INVESTIGADORES
SILVEIRA Maria Laura
capítulos de libros
Título:
Economía política y orden espacial: circuitos de la economía urbana
Autor/es:
SILVEIRA, MARÍA LAURA
Libro:
Economía de las ciudades de América Latina hoy
Editorial:
Universidad Nacional de General Sarmiento
Referencias:
Lugar: Los Polvorines; Año: 2018; p. 213 - 249
Resumen:
Aunque precozmente internacionalizados en virtud de las demandas del comercio de ultramar y de la manufactura y, más tarde, de la gran industria, los países capitalistas periféricos y más específicamente en América Latina no habían conocido la presencia de las variables determinantes de cada período en sus propios territorios. En otras palabras, cuando la gran industria y sus sistemas técnicos tenían un papel central en la organización de la producción y el consumo en los países centrales, la vida de relaciones de los países periféricos estaba signada por modernizaciones asociadas a esas variables, tales como el crecimiento de áreas agropecuarias y la construcción de ferrocarriles, puertos y telégrafos necesarios a esa división internacional del trabajo, pero aquellas variables motoras no se instalaban en sus espacios nacionales. Por esa razón y a diferencia de los países centrales, varias ciudades latinoamericanas conocen una modernización de sus bases materiales, allí incluida la realización de proyectos urbanísticos, y de sus servicios antes de tornarse sede de industrias. Urbanización y modernización caracterizan esos espacios derivados (Santos, 1978) antes de la industrialización doméstica, proceso conocido como sustitución de importaciones, el cual a su vez, aceleró la urbanización. Más tarde, nuestros países se vuelven destino de una expansión sin precedentes de variables elaboradas en el exterior pero con presencia local. Aunque se trate de una geografía de polos de industria especializada y moderna que parece recordar la imagen de un archipiélago y que no sin tensión se superpone a un tejido industrial heredado del período de sustitución de importaciones, nuevos circuitos espaciales de producción y círculos de cooperación cruzan las regiones integrándolas en un mercado nacional e internacional. En el inicio de la segunda mitad del siglo XX, varios países latinoamericanos ven llegar una industria de capitales concentrados, de alta tecnificación y compleja organización como las producciones automotriz, petroquímica, química, farmacéutica y de alimentos entre otras que, ayudadas por la planificación estatal, reorganizan los territorios nacionales. De ese modo, la adaptación al modelo capitalista internacional se perfecciona y la respectiva ideología de la racionalidad y la modernización a cualquier costo ultrapasa el dominio industrial, se impone al sector público e invade áreas, como la educación, que antes no eran alcanzadas tan directamente. En virtud del progreso técnico y del poder de las firmas transnacionales, surgen nuevos factores de concentración y dispersión de las actividades, junto a otras formas de drenaje de dinero como la compra de paquetes tecnológicos, el pago de patentes, la devolución de los créditos y las operaciones intra-firma. Esa modernización diversa y selectiva introduce parámetros nuevos de tecnología, capital y organización y hace menos lucrativas las actividades de un conjunto significativo de empresas nacionales.Producción y consumo obran, entonces, como fuerzas de concentración y de dispersión territorial. Cuando la producción es moderna, se extiende por el territorio a partir de industrias dinámicas, de la agricultura moderna y del respectivo sector de servicios en las ciudades intermedias, pero la gestión corporativa permanece fuertemente concentrada en las metrópolis. A pesar del freno que ejerce la selectividad social, el consumo tiende a dispersarse territorialmente gracias a la difusión del crédito, aunque la regencia de sus mecanismos financieros se mantenga anclada en los centros urbanos.Se imponen también nuevas demandas energéticas que valorizan regiones poco insertas en la división territorial del trabajo hasta ese momento. El petróleo y nuevas fuentes de energía como la hidroeléctrica tienen un papel en la implantación de un modelo de producción y circulación que favorece la acelerada urbanización e inclusive la metropolización y las actividades económicas de gran escala y alto consumo energético. La transición demográfica, las migraciones y la urbanización alcanzaron, en la segunda mitad del siglo XX, niveles nunca antes vistos en los denominados países del tercer mundo. Se formaron importantes conurbaciones que reforzaron el perfil urbano concentrado y la marcada debilidad de la red urbana. Esa urbanización galopante fue la causa de la significativa expansión de las manchas urbanas, no sin fuerte escasez de habitación y equipamientos colectivos, aumentando el círculo vicioso de la pobreza. La ampliación del mercado de trabajo no podía acompañar la velocidad de las migraciones y el crecimiento demográfico y, de ese modo, buena parte de la sociedad era condenada al desempleo o a la realización de trabajos temporarios. McGee (1977) designaba con el nombre de protoproletariado la clase formada de la urbanización sin industrialización. Surge entonces todo un conjunto de interpretaciones sobre la urbanización aumentada y la creación de puestos de trabajo (Silveira, 2008).En