacios que, aún con sus problemas, saben (entre otros saberes) gozar de la luz del sol y del ruido de la calle, aunque este saber muchas veces no se sepa ni se goce porque no ha sido relativizado, comparado con otras situaciones. Lo sabemos quienes alguna vez hemos hecho la experiencia de un aula sin sol, sin aire y (casi) sin tiempo. Bajo la titularidad del profesor Rubén Dri, la cátedra de Filosofía comenzó a participar en el Programa UBA XXII casi simultáneamente a la etapa de su conformación. Algunos de los docentes de la cátedra realizaron prolongadas experiencias en las diversas unidades carcelarias a las que accedió el programa, como las de Miguel Ángel Rossi y Diego Baccarelli. En períodos más breves trabajaron en este ámbito María José Rossi, Sebastián Carassai, Carla Wainsztok, Esteban Ierardo, Pablo Di Leo, María Fernanda Domínguez y Romina Ramírez. Lo que aquí se refiere es resultado de algunas de esas vivencias.

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