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Todo pensamiento, para demostrar que se lo piensa con razón, debe tener su coartada, debe poder garantizar su utilidad respecto de un fin (Horkheimer, 1946). Dos años antes de que Max Horkheimer publicara estas líneas, en el año 1944, el médico e investigador canadiense, Oswald Avery, demostraba que la herencia genética residía en el ADN. Mientras el primero sentaba las bases de una de las escuelas de pensamiento crítico más importantes del siglo XX, el otro daba comienzo a una nueva disciplina científica. Mientras uno analizaba punzantemente la racionalidad científica hegemónica de la sociedad industrial y sus efectos, el otro daba los primeros pasos hacia una nueva forma de organización de la ciencia y la producción. Es esta última ligazón y las transformaciones que comenzará a atravesar la producción de semillas en la Argentina a partir de la década del sesenta, aquello que intentaremos analizar a lo largo de esta ponencia. Para ello hemos elegido un sendero que yace al interior de dicho entramado y que nos servirá de guía: la semilla. Esa fuente de potencia nutritiva, yacimiento de la vida, punto de partida del alimento. La semilla y, en torno a ella, una serie de prácticas y un régimen de verdad. Los ámbitos que se despliegan en torno a la semilla constituyen un contexto privilegiado para el análisis de la interrelación entre la ciencia, la tecnología y la naturaleza. Ámbito que intentaremos recorrer a partir del análisis de los principales documentos relativos al fomento y la regulación de la biotecnología en la Argentina, y de una serie de entrevistas realizadas a lo largo del 2009 a algunos de los principales científicos argentinos que trabajan en el área de mejoramiento vegetal desde la genética y la biotecnología, tanto en organismos públicos como privados.

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