ese contexto fue formulada la teoría de los circuitos de la economía urbana (Santos, 1975). Las producciones con bajos grados de capital, tecnología y organización ? a menudo denominadas no modernas ? encuentran abrigo en las grandes manchas metropolitanas y constituyen una fuerza de concentración. Podría decirse que mientras los territorios nacionales se modernizan con la incorporación efectiva de varias regiones antes no valorizadas, la pobreza no cesa de aumentar y, a partir de los años 1970, ese fenómeno se generaliza y adquiere un rostro urbano. En ese juego de fuerzas de concentración y dispersión territorial siempre hay demandas insatisfechas, aunque la capacidad de consumir varíe en cantidades y calidades. En otras palabras, cada nueva división territorial del trabajo acelera la urbanización, provoca diferencias de ingresos y revela un nuevo conjunto de necesidades de producción y consumo. Por ello se forman dos circuitos económicos en las ciudades, responsables de la producción y circulación de los bienes en toda la mancha urbana e inclusive en las regiones contiguas. Cuando el grado de tecnología, capital y organización es alto hablamos de un circuito superior, con su respectiva porción marginal, pero cuando es bajo estamos frente al circuito inferior (Santos, 1975). Hay, entre ambos circuitos, una oposición dialéctica porque uno no se define sin el otro, es decir, ninguno de ellos puede tener autonomía de significado porque carece de autonomía de existencia. Ambos son opuestos y complementarios pero, para el circuito inferior, la complementariedad es una forma de dominación.Sobre esas realidades históricas se producen las transformaciones más recientes de la globalización, marcadas por la influencia más intensa de las variables que la definen: un sistema técnico que tiende a la unicidad, una mayor difusión de la información y el marcado papel motor de las finanzas (Santos, 1996) . Resultado de la investigación científica, la técnica nace emparentada con el mercado y, cada vez más, con la lógica financiera. Gracias a una marcada interacción, se desvanece la frontera entre el trabajo técnico y el trabajo científico (Ellul, 1964) y la tecnología puede ser vista como una mediación visible entre la ciencia y la vida cotidiana (Ladrière, 1977). Ya no se trata de un método puro de conocimiento sino que la ciencia se vuelve un sistema de acciones que, por alcanzar las estructuras sociales, explica Ladrière (1977), no provoca únicamente transformaciones tecnológicas sino también políticas. Esa revolución científico-técnica a que nos referíamos significa, fundamentalmente, que la ciencia se vuelve una fuerza productiva y un factor decisivo en el desarrollo de las demás fuerzas productivas (Richta, 1974). Ya advertida por Milton Santos (1996), la indisolubilidad entre mercado, ciencia y técnica permite a Zaoual (2006) ironizar sobre la existencia de una ?santa alianza?, revelando que la racionalidad de perseguir el lucro determina el proceso de descubrimientos científicos, la adopción de resultados y la manera de aplicarlos. Tecnociencia, información y finanzas constituyen, así, las variables determinantes del período que, en el último tercio del siglo XX, se difunden en lugares que habían permanecido periféricos en anteriores procesos de modernización. Por consiguiente, se ha expandido en el planeta un sistema técnico particular, de fundamento científico y orientación mercantil, al punto de constituir una nueva base material y organizacional de la producción. Concomitantemente, las acciones también revelan su nueva racionalidad y encuentran sus cimientos en el cálculo y la aceleración. Se generan, de ese modo, nuevas formas de subordinación. Los clásicos factores de producción adquieren un aspecto renovado y demandan la elaboración de nuevas ideas para interpretar la actual economía política. El fenómeno técnico contemporáneo permite comprender, al mismo tiempo, las transformaciones de la tierra, del trabajo y del capital porque estamos frente a un conjunto de objetos tecnológicos engarzados en el territorio e integrados a otro conjunto de objetos semovientes, ambos permitiendo nuevas formas de acción, también tecnificadas, que forman parte de un sistema técnico particular que se globaliza selectivamente. En virtud de esa nueva base técnica, el trabajo se divide social y territorialmente, revelando nuevas formas de organización de las empresas y del Estado que buscan ahora unificar los procesos y lugares, aprovechar las virtualidades de la técnica contemporánea, evitar la capacidad ociosa y administrar los respectivos conflictos. Considerados responsables por la obsolescencia de sus conocimientos, los trabajadores deben renovar los contenidos técnicos de su labor al ritmo de las sucesivas modernizaciones. Quien no acompaña el paso cae en el desempleo estructural y debe realizar otras tareas para asegurar su supervivencia. Las formas organizacionales del Estado y de las empresas pasan a denominar ?informal? a buena parte de la labor humana. De ese modo, enormes estratos de la población reproducen su existencia a partir de formas consideradas atrasadas, ilegales, informales?Aumenta el grado de capitalización de procesos y productos, al compás de tasas financieras que la producción material se esfuerza por alcanzar. Mientras que, a cada crisis del sistema financiero mundial, enormes conjuntos de trabajadores son demitidos de sus empleos formales, no es poco frecuente que los accionistas continúen a recibir idénticas o mayores compensaciones por su inversión. El empleo se subordina a los mecanismos contables, mostrando la fuerza del dinero en estado puro. Ésta es sin duda la variable motora del período actual.La sofisticación contemporánea de los instrumentos financieros y su capilaridad en el territorio revelan un retrato complejo. La venta de acciones de grandes firmas, la participación de los trabajadores en los fondos de pensión (Chesnais, 2005), los complejos mecanismos de inversión y ahorro ofrecidos por los bancos, los nuevos nexos entre producción, comercialización y financierización, entre otros elementos, producen concomitantemente una pulverización de la propiedad y un distanciamiento del comando que nunca fue tan concentrado, con el respectivo desconocimiento de las decisiones por parte de la sociedad nacional. La mayor inestabilidad de la economía internacional y el enorme volumen de recursos de las empresas y bancos globales conducen a un proceso de fusiones y adquisiciones que, entre otras cosas, permite disminuir los riesgos (Gonҫalves, 2003). Se pierde, de cierto modo, el conocimiento de la identidad e intencionalidad de los actores hegemónicos.La profundización de la división social del trabajo, con la multiplicación de profesiones y oficios, y la intensificación de la división territorial del trabajo, a partir de la superposición y complementariedad de tareas en áreas concentradas, pero también en lugares distantes y menos densos, así como la ampliación de los consumos de toda naturaleza son las causas principales del aumento de la urbanización. Ésta se refleja tanto en la multiplicación de núcleos urbanos como en el aumento del tamaño de éstos, mostrando los aspectos cuantitativos y morfológicos de la urbanización. Sin embargo, no es sólo la ciudad que aparece como trazo más significativo del uso del territorio en la actualidad, sino también la expansión de lo urbano , cuya manifestación más importante es el consumo.Ciertamente, esa difusión de objetos técnicos y modos de trabajar no se hace sin el apoyo de una ideología que une la vocación de consumir, la fe ciega en el crecimiento económico y la planificación pública y privada como instrumento técnico y político de primera envergadura en la remodelación de los territorios nacionales. Los impactos de eventos anteriores también han sido selectivos y, por ello, heredamos polarizaciones del pasado, cuya resistencia a lo nuevo en virtud de formas materiales, normativas y culturales contribuye a la fragmentación socio-espacial. Frente a este nuevo orden global, las múltiples formas de acción del Estado, en sus diversos niveles, también se transforman al ritmo de la variable financiera. Nunca se habló tanto de descentralización política y nunca las decisiones fueron tan concentradas al sabor de los designios políticos y financieros.Se banalizan algunos sistemas técnicos contemporáneos que, utilizados a partir de diversas intencionalidades y formas de organización, participan en la redefinición de las fuerzas productivas, las relaciones de producción y, en definitiva, los lugares. De allí el uso de esos nuevos medios de producción entre los más pobres. En los días de hoy la pobreza parece resultar menos de la exclusión de la modernidad contemporánea y más de la presencia de ésta. Por ello, el papel del consumo es fundamental, permitiendo concomitantemente acceder a bienes y servicios siempre renovados, cierta obediencia a las normas y el endeudamiento. Así, mientras los actores del circuito inferior aumentan sus consumos mercantiles, ven crecer sus deudas y sus limitaciones para acceder a los bienes de derecho común. La masa de dinero proveniente de los programas sociales es un elemento importante a considerar, aunque la concentración de capitales y la aguda financierización de la economía acaben por drenar, más temprano o más tarde, esos recursos hacia el circuito superior. En el momento en que los pobres incorporan no pocas variables del período, aumentan su participación en la división del trabajo hegemónica, compartiendo aún más la ciudad, pero no superan la escasez. Es la producción de pobreza estructural que reafirma la existencia de ese espacio dividido.Parece entonces de primera importancia considerar, como principio de método fundamental y premisa de partida, la indisolubilidad histórica entre el territorio usado a lo largo de la historia y las dinámicas y formas urbanas. En ese sentido, el territorio de un país y la ciudad no son simplemente dos escalas de análisis, que invitarían a un ejercicio de zoom desde lo más extenso hacia lo menos extenso, sino dos órdenes espaciales interrelacionados por la naturaleza del fenómeno técnico contemporáneo, por la presencia del Estado y por otras dimensiones de escala nacional como el derecho positivo y las regulaciones económicas del Banco Central, y por el propio proceso de urbanización. La ciudad no puede ser explicada como si fuese una entidad independiente de la totalidad que realmente arroja luz sobre los procesos locales, que es el territorio nacional, considerado en la sucesión y coexistencia de usos. Esa es la intención de la teoría de los circuitos de la economía urbana